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Mónico, víctima de sus delirios

Por Redacción

Publicado el jueves, 29 de octubre del 2009 a las 02:10


El libro “Leyendas de Saltillo”, de Froylán Mier Narro, da fe de una truculenta y verídica historia de hechicería

Nadie supo jamás las causas de la muerte de este peculiar personaje

(Recopilación Martha Santos de León) | Saltillo, Coah.- El libro “Leyendas de Saltillo”, de Froylán Mier Narro, da fe de una truculenta y verídica historia de hechicería, de la cual se conocieron todos los sus detalles, en el Saltillo de los años 1919 a 1921.

Según la narración, de los agentes de hotel que más popularidad han tenido en Saltillo, sin duda alguna ha sido Mónico Martínez, dedicado por más de 30 años a prestar sus servicios en los hoteles La Plaza y Coahuila.

De carácter franco, comunicativo y afable, dicharachero y guasón, Mónico era conocido en toda la ciudad, máxime por la circunstancia muy especial de haber sido hermano de Crescencio Martínez “El Cáraro”, puntillero de toros de fama internacional, conocido de nombre y apodo en la mayor parte de los cosos taurinos de España, donde su mote era festinado en diferentes ocasiones, cuando se presentaba en la suerte final, para despachar un toro a los mulilleros.

Mónico, dice el texto de Mier Narro, gustaba de conversar sobre los temas de actualidad, ya fueran políticos; sobre la actuación en los teatros Morelos y García Carrillo, o sobre el pomposo casamiento de Zutano o de Mengano, o de los funerales de algún ricachón que había abandonado este valle de lágrimas.

Se distinguía de los demás compañeros de su oficio, por su indumentaria siempre limpia y bien planchada. Usaba invariablemente el clásico traje azul marino de paño o buen casimir, uniforme semejante al reglamentario de la tripulación de los trenes de pasajeros, con botonadura dorada en el cierre y puños de las mangas doblilladas; cachucha de visera corta, confeccionada del mismo género del traje, con sus cintas de galón dorado y zapatos de charol siempre muy bien boleados y lustrosos.

Por costumbre, y de esto no se conoce la causa, Mónico siempre gustaba de ataviarse con amuletos representando diferentes figuras de marcada superstición y números cabalísticos, pues en su leontina de fino oro amarillo, llevaba una calaverita de hueso con los ojos de color rojo, simulados con alguna imitación de granate o rubí; un número 13 como prendedor en el nudo de la corbata, según costumbre de la época, y en la solapa del chaquetín o en la carterita de la bolsa de pecho colgaba un trébol de cuatro hojas, un clavel, una gardenia o una rosa.

HORROR A LAS BRUJAS

A simple vista parecía que su vida se deslizaba tranquila y feliz, pero su aspecto, por demás interesante, demostraba que nada opacaba su existencia en este mundo. Sin embargo, ya tratándolo a fondo y hablando con él sobre temas distintos a la normalidad de las costumbres sociales, se descubría que en su interior poseía un sistema nervioso inalterable cuando las conversaciones llegaban a la broma y sobre asuntos de brujería, hechicería o aparecidos.

Él aseguraba saber de muchos eventos de esa naturaleza sucedidos en Saltillo, en que los espíritus malignos intervenían, y se jactaba de ser uno de los que no temían a los aparecidos, sin embargo, se declaraba creyente en hechizos, brebajes y maleficios de brujería, pues él en distintas ocasiones decía haber sido víctima de las brujas, a las que profesaba un horror manifiesto.

Contaba que una vez una mujer se apoderó de uno de sus retratos, y que la vio después en una sospechosa casa de barrio no muy santa, colocado en un nicho de encajes entrelazados, cubierto completamente de alfileres clavados en la cabeza y en la región izquierda del pecho, de donde pendía también una chuparrosa disecada.

Refería además que llegó a ver volar por las tapias de su casa a las brujas montadas en escobas, y que las lechuzas nunca abandonaban por las noches los árboles del patio donde él vivía.

Dice Mier Narro que estos hechos los narraba con mucha naturalidad, al grado tal, que quien lo escuchaba se sentía poseído del maleficio del que creía ser víctima Mónico.

AL BORDE DE LA LOCURA

Mucha gente de Saltillo, creyente o no, al saborear los diferentes aspectos de la hechicería de Mónico, compadecían su estado de nerviosismo tan palpable, que hasta llegaban a pensar que tal actitud traspasaba los límites normales y le creían un loco por momentos.

Sólo él sabía lo que pasaba en su interior, pues los médicos que lo habían atendido, aseguraban que ningún mal de carácter orgánico padecía Mónico, y sus amigos, quienes conocían su carácter, lo veían como un vacilador y conceptuaban sus pláticas como mera guasa.

Del año de 1919 a 1921, el físico de Mónico había perdido mucho en su habitual modo de ser y estaba tan desmejorado su semblante, que en varias ocasiones faltaba a su trabajo, causando sorpresa por este hecho, pues era muy celoso en el cumplimento de sus deberes.

UNA MUERTE EXTRAÑA

Una mañana de marzo de 1921 circuló por toda la ciudad la noticia de que Mónico había sido encontrado muerto flotando en la superficie de la alberca de Altamira, y todo Saltillo se hizo conjeturas sobre la realidad de los hechos, pues estos eran comentados por cada quien en la forma que mejor le acomoda haciendo truculenta y fatídica la narración.

Por unos bañistas, de esos que les gusta nadar en la alberca muy temprano, fue descubierto el cuerpo de Mónico, el que ante la fe de la autoridad no presentaba huellas de haber sido asesinado ni con arma de fuego ni con instrumento punzocortante; tampoco había sido envenenado.

Tenía en cambio unos pequeños rasguños en el pómulo izquierdo y raspones en el antebrazo derecho. No había muerto ahogado.

Estaba su cadáver con su pantalón azul de trabajo y en mangas de camisa blanca y recién planchada. Conservaba sólo un zapato, pues el otro, su hermana Luisa se había quedado con él en la mano al pretender detenerlo cuando lo vio “volar”.

¿De qué había muerto Mónico? Esto nunca se supo ni se ha sabido.

Por la calle Santiago, ahora General Cepeda, hacia el sur, media cuadra antes de llegar al Ojo de Agua y unas cuantas casas cerca de la Quinta Altamira, estaba el domicilio del infortunado agente de hotel.

Después de un pequeño zaguán seguía un patio regular en el que había algunos árboles. Más al fondo y pasando una puerta, se destacaba el corral, con aspecto de huertecita, pues había en él algunos árboles frutales, una chayotera y otras matas de ornato.

Las bardas que circundaban el corral limitando la propiedad, no eran altas ni muy bajas, y pasando dos muros más al fondo y hacia el norte, quedaba la huerta y baños de Altamira, en cuya alberca fue encontrado el cadáver.

Y si nunca se pudo confirmar la causa de la muerte de Mónico, justo es asentar lo que dijera un familiar cercano del desaparecido, para dar sabor a su misteriosa, conmovedora y espeluznante muerte.

‘¡ME LLEVAN LAS BRUJAS!’

“Yo mismo estoy espantado –dice el primo de Mónico–. Antes de ayer, a las nueve de la noche, ya estando acostado, Mónico se levantó y fue a decirme que no podía dormir porque las lechuzas y las “brujas” estaban esperando que se durmiera para llevárselo.

“‘No es posible, Mónico’, le dije. ‘Vete a acostar; domina los nervios. Si no duermes, como ya tienes varios días de no hacerlo, no van a ser las lechuzas y las brujas quienes te lleven, sino la muerte misma’.

“Se estremeció y como que quiso llorar y entonces me dijo: ‘Oye primo, cuídame’. Aunque yo estaba cansado y desvelado, fui a llevarlo a su cama. Lo acosté y me senté en una silla, en la única puerta que tenía la recámara donde estaba su cama. No se durmió, pero un buen rato se quedó tranquilo. Después se sentó y desesperadamente soltó un aterrador y destemplado grito: ‘¡Las brujas, las lechuzas! ¡Me llevan las brujas y las lechuzas!’.

“No pegó los ojos en toda la noche, ya en la mañana, como a las nueve, después de tomar una taza de café solo, medio se quedó dormido y despertó como a las 11. Le pregunté qué había soñado durante su dormitada y no me supo explicar. Sólo abría los ojos extraviadamente y como que quería recordar algo. Se levantó un rato, se sentó en una silla afuera, en la calle, donde todavía pegaba el sol amarillento que ya se perdía en el poniente y un rato más, se metió a la casa diciendo que aunque no tenía sueño, quería dormir. Yo me fui a cenar a la cocinita y en eso estaba cuando va llegando como un loco y dice: ‘¡Las brujas, las lechuzas! ¡Me quieren llevar las brujas y las lechuzas!’”.

Esos constantes arrebatos de Mónico alarmaron notoriamente a sus familiares, quienes tomando las medidas del caso, pusieron en conocimiento a la autoridad de los hechos y pidieron auxilio.

A las nueve de la noche se presentaron en la casa dos policías con el objeto de conocer los acontecimientos, y Mónico, aún despierto, suplicó casi en estado de desvarío a los policías y a su primo que lo cuidaran…

Los gendarmes y el primo de Mónico se apostaron en la única puerta que daba salida a la recámara donde había estado la cama de Mónico, y como a las 11 de la noche se dejaron escuchar estrepitosamente los destemplados gritos: “¡Las brujas y las lechuzas me quieren llevar…!”.

Nuevamente lograron que se acostara, pero antes dijo: “¡Si no me cuidan me van a llevar las brujas!”.

A las seis de la mañana Mónico ya no estaba en su cama. Nadie advirtió que pasara alguien por la única puerta que daba a su recámara. Luego se supo que el cadáver había sido encontrado flotando en la alberca de Altamira y que Luisa, la hermana de Mónico, estaba inconsciente en el patio, con un zapato del joven en la mano.

Algunas investigaciones judiciales y policiacas se hicieron a raíz de esta misteriosa muerte que conmovió por varios días a Saltillo.

Sólo se encontró mutismo entre los vecinos que jamás pudieron descifrar la tétrica muerte de Mónico y por más que las autoridades se esforzaron para recabar informes sobre algunos enemigos que tuviera Mónico, nunca se supo y quedó como hasta ahora, en el misterio, la muerte de aquel agente de hotel a quien la conseja asegura se llevaron las brujas y las lechuzas.

Créalo o no…

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