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Coahuila

2018: La oposición ganó… con una buena ayudada del Gobierno

Por Jorge Castañeda

Hace 2 años

Todos los vaticinios sobre las elecciones del 6 de junio de 2021, y el conjunto de análisis de los dos años y medio de vida del Gobierno actual, parten de la misma premisa: en 2018, el electorado mexicano rechazó de manera tajante y abrumadora al llamado PRIAN: la suma de votantes del PRI y del PAN, los cuales, como partidos, no se presentaron juntos a las urnas.

Debido a la corrupción, a la violencia, al mediocre crecimiento económico de los 18 años anteriores, y por la perseverancia de López Obrador y su “conexión” con la gente, Morena y su líder alcanzaron una victoria nunca vista desde el advenimiento de la democracia electoral en México (1997).

Esta tesis se ha vuelto una especie de verdad de Perogrullo, compartida igual por los partidarios del Gobierno y por sus adversarios. De ese presunto resultado contundente de las elecciones de 2018 derivan otras conclusiones, la mayor de las cuales es que López Obrador recibió un mandato contundente de cambio por parte de los electores, el mandato por el cambio que él proponía. Nunca me convencieron del todo estos hechos ni estas conclusiones. Ahora menos que antes. Estoy más convencido que nunca de que el resultado de aquella elección fue consecuencia de un “pacto” entre el PRI y Morena, el pacto PRIMOR. Es decir: de un pacto del entonces presidente Peña Nieto con el entonces candidato López Obrador.

El paso del tiempo parece confirmar la existencia de aquel pacto. Ha transcurrido más de la tercera parte del sexenio de López Obrador sin que algún funcionario del Gobierno de Peña Nieto esté en la cárcel, con excepción de la venganza personal del actual Gobierno contra Rosario Robles, que responde a otra lógica. Crece la evidencia, en cambio, de que Peña Nieto intervino a favor de López Obrador en la campaña electoral de 2018.

Según todas las encuestas, la que cada quien prefiera, y según el conjunto de estas, Oraculus por ejemplo, la invención de la famosa bodega ilegal de Querétaro, fabricada por la Procuraduría del Gobierno de Peña Nieto en contra del candidato del Frente por México, Ricardo Anaya, tuvo un efecto adverso decisivo en esa candidatura. La ofensiva legal del Gobierno de Peña detuvo la subida de la intención de voto por la candidatura de Anaya. Esto es un hecho. Entre finales de diciembre de 2017 y mediados de febrero de 2018, Anaya se acercó a menos de 10 puntos de López Obrador en la intención de voto. El ataque del Gobierno le tumbó entre 5 y 10 puntos de intención de voto a un Anaya estable, entonces ligeramente arriba del 30%. Fue una caída de la que no se repuso.

El ataque del Gobierno fabricándole un delito al candidato más competitivo como segundo lugar y la caída de ese candidato en las encuestas se produjeron durante la llamada intercampaña, cuando estaba prohibido responder con spots. Muy bien pensado. Algunos de los partidarios del otro candidato en competencia, el del PRI, José Antonio Meade, sostienen que el golpe gubernamental contra Anaya aceleró también el hundimiento de su propio candidato.

Muchos encuestadores serios creen que sin la decisión de Peña Nieto de inventarle un delito a Anaya, el candidato del Frente hubiera obtenido más que 30% del voto, y López Obrador alrededor de 45%, un margen considerable, pero muy inferior al 53% que obtuvo finalmente López Obrador frente al 23% que consiguió Anaya.

Quizás el mejor análisis sobre este “efecto-pacto PRIMOR” figura en el ensayo de Jorge Buendía y Javier Márquez, 2018: ¿Por qué el Tsunami?, publicado en el número de julio de 2019 de Nexos. Las estimaciones de los autores son muy precisas. De acuerdo con sus cálculos, en febrero de 2018 Anaya estaba a ocho puntos de distancia de López Obrador. Para marzo, luego del mes de la ofensiva del Gobierno, la brecha se había ensanchado hasta el 18% y nunca se redujo.

En otras páginas de este mismo número, Nicolás Medina Mora analiza con información e inteligencia un segundo capítulo del pacto. Se trata de la sobrerrepresentación de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados, irregularidad aceptada por el PRI y por el PAN. El INE ha reconocido ya que se equivocó al respecto. Parece claro que hubo algún tipo de complicidad del Gobierno de Peña Nieto en el enjuague. Recuérdese que la asignación de diputados de representación proporcional y la formación de grupos parlamentarios se hicieron mucho antes de la toma de posesión de López Obrador.

Ahora bien, siempre se supo que el pacto incluyó un tercer capítulo que, sin embargo, no se ha estudiado con la misma profundidad. Es el capítulo del manejo gubernamental de los votos utilizando el comportamiento de su propio partido, el PRI.

Varios estrategas señalaron una singular coincidencia que constituye el meollo de ese tercer capítulo a saber. Los estados de la República donde AMLO logró un porcentaje significativamente superior a su promedio nacional de 2018, se correlacionan extrañamente con la pertenencia política del gobernador: todos, con la excepción de Tabasco, eran gobernados por el PRI. Tabasco, el estado natal de López Obrador, votó, lógicamente, de manera abrumadora a favor de su hijo pródigo.

Por ahora no hay forma de comprobar la veracidad de estas hipótesis. Con el tiempo, algunos gobernadores y operadores priistas tal vez aclaren en público lo que sucedió.

La confirmación o el desmentido de esta tesis se dará en las elecciones de junio. Si a Morena le va muy bien en los mismos estados donde gobernaban priistas en 2018, la hipótesis se caerá por su propio peso. Habrá elecciones de gobernador en varios de los estados mencionados aquí: Tlaxcala, Baja California Sur, Sinaloa, Campeche. Salvo en el caso de Sinaloa, no parece haber disposición del gobernador saliente a ayudar a Morena. Si el partido del Presidente gana con números parecidos a los que obtuvo en 2018, la hipótesis difícilmente se sostendrá. Querrá decir que no lo ayudaron entonces los poderes priistas locales. Pero si ahora, cuando los mismos gobernadores priistas pertenecen a la oposición y a la coalición Va por México, a Morena le va mucho peor que a López Obrador en 2018, habrá algunos elementos de
comprobación.

Si todo esto es cierto, la oposición no está tan desacreditada, Morena no es tan amada ni López Obrador tan admirado. Ganó, pero con un mandato “normal”, y no por un margen “histórico”. Ganó, como dirían los clásicos, con una ayudadita: With a little help from his friends.

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