Por: Jorge Volpi
Irremediablemente, 2025 pasará a la historia por Trump, quien por supuesto no sólo es Trump, el individuo –ese sujeto sin convicciones ni escrúpulos, convertido en fachada de eso que aún no sabemos si llamar ultraderecha o extrema derecha o populismo autoritario de derechas global–, sino una porosa amalgama de ideologías e intereses parapetados detrás suyo. No ha cumplido siquiera un año de haber llegado de nuevo a la Casa Blanca –ya hemos normalizado que un delincuente convicto, que intentó descarrilar la democracia estadunidense el 6 de enero de 2021, haya sido elegido incluso con la mayoría del voto popular-, y con sus desplantes, estrategias, giros, insultos y mentiras ha trastocado por completo el mundo tal como lo conocíamos hace apenas unos meses.
En menos de 12 meses, vivimos en una tierra incógnita, llena de sobresaltos y peligros, difícil de imaginar poco antes. Hacia adentro, pese a los tropiezos y errores constantes, Trump ya ha demostrado el tipo de país y de Gobierno que persigue: un sitio homogéneo, esencialmente blanco y anglosajón, donde las minorías sean justamente eso: comunidades toleradas, no integradas, dejadas al margen de la representación política, donde haya ciudadanos de primera y de segunda. De las redadas a la expulsión masiva de migrantes, de las listas de países cuyos ciudadanos no pueden viajar a Estados Unidos a la idea de terminar con el ius soli que concede la nacionalidad a cualquiera que nazca en el país, Trump y los suyos están ejerciendo una biopolítica que recuerda tanto el racismo como la eugenesia del siglo XIX: lo que pretende es rediseñar un país con criterios étnicos, genéticos y culturales, haciéndose eco de las vertientes más extremas de sus bases.
No nos hallamos sólo ante un discurso, sino ante una práctica con la que los trumpistas están empeñados en el resto del planeta: sociedades que se pretenden uniformes, asentadas en viejos valores conservadores, en donde las políticas de diversidad –de cualquier tipo– o el multiculturalismo han sido por completo eliminadas y silenciadas, que permite criminalizar a los migrantes, transformados en ese enemigo imprescindible para generar el miedo y la ira que permitan mantener la hegemonía. Lo peor es que, poco a poco, lo va consiguiendo: el caso más reciente es la elección de José Antonio Kast en Chile, cuyo discurso militarista y antimigrante es una calca exacta de lo que Trump espera de sus aliados regionales. Muy pronto el mapamundi estará infestado de regímenes cada vez más parecidos al suyo: una vez probada la eficacia del experimento, sólo hace falta acentuar el contagio.
Otra porción importante de su agenda interna es la desarticulación de las universidades, los medios tradicionales y cualquier otro foco de oposición interna: de la asfixia presupuestal a las medidas de control, de la amenaza directa a la descalificación continua, su objetivo es que no existan ya lugares donde pueda fomentarse el pensamiento crítico o desde el cual se abran caminos hacia la disidencia: otra vez, políticas que distintos países copian aun sin coincidir del todo con Trump.
En el resto del mundo, prevalece una política a la que ya no le interesa ni siquiera fingir el respeto a los derecho humanos o a los valores propios de la Ilustración, y donde el combate a la desigualdad busca ser descartado por completo: la meta de Trump y los suyos es desarmar la democracia hasta que no quede de ella más que un tibio residuo electoral que permita su permanencia en el poder. Un esqueleto vacío, desprovisto de participación y vigilancia, mientras un sinfín de políticas que persiguen sólo la eficacia se ponen en marcha con una precisión de relojero. Otra vez, se trata de un sistema copiado en todas partes, incluso por aquellos que en teoría se le oponen, como México.
¿Hay siquiera un espacio para la esperanza? Visto su primer año de Gobierno, sólo nos queda confiar en que la torpeza o la mediocridad de los funcionarios que ha colocado en todas partes, elegidos sólo por su lealtad, sea al cabo la fisura de su caída. Si en efecto la economía estadunidense estalla, será lo único que sus votantes no le perdonarán.
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