Coahuila
Hace 1 mes
Cuenta en su libro Herodes el exagente de tránsito y exgobernador de Coahuila, Óscar Flores Tapia, bajo su personaje “Irineo Campanas”, seudónimo utilizado por el escritor y político saltillense, que, en el velorio de un personaje del Ojo de Agua, Prudencio Claveles, concurrieron personajes muy reconocidas de la barriada, entre ellas nuestro ilustre líder social Perfecto Delgado Carrión.
La reseña de Flores Tapia es un tanto cómica y crítica, así como mordaz, pues indica que Claveles murió de fiebre “astosa”. ¡Será aftosa! Corrige uno de los asistentes al velorio.
La explicación que da Polo Dávila, es que Claveles fue “lidiado por su propia mujer” (engañado por la dama con otros hombres) y según el señor Dávila las faenas de la perjura mujer jamás las hicieron e igualaron ni Armillita, ni el Soldado, ni ningún otro artista taurino de la época.
Y sigue la crítica: “Este señor Claveles, después de haber resultado manso (como algunos toros en las plazas) en las corridas de la vida, como cualquier buey de los que lidian en las plazas de toros de Saltillo, se entregó al puntillero y pasó a ocupar su gancho en la celestial tablajería (carnicería antigua, que colgaba las partes de las reses en ganchos de acero).
La conclusión o comprensión es que al pobre de Claveles su mujer le puso los cuernos, como solía decirse antaño, cuando la dama engañaba al marido con otro hombre.
Flores Tapia reconoce que el difunto fue amigo de Irineo Campanas y de él.
Y hace una reseña perfecta del velorio, no sin antes mencionar a personalidades del Barrio cuna de la ciudad, como a Héctor González, hermano del poeta sacrificado en la postrevolución Otilio González, quien habitara en la llamada “Tacita” o casita construida en un barranco sobre la calle Hidalgo, unos cuantos metros al sur de Práxedis de la Peña, a don Juan Breceda, el juez de barrio; Chon Palacios y “El Chaflán”, así como nuestro querido líder social Perfecto Delgado Carrión.
Cuenta Flores Tapia que al calor de las copas de aquel famoso vino denominado señorial, que había mandado Mauricio Rodríguez Perea, amigo de Prudencio Claveles, los asistentes al velorio se pusieron alegres y comenzaron los chistes.
Delgado Carreón contó lo que le sucedió una ocasión en que cambió algunas cobijas que él mismo elaboraba, por un canasto de huevos de esos canastos grandes de los panaderos, en el Centro de Saltillo, y se arregló con el dueño de un camión de redilas para que lo condujera por un par de pesos a su casa y tienda de abarrotes que tenía en el Ojo de Agua.
–“Pos no fue dando un saltote el condenado camión que me aventó pa’rriba y cayí dentro del canasto de los huevos”. Concluyó Perfecto Delgado, hombre corpulento, ¡me sacaron como si fuera un chilote relleno, lampreado!
En el transcurso de las horas, los ajos y las cebollas adquirían mayor sonoridad y algunos fumadores encendían sus cigarrillos en las velas que circundaban el féretro del indefenso difunto.
“Otros, haciéndose los inocentes y a pretexto de echarse una pestañita, se arrejuntaban con las chamacas y no pocos le hacían el amor a Bernarda la viuda de Claveles. Al filo de la madrugada se fueron retirando ‘los dolientes’ de aquella fiesta, en la que el único que no participó fue Prudencio”.
Al día siguiente, dice Flores Tapia que rumbo al cementerio se encontraron “Al Chaflán”, a quien llamaron la atención por haber iniciado la pachanga en el velorio y muy ofendido respondió:
–¡Así es que ahora ya no se puede uno divertir en ningún velorio!
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