Por donde se le quiera ver se trata de una historia de terror.
El terror producto de la ingobernabilidad sin freno que impera en estados como Guerrero; una entidad sin autoridad y sin ley, pero en manos de la mafia criminal llamada Partido Morena.
Terror por el secuestro y asesinato impunes de una menor de sólo 8 años de edad.
Terror alimentado por la ausencia de todas las instituciones del Estado mexicano y de los tres órdenes de Gobierno y que, por tanto, estimula el imperio de la barbarie.
Barbarie propia de los tiempos preciviles, representada en el México moderno a través de ese terror que significa tomar la justicia por propia mano.
Terror por el fracaso de “los abrazos” y por el intolerable imperio del crimen en todos los rincones del territorio nacional, pero en especial en entidades como Guerrero, en donde la plaga mayor es el mal Gobierno.
Terror porque los ciudadanos estamos solos, solos, solos, frente a una creciente pérdida colectiva de la confianza en la autoridad, en las instituciones y en la justicia.
Terror que alienta a la turba indignada que, ante la exigencia de justicia, sólo recibe desdén, indolencia e incapacidad oficiales; todos ellos potentes nutrientes de una grosera impunidad criminal.
Terror porque ante la ausencia de todo tipo de autoridad, no sólo se confirma el fracaso de las instituciones del Estado, sino la derrota de los tres órdenes de Gobierno —municipal, estatal y federal—, por el imperio vengativo de la justicia por propia mano.
Terror porque en un México dizque “gobernado” por la “izquierda” se vuelve realidad una versión terrorista de “Fuenteovejuna”, el clásico del Siglo de Oro español, de Lope de Vega, en donde la turba se representa sin más remedio que acudir a la justicia por propia mano, ante los abusos del poder.
Terror que confronta la entendible indignación y condena colectiva por el secuestro y crimen impune de una niña, como Camila, frente al aplauso y la justificación social por el linchamiento de sus captores, a manos de la turba.
Sí, vivimos en un México dominado por el terrorismo de Estado que todos los días y en todos los rincones del país estimulan todos los gobiernos del Partido Morena, sea a niveles municipal y estatal pero, sobre todo, desde el Gobierno federal.
Terrorismo que ha convertido a México en el país más violento del mundo, con casi 200 mil muertes producto del crimen; con el mayor número de feminicidios, de periodistas asesinados y políticos privados de la vida.
Por eso, frente al terror de la ingobernabilidad, la advertencia obliga.
Y es que, si bien nada justifica el secuestro y crimen de una menor de sólo 8 años, como Camila, tampoco existe justificación ante la inoperancia de las autoridades municipales, estatales y federales, y mucho menos se justifica el desdén y la arrogancia del Gobierno federal.
Pero existe algo peor —y que nadie se equivoque—; lo peor es que tampoco nada justifica que la turba enardecida haya acudido a la justicia por propia mano; linchamiento que no es justicia, sino vulgar venganza.
Y ese es el problema de fondo.
¿Por qué?
Porque la perversidad del Presidente mexicano, de su mafia criminal y la deliberada ausencia de las instituciones del Estado, sólo pretenden imponer —en el imaginario colectivo—, la idea de que no existe otra salida que la venganza por sobre la justicia.
Sí, a diario y desde lo más alto del poder presidencial el mismísimo Mandatario intenta hacernos creer que es normal la ausencia del Estado y sus instituciones —que no aparezcan las autoridades frente a la violencia criminal—, y que, por tanto, el deber ciudadano es la venganza; venganza que sustituye por completo a la justicia.
Dicho de otro modo, en los hechos, resulta que todos los días, desde su mañanera, López Obrador aparece como el “paladín” de la venganza de Estado y descalifica en forma vengativa no sólo a todos los críticos de su mal Gobierno —en especial a Loret de Mola—, sino a empresarios como Ricardo Salinas, a candidatas presidenciales como Xóchitl Gálvez, a la presidenta de la Corte, la ministra Norma Piña y hasta al presidente argentino, Javier Milei.
Y la estadística es brutal; casi 150 linchamientos en los poco más de cinco años del Gobierno de AMLO.
Sí, queda claro que vivimos atrapados por un peligroso terrorismo de Estado —impuesto desde Palacio—, que a través de la ingobernabilidad busca normalizar la barbarie, sea lanzada por el propio Presidente, sea empleada por la turba callejera.
Pero también está claro que solo mediante el voto será posible regresar al imperio de la ley, de las instituciones y de la justicia.
¿Seremos capaces de tal hazaña?
Al tiempo.
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