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Ciclos, pausas y renacer

Por Gaby Vargas

Hace 2 años

Esa mañana de domingo un grupo de amigos caminamos por el campo rodeados de la humedad y el verde que las lluvias regalan. Sin embargo, llegamos a un tramo en el que solo nos rodeaban varas secas, pajizas y altas. “Estas varas en lluvias reverdecen y continúan creciendo. Miren, comienzan por la base –su mano señalaba los retoños cerca de la tierra– hasta verdear toda la rama. Y ya para noviembre se vuelven a secar y parecen otra vez muertas; pero ahí se quedan hasta las siguientes lluvias”, nos comenta Israel, nuestro guía conocedor del lugar.

La naturaleza, como siempre, nos da una lección. Así es la vida también. Crecemos en ciclos: verde, crecimiento, sequía y pausa, una especie de espiral ascendente que se desarrolla para nuestro beneficio. Y que, de manera global, se podría considerar evolución.

Tarde o temprano, un nuevo ciclo llega para todos los elementos vivos del planeta, mismo que nos puede impulsar, estimular, animar, ya se trate de una relación, una oportunidad, un proyecto, un bebé, un reto, un viaje. Al aceptar ese inicio tomamos un aire nuevo, o bien, nos sumergimos en el vacío.

La diferencia entre las plantas y nosotros es que en ese vacío, mientras la planta yace tranquila y en paz con la confianza de su próximo retoñar, nosotros, integrantes de la “especie evolucionada”, solemos sentir agobio, desesperación, carencia de sentido o valía. Lo cual incrementa la sensación de sequía.

Los ciclos no son opcionales. Cada etapa tiene un tiempo y propósito. La única manera de prolongar o acortar la percepción de cada una es darnos cuenta de que estamos dentro de ella, que no existe ni el mañana ni el ayer, que solo nos toca apreciar el presente porque un nuevo periodo –con sus regalos y sus retos– nos espera muy pronto a la vuelta de la esquina.

Mientras estamos en la época verde y de crecimiento, llámese juventud, un puesto laboral, una relación, una etapa de nuestros hijos, un estado de salud, nos sentimos vivos, contentos, quizás exitosos. Creemos que el ciclo será para siempre, que somos eternos, que la gente es eterna, que los lugares y los momentos serán eternos. Pasamos por alto vivir en el presente, agradecer, disfrutar el instante como algo que sí pasa y sí se va.

Además, es inevitable atravesar por lapsos de sequía y vacío. Si nos aferramos al frescor, sin ser conscientes de aquello que contribuyó a nuestra expansión y crecimiento, la aceptación del final de un ciclo será más difícil y nos causará sufrimiento. Solemos aferrarnos a la juventud y la estamina de antaño, un trabajo que no nos satisface del todo, las relaciones basadas en las apariencias, aun cuando sabemos que lo mejor sería terminar y continuar el camino por nuestro bien.

Si bien no elegimos pasar por las fases de pausa y vacío que nos incomodan, sí podemos transitarlas con humildad y aceptación, considerarlas parte de los ciclos de la vida, sabiendo que eso que parece un final no es en realidad el final. Nos aligerará el camino creer que una nueva etapa de creación y crecimiento de algún modo nos espera, porque así será.

Sí tuviéramos la sabiduría de las varas secas y confiáramos en que siempre “algo” surgirá o llegará, podríamos tener la tranquilidad suficiente para discernir que todo en la vida tiene su ritmo, sus ciclos, sus pausas y su renacer.

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