Desde hace algún tiempo, a través del Papa Francisco de feliz memoria, así como del Papa León, Dios está hablando fuertemente al mundo a través de los hermanos mayores. Cada vez más, vemos cómo los adultos mayores han tenido una mayor participación y presencia en la Iglesia. Esto no es nuevo, porque desde tiempos inmemoriales, según consigna la Sagrada Escritura, Dios mismo ha constituido como protagonistas a estos venerables hermanos, en su obra de salvación:

Pensemos por ejemplo, en Abraham y Sara, que siendo ya ancianos, permanecían incrédulos ante la palabra de Dios, que les prometía un hijo. Así, del vientre estéril de Sara y del cuerpo centenario de Abraham nace el Pueblo elegido (cf. Rom 4, 18-20).

A Moisés, lo llama a liberar a su pueblo siendo octogenario (cf. Ex 7,7). Dios se le presenta, diciéndole: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (Ex 3, 6). Dios pone su propio nombre junto al de los grandes ancianos de Israel, para enseñar que el hijo, el joven encuentra y recibe a Dios siempre y sólo a través de los padres, y de los ancianos.

En el libro del Génesis encontramos el conmovedor episodio de la bendición dada por Jacob, ya anciano, a sus nietos, los hijos de José (cf. Gn 48,8-20).

Isaac, ya anciano y con problemas de visión, llama a su hijo para recibir su bendición antes de morir. 

A pesar de su avanzada edad y ceguera, demuestra ser un hombre de fe que sigue hasta el final las instrucciones de Dios (Gn 27).

Rut, la moabita no se separó de su anciana suegra Noemí, y le dirigió palabras sorprendentes: «No insistas en que te abandone y me vuelva, porque yo iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. (Rut 1,16). 

Rut siente que esa mujer anciana la necesita y, con valentía, permanece a su lado. Ella nos enseña que a la súplica: “¡No me abandones!” es posible responder: “¡No te abandonaré!”. Rut eligió permanecer con Noemí y fue bendecida con un matrimonio feliz, una descendencia y una tierra.

La reacción de Zacarías ante el anuncio del nacimiento de un hijo no es muy diferente a la de Abraham: ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada (Lc 1,18). 

De la misma manera, del vientre estéril de Isabel y de un hombre cargado de años, nace Juan el Bautista, precursor de Cristo.

La ancianidad, la esterilidad y el deterioro parecen apagar las esperanzas de vida y de fecundidad de todos estos hombres y mujeres. Pero Dios tiene, no otros datos, sino otros planes.

El mismo Nicodemo pregunta a Jesús, cuando el Maestro le habla de un “nuevo nacimiento”: ¿Cómo puede un hombre nacer cuando ya es viejo?

En la Escritura, Dios muestra muchas veces su providencia dirigiéndose a personas de avanzada edad. 

Con estas elecciones, Dios nos enseña que, a sus ojos, la ancianidad es un tiempo de bendición y de gracia. Y que para Él, los ancianos son los privilegiados testigos de la esperanza.

El hecho de que el número de personas en edad avanzada esté en aumento se convierte para nosotros en un signo de los tiempos que estamos llamados a discernir. 

Si es verdad que la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, con la misma fuerza y verdad debemos decir, que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir.

La fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la ancianidad.

A Simeón y Ana, ya ancianos, se les reveló la hermosísima noticia de Jesús, que los animó con su luminosa presencia y los hizo gozar jubilosamente por el cumplimiento de las promesas (Lc 2, 25-38).

Joaquín y Ana, no sólo papás de la santísima Virgen María, sino dichosos abuelos de Jesús. Son considerados ejemplos de fe y crianza, ya que educaron a María en la fe y la prepararon para su inconmensurable papel como Madre de Dios.

¡Y cómo olvidar el encuentro de María santísima con su prima Isabel. Encuentro entre una joven y una anciana. Ambas santuarios de la vida, que llevaban en su seno!

El Papa Francisco, finalmente, quiso que la Jornada Mundial de los abuelos 2025 se celebrase sobre todo yendo al encuentro de quien está solo. 

Por esta razón, decretó que quienes no puedan peregrinar a Roma, podrán conseguir la Indulgencia jubilar si van a visitar a los ancianos en soledad, como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 34-36). ¡No perdamos tiempo, aprovechemos esta oportunidad!