Nada es permanente. Todas las cosas, e incluso todas las personas, están en constante y continuo movimiento y cambio. Algunos de estos cambios pueden ser casi imperceptibles, pero eso no significa que sean menos profundos.
Quizás, en muchos casos, nos damos cuenta de ellos hasta mucho tiempo después, cuando los efectos del proceso de transformación ya son tan evidentes que sería imposible no notarlos. Sin embargo, transformar implica un proceso largo de construcción, a veces invisible en muchas de sus partes: “Lo esencial es invisible a los ojos”, escribía el autor francés Antoine de Saint-Exupéry.
¿Han escuchado hablar de la teoría de la “punta del iceberg”? Un iceberg no es más que una masa de hielo flotante que sobresale de la superficie del mar. Sin embargo, bajo el agua se encuentra sumergida la mayor parte de esta masa. De hecho, un iceberg es en realidad diez veces más grande de lo que nosotros podemos ver: es decir, su punta.
Transformar realidades, situaciones y personas implica un proceso muy largo, con numerosas etapas, altibajos, caídas y recuperaciones. Del mismo modo, transformarse a sí mismo es el resultado de esta misma dinámica. Y quizás, enfrentarse a uno mismo y a los propios demonios internos sea mucho más difícil que atribuir nuestras “desgracias” a causas externas.
Me encuentro firmemente convencida de que cada persona llega a esta vida con un propósito que cumplir. Independientemente de cuál sea este propósito, deberíamos asumir un compromiso serio con nosotras y nosotros mismos, con los demás, y especialmente con nuestro propósito, desempeñándonos en nuestra cotidianidad y tratando de dar lo mejor de nosotras y nosotros. Pero, para poder hacer esto, necesitamos construir nuestra mejor versión, y para ello, primero debemos transformarnos para así transformar nuestra realidad.
No existe un propósito más importante que otro. Es cierto que algunos propósitos de vida pueden tener más impacto o ser más llamativos que otros. Sin embargo, creo que cada persona, desde su espacio y trinchera, con su peculiaridades y características específicas, puede generar un cambio significativo, por pequeño o insignificante que parezca.
Lo que hace importante a un proceso de cambio es la intención con la que se lleva a cabo, y esta intención debe ser hacer lo mejor que podemos. Esto es válido tanto para nuestros procesos de transformación interna como para los procesos externos que pueden tener un impacto en nuestro círculo social o familiar, en nuestra sociedad o incluso en el mundo.
Este debe ser nuestro compromiso: construir nuestra mejor versión. Es nuestra responsabilidad, lo que implica generar cambios significativos en nuestros comportamientos y, especialmente, eliminar todas aquellas cosas –situaciones y personas– que no nos benefician, rodeándonos en cambio de todo lo que nos emociona y nos hace sentir bien.
Pero también nuestro compromiso debe ser mayor hacia la vida que vivimos. Desde nuestra mejor versión, la cual nunca será una versión acabada, sino que se desarrollará constantemente, todos deberíamos asumir la responsabilidad de contribuir a construir una mejor versión del mundo en el que vivimos.
No sé si este sea mi propósito de vida, pero he decidido asumir este compromiso. Mi objetivo es transformar la realidad a través de la educación, formando generaciones de personas comprometidas con la causa más noble: la de los derechos humanos. Además, busco difundir un mensaje de motivación que afirma que todo es posible, siempre y cuando las intenciones sean nobles y amorosas.
Y aunque lo único visible sea la punta del iceberg, cada uno de nosotros sabe muy bien si los cimientos de lo que construimos son sólidos, lo cual solo sucederá si los construimos con amor, y comprendemos lo que este camino de transformación implicó. Entonces, nos sentiremos muy orgullosas y orgullosos de nosotros mismos y felices por nuestro propósito de vida…y es así como me siento yo.
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