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Coahuila

Cuando Mazatlán fue azotado por la peste bubónica

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 2 años

Revisábamos información para uno de nuestros escritos cuando, de pronto, nos encontramos con algo de lo cual ni idea teníamos. Finalizaba el tercer año del siglo nuevo y el país continuaba de manera sostenida su proceso de crecimiento económico, desafortunadamente el desarrollo escaseaba. Eran los últimos días de 1902 y estaba próxima la llegada de 1903. En medio de ello, por los rumbos del Pacifico, específicamente en Mazatlán, la población empezó a inquietarse. Se registraban casos de personas enfermas y varias no podían sobreponerse a sus males. Esto llamó la atención de las autoridades estatales que lanzaron un llamado de ayuda emergente al gobierno central para que les enviaran médicos quienes ayudaran a diagnosticar aquello. Y aquí iniciamos el relato basado en la información que publicó en esos tiempos el diario “El Imparcial,” el que con mayor detalle le dio seguimiento al evento. 

El gobierno federal dio respuesta pronta y envió catorce facultativos para que fueran a ver de que se trataba aquel asunto.  El grupo estaba integrado por Leopoldo Ortega, Martiniano Carbajal, José María Dávila, Perfecto G. Bustamante, Salesso D. Canobbio, Francisco Lavín, Genaro Noris, Manuel J. Urrea, Gregory Rayers, Juan A. Valadez, A. H. McHaxton, Arnulfo María Fernández, Manuel Gómez Sarabia y Onofre Maya. Cuando los galenos arribaron a Mazatlán, ya había un buen número de personas internadas en el lazareto. Estamos ciertos de que usted lector amable conoce el significado de esta palabra, pero como no queremos quedarnos aislados en nuestra ignorancia pues suponemos que alguien más la comparte, nos permitimos indicar que esto es un establecimiento sanitario para aislar a los infectados o sospechosos de enfermedades contagiosas.  A la par, se sospechaba que, a lo largo de la ciudad, había un buen número de personas quienes buscaban no ser identificadas como portadoras del mal. No obstante, ello, las autoridades aun no se percataban de la gravedad de la situación pues se anunciaba que el gobernador de Sinaloa, el general Francisco Cañedo Belmonte habría de ofrecer un banquete al cuerpo de doctores, mismo que al final fue cancelado. Antes de continuar, cabe mencionar que este personaje nativo de Acaponeta, Nayarit, gobernó Sinaloa, directa e indirectamente, durante 32 años entre 1877 y 1909. Pero volvamos al tema del mal que aquejaba a los sinaloenses.

Cañedo ya había solicitado al Consejo de Salubridad presidido por doctor Eduardo Liceaga Torres que, además de enviarle personal para atender enfermos, le apoyara con alguien que fuera a investigar que era aquello.  El encargado de determinarlo fue otro galeno, Octaviano González Favela, quien tras de realizar los análisis pertinentes llegó a la conclusión de que la enfermedad era generada por el bacilo pestoso, Yersinia pestis, se trataba de la peste bubónica acerca de lo cual informó inmediatamente a Liceaga. Éste, en respuesta, envió instrucciones de las medidas inmediatas a tomar. Sin embargo, apareció un obstáculo para poder combatir el mal con eficiencia mayor.  Mucha de la gente del pueblo decidió ocultar a sus enfermos y no dar a conocer a la autoridad sobre el hecho. A pesar de este tropiezo, se ordenó ampliar el lazareto y construir unas barracas en la Isla del Belvedere para colocar ahí a personas que aun cuando no padecieran el mal, habían estado en contacto con enfermos. Como medida de combate, se ordenó que todas las casas en donde hubiera enfermos fueran destruidas o desinfectadas. A la vez, se recomendó a las autoridades de los estados colindantes con Sinaloa que era conveniente “dictar medidas de higiene publica y procurar la destrucción de las ratas.” 

 De como se originó el problema, se mencionaba que, conforme a informes del departamento de estado de los EUA, arribó en la embarcación “Curazao” procedente de San Francisco, California la cual transportó ciudadanos de origen chino quienes desembarcaron en el puerto el 15 de diciembre de 1902. Debemos de recordar que, en esos tiempos, el tráfico marítimo era intenso en el puerto de Mazatlán. Por ahí se exportaban metales preciosos, azúcar, tabaco labrado, mantas y jabón, mientras que se recibían productos tales como textiles, vinos, loza, papel, abarrotes, maquinaria y material ferroviario.  A pesar de la situación imperante, algunas personas en Mazatlán se oponían a que se difundiera la alarma pues sabían que hacerlo traería graves problemas económicos para los negocios. 

Lo anterior, no impidió que el 2 de enero los introductores de ganado se negaran a llevar sus reses al rastro y la ciudad amaneció sin abasto de carne. Pero esto no era debido a temores relacionados con la epidemia sino como protesta por los altos gravámenes que el municipio les venia imponiendo, a ellos se sumaron los vendedores de artículos de primera necesidad. Todo pintaba para desastre y ante eso, el gobernador arregló el problema, se cedió a la petición de los huelguistas, pero los alimentos empezaban a escasear.

 Al principio, se llegó a mencionar que la enfermedad podía calificarse de benigna. Sin embargo, pronto, la realidad empezó a mostrar el lado oscuro del problema. Para combatirlo era necesario apoyos financieros y el gobierno federal envió 20 mil pesos de los cuales la mitad se destinaron para limpiar los caños del desagüe, y los otros diez mil para construir barracas y lazaretos provisionales. Hemos de mencionar que una de las quejas que se hacían estaban relacionadas con la insalubridad que prevalecía en las calles de Mazatlán. A la par, las familias pertenecientes a las clases acomodadas no perdían tiempo y se embarcaban hacia otros lares antes de que la peste los convirtiera en sus víctimas. 

Para el día de reyes, los prohombres del pueblo se reunieron en la sede de Melchers Sucs. Ahí, determinaron constituir una Junta Local de Caridad encabezada por José H. Rico, Francisco de P. Aguirre y M. de Ibarnegaray. Acordaron levantar una suscripción entre los vecinos para recaudar fondos que destinaria al apoyo de aquellos que carecían de recursos; pedir vacuna y suero anti pestoso al extranjero; mandar hacer un análisis perfecto del agua, y encargar desinfectantes que ya están agotados. Pero la Junta decidió extender su petición hacia los notables del país y les envió un comunicado en el que se leía: “La ciudad de Mazatlán, una de las primeras, siempre en acudir al alivio de las calamidades de todas las poblaciones de la república que han sufrido cualquier desgracia, es hoy la víctima del más terrible de todos los males:  la peste bubónica. El comercio, la banca, y los propietarios hemos constituido una Junta de Caridad, para ayudar a las autoridades en la adopción de las medidas que tiendan a combatir la epidemia y muy principalmente para aliviar a los enfermos y auxiliar a innumerables huérfanos. Conociendo los filantrópicos sentimientos de usted, y en nombre de la humanidad, solicitamos su valiosa cooperación a fin de allegar recursos pecuniarios con que atender a las victimas de la mas grande de las calamidades que jamás se han sentido en la República.”  Sin embargo, mientras llegaba la ayuda el número de personas fallecidas crecía dia con día.

Para ese momento, en Mazatlán era común escuchar a la población decir que el gobierno federal no se había preocupado por obtener la vacuna y el suero anti pestoso. Ante ello, el Consejo de Salubridad respondida que desde el momento en que se supo de la necesidad de obtener dichos medicamentos, se proveyó al cónsul de México en New York con dinero para que los adquiriera y que, en consecuencia, ya estaban por llegar a nuestro país. Mientras tanto, les recomendaban a los mazatlecos que se sometieran a las medidas sanitarias adoptadas, y que cada uno contribuya con su parte “procurando el aseo de su persona, cosas y casa, y destruyendo las ratas, los ratones y las pulgas. Asimismo, se les exhortaba a declarar oportunamente ante la autoridad si conocían de alguien que presentaba síntomas del mal. Para evitar que la epidemia se extendiera, se recomendaba a quienes fueran a emigrar que antes de hacerlo se sometieran a un reconocimiento médico y se proveyeran de un certificado de sanidad; así como que sujetaran a sus ropas y equipajes a una desinfección antes de salir. A pesar de todo esto, no faltaba quien seguía cuestionando los resultados presentados por González Favela. 

Para reforzar lo anterior, para el 9 de enero de 1903, no faltaban quienes cautelosamente mencionaban que el número de decesos había disminuido.  En ese entorno, se mencionaba los apoyos pecuniarios recibidos por parte de gobernadores de otras entidades y de personas residentes en el extranjero. Pero como era necesario fomentar el optimismo, el corresponsal de “El Imparcial” en Mazatlán decidió darse una vuelta por el lazareto. De acuerdo con su versión el sitio era un lugar en donde la asepsia prevalecía. En ese entorno, los enfermos, la mayoría mujeres, no expresaban queja alguna sobre la atención medica y personal que recibían. En cuanto a la alimentación, al paciente se le daba “leche, te, café, huevos, caldo, sopa, carne y pan. Una botella de Jerez esta en la cabecera de cada enfermo y, además, en la noche se le da a cada uno de los aliviados una taza de te con coñac…” 

Unos días después, el doctor Liceaga alababa las acciones tomadas por las autoridades en Sinaloa y repetía acogerse a las medidas mencionadas líneas arriba. En igual forma, reiteraba que “próximamente va a llegar a Mazatlán el suero Yersin que dará inmunidad por quince días a las personas que con él se inoculen. Días más tarde llegara la vacuna de Haffkine y entonces se hará dar salida enteramente franca a las personas que hayan sido vacuna das cuarenta y ocho horas antes de salir.  Las mercancías y equipajes serán desinfectados en una pieza cerrada con acido sulfuroso. Serán registrados los bultos que estén agujerados para cuidar que no lleven ratas, ni ratones.”

Todo eran promesa, los días pasaban y los habitantes de Mazatlán no veían llegar ni el suero, ni la vacuna. Ante eso, una gran cantidad de la población ya había emigrado, especialmente las mujeres. Las pocas personas que se veían caminar por las calles eran hombres. El comercio y las industrias estaban abatidos. Para mediados de enero, ciento seis casas de madera habían sido quemadas. Las donaciones alcanzaban los cuarenta mil pesos y en pocos días llegarían a los 78 mil pesos. Eso sí, día con día no faltaba el reporte de cuantos eran los muertos, infectados nuevos, remitidos al lazareto y el grado de gravedad de cada enfermo. Y por si alguien estaba preocupado, se mencionaba que hasta ese momento sesenta y seis familias de las consideradas “de la mejor sociedad” ya habían dejado tierras mazatlecas.  Todos los días recibían la noticia falsa de que ahora si llegasen, procedentes de Guaymas, el suero y la vacuna.

Como los remedios no arribaban, el director del lazareto, el doctor Francisco Lavín, decidió recurrir a la inventiva y aplicar a los pacientes “inyecciones de suero Hagens modificada   bajo la formula de agua esterilizada (1000 gramos); sal (7 gramos) salitre (7 gramos) y glicerina pura (50 gramos).” Con ella, salvaron “la vida muchísimas personas.” Hasta que, finalmente, el 4 de febrero arribó el suero Yersin. Pero ahí, se inició otro problema. Muchas personas empezaron a huir temiendo que se les fuera a someter por la fuerza al tratamiento. Para el día 18 de febrero, los cuestionamientos seguían ya que se afirmaba, a quienes se les aplicó fallecieron. Y en lo concerniente a la vacuna, enviada por el Consejo de Salubridad, ningún frasco había sido abierto, determinando que a menos que se probara su efectividad a nadie se le suministraría.

Tras varios días en que todo apuntaba hacia una disminución en el número de casos, de pronto para el 22 de febrero se dio un repunte y volvieron a encenderse las alarmas. Lo que para nada se contraían eran las aportaciones monetarias que a finales de febrero contabilizaban 269 mil pesos, de los cuales se habían erogado 157 mil, quedando en la caja 112 mil. Entre los gastos se contabilizaban 72.9 miles de pesos pagados como indemnización por 291 casas quemadas.

Las medidas preventivas no se detenían y toda persona que llegaba a Mazatlán procedente de ciudades no infestadas era enviada a cuarentena durante diez días en las barracas donde había llegado gente contagiado, medida que era muy criticada. A pesar de estos señalamientos, poco a poco la presencia de la peste bubónica fue cediendo. Para finales de marzo de 1903, los reportes de decesos eran nulos y las infecciones mínimas. En resumen, durante la pandemia en Mazatlán se contabilizaron un total de 738 personas que contrajeron el mal, de las cuales 529 fallecieron. Un total de 1910 personas estuvieron dispuestas a recibir la vacuna y 15, 260 fueron inmunizadas con el suero Yersin.

Es de resaltarse que durante toda la etapa en que se enfrentó el problema, autoridades y miembros de la sociedad mazatleca trabajaron de manera unida. Todos estaban conscientes de la gravedad del problema y lo que en ello iba. Asimismo, es de destacar el espíritu de cooperación que se dio ya que para fines de marzo las aportaciones alcanzaban casi los 350 mil pesos, de los cuales aun sobraban alrededor de 135 mil sin gastarse. 

Esta es la narrativa de un evento ocurrido, en un sitio especifico, hace muchos años que, al describirlo, por momentos, nos pareció que no escribíamos sobre ese antepasado, sino que lucía como si fuera actual, pero había algunas diferencias. Hemos de hacer notar que durante todo el tiempo en que duró la epidemia, el gobernador Cañedo Belmonte se trasladó a Mazatlán y desde ahí coordinó los trabajos. Además, los boletines oficiales que diariamente se emitían, no eran derivados para la responsabilidad del ningún subalterno, el mismo mandatario estatal los firmaba y asumía la responsabilidad de lo que ahí se informaba. Eso sí, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Qué tanto se ha avanzado a la hora de responder ante las emergencias sanitarias?  [email protected]

Añadido (21.32.108) Entre pedir y ofrecer hay una gran diferencia. Nunca está de más revisar el diccionario 

Añadido (21.32.109) A esas reproducciones en el Zócalo les faltó realismo. ¿Acaso olvidaron que ahí llevaban doncellas, guerreros, cuchillos de obsidiana, realizaban ofrendas a los dioses y, como corolario, ofrecían  menú de humano al gusto de la nobleza mexica?

Añadido (21.32.110) Ya dejémonos de andar queriendo determinar en qué porcentaje provenimos de indígenas o de ibéricos. Al final de cuentas, la abrumadora mayoría de los habitantes de este país, somos herederos de ambas culturas con todos sus positivos y negativos. Ni modo de nos sometamos a un proceso de pureza para eliminar, al gusto, unos u otros genes. Aceptemos nuestra condición de mestizos y dejemos de embarcarnos en discusiones estériles.

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