Querida persona lectora, ¿Eliges siempre lo que quieres?
Quizás esta pregunta parezca obvia. ¿Quién sería tan loco como para escoger algo que no quiere? Tal vez la teoría sea sencilla, pero en la práctica, al momento de tomar cualquier tipo de decisión que implique elegir entre distintas opciones, las cosas pueden complicarse.
¿Por qué? Porque, a veces, puede ser difícil tener claridad sobre lo que queremos (y tener el valor de escogerlo). Pongamos algunos ejemplos.
Vamos a un restaurante y hay que decidir qué pedir. Quizás sea un restaurante que ya hemos visitado antes y que nos gusta mucho, donde conocemos el menú y tenemos nuestro platillo (o varios platillos) favorito.
En este caso, probablemente no tardaríamos mucho en elegir lo que queremos comer. Pero también puede pasar que, por cuestiones de salud (o porque estamos a dieta), un día no podamos pedir lo de siempre y nos toque comer algo que, aunque seguramente sea delicioso, no nos guste tanto.
Mientras que en el primer caso estaríamos escogiendo lo que queremos, en el segundo (aunque sea por causas de fuerza mayor) estaríamos eligiendo algo que no queremos, porque no podemos optar por lo que realmente deseamos.
Otra posibilidad es que se trate de un restaurante desconocido, quizás incluso en un país extranjero y con un menú que ni siquiera entendemos. Aquí, los más atrevidos se dejarían guiar por la intuición y por la curiosidad de probar los platillos locales (por exóticos que parezcan), aun cuando sean alimentos que normalmente no comerían o no escogerían, sólo para vivir la experiencia completa del viaje.
En este caso, entonces, quizás no estaríamos eligiendo de manera consciente lo que queremos comer, sino que optaríamos por algo como parte de una experiencia más grande, aceptando el riesgo de que no nos guste. Por el contrario, las personas más prudentes tratarían de buscar lo que les gusta más y lo que normalmente comen.
Desafortunadamente, muchas veces podrían quedar decepcionadas, ya que en otras partes del mundo lo que más nos gusta de nuestra casa sabe muy diferente. En este caso, estaríamos eligiendo lo que queremos, aunque, en realidad, lo que queremos no está allí.
Pensemos en otro ejemplo. Vamos a una tienda y vemos un par de pantalones que, en el maniquí de exhibición, se ven espectaculares. Nos gustan, queremos probárnoslos, pero, desafortunadamente, no nos quedan como al maniquí.
En este caso, ¿qué es lo que realmente queremos? ¿Los pantalones que vimos en la vitrina o tener la misma figura del maniquí? O quizás ambas cosas: que esos pantalones se nos vean como al maniquí. Todas las opciones son válidas y, sí, tenemos el derecho de elegir lo que realmente queremos, aunque no sea fácil de conseguir.
Sin embargo, muchas veces queremos algo y decidimos elegir otra cosa. Si seguimos con el ejemplo de los pantalones, quizás lo que realmente queremos es que nos queden como al maniquí, pero elegimos otra prenda porque pensamos que, al final de cuentas, no vale la pena o que se necesita mucho esfuerzo para conseguirlo.
Hay cosas que queremos con todo nuestro ser y que, al mismo tiempo, nos asustan, nos desafían o nos obligan a salir de nuestra zona de confort. Por eso, decidimos no elegirlas.
Como seres humanos, tenemos libre albedrío: si, por un lado, tenemos el derecho de elegir lo que queremos (siempre y cuando esto no afecte a alguien más, pero esa es otra historia), por otro, también tenemos el derecho de no elegir lo que queremos o de elegir lo que no queremos. Sin embargo, la responsabilidad de las decisiones que tomamos es de cada uno de nosotros.
Más sobre esta sección Más en Coahuila