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Coahuila

Don Bruno Zúñiga Vélez hojalatero, hierbero y sinarquista

Por Carlos Gaytán Dávila

Hace 2 años

Hubo en Saltillo un digno y recalcitrante representante del sinarquismo nacional, don Bruno Zúñiga Vélez, quien se caracterizó por su defensa a ultranza de las causas más nobles de la colectividad, con acciones tan osadas que le causaron ser víctima de los malos gobiernos, que en lugar de resolver la problemática, lo metieron a la cárcel y lo maltrataron físicamente.

Zúñiga Vélez se mantiene firme en su comportamiento, actitud, ideas o intenciones, a pesar de estar a veces equivocado.

El sinarquismo es un movimiento político, social y cultural nacionalista mexicano, fundado el 23 de mayo de 1937 en León, Guanajuato, que tuvo su auge durante la primera mitad del siglo 20. Su ideología la define la propia Unión Nacional Sinarquista como nacionalista, fascista, anticomunista, católica, popular, sindicalista y Social Cristiana.

Y tuvo en don Bruno a uno de sus más acérrimos contendientes con su doctrina férrea contra las injusticias. Sufrió persecución y hasta encarcelamiento, este hombre “chaparrón”, de facciones toscas pero de gran corazón y templanza. Jamás claudicó, nadie, pero nadie lo hizo retroceder un milímetro de sus convicciones.

Combinaba sus actividades en pro del sinarquismo con la hojalatería y la herbolaria. Poseía un herbario muy completo y era el “médico de cabecera” de miles de personas, no solo de la ciudad y del estado, sino del interior de la república y del extranjero, que llegaban a su vivienda, donde tenía el despacho en la segunda pendiente de la calle Hidalgo en el barrio del Ojo de Agua. Era nativo de Saltillo.

Su filosofía era: “El sinarquismo es un movimiento profundamente nacionalista, profundamente mexicano, pero no a la manera de la vieja Europa, que se debatió en una guerra sangrienta. No busca el mito de la superioridad racial, ni la hegemonía de su pueblo, sobre los demás, en detrimento de la paz.

Siempre respetuoso de los derechos humanos y de las causas justas, defendió con ahínco sus ideales y sus acciones, sufrió el rigor de las autoridades, que confundían al sinarquismo con el comunismo, doctrinas muy contrarias.

“Nuestra lucha es lucha de espíritu, es lucha del bien, es lucha de la razón”, solía decir.

Era continuo verlo circulando por la ciudad a bordo de su studebecker propagando sus ideas a través de un equipo de sonido, con sendas bocinas de lámina sobre el capacete del vehículo, o invitando a votar por los candidatos que apoyaba la Unión Nacional Sinarquista, al tiempo que ofrecía sus servicios de herbolaria. Regularmente manejaba el automóvil Gorgonio, uno de sus siete hijos.

Era además quiropráctico en beneficio de la gente de la ciudad y de las rancherías cercanas a Saltillo.

Hasta sus últimos días, don Bruno sostuvo sus ideas y convicciones y tuvo el último altercado de su vida con el gobernador Óscar Flores Tapia, a quien se le olvidó que también fue muy pobre y sufrió de muchas carencias, pues el líder sinarquista le reclamaba la falta de servicios básicos en una gran parte de Saltillo, así como la carencia de agua y el alto costo de esta para personas humildes.

Encabezó un movimiento de la Unión Nacional de Usuarios de Aguas de Saltillo, para exigir la solución de esta problemática, y como toda respuesta, las autoridades, ordenaron su arresto, junto con un viejecito de nombre José Olivo, quienes a punta de metrallata fueron sacados de sus domicilios, violando todas las garantías individuales y los derechos humanos y los arrojaron a los fríos separos de la cárcel municipal. Al señor Olivo le quebraron varias costillas.

Una de sus máximas: “Hay que amar la pureza, la verdad y la honradez. Y hay que odiar la pereza, la mentira y la vulgaridad”.

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