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El mito de Pemex

Por Oscar Pimentel

Hace 2 años

La realidad es siempre muy terca. La evolución de Pemex y las nuevas decisiones del Gobierno federal en materia de política energética así lo demuestran. En un afán de voluntarismo desbordado se pregona que la empresa petrolera mexicana –gracias a la nueva visión del Gobierno– será la “palanca del desarrollo del país” y que lograremos muy pronto la soberanía energética. Este es un mito que choca con la realidad y se alimenta de puro dogma e ideología, el mito que no quiere saber de hechos, datos y tendencias medibles de lo que pasa en la economía mundial, en las necesidades de consumo de la gente y en el medio
ambiente.

Pemex no puede ser la “palanca del desarrollo” porque es una de las 10 empresas más endeudadas del planeta y se encuentra en una situación de quiebra técnica, porque el mercado del petróleo se está deprimiendo cada vez más, por la explotación de nuevos aprovechamientos y por los compromisos ambientales que reducen el consumo de combustibles fósiles, y además porque la misma producción nacional de petróleo se ha venido reduciendo durante los últimos años.

La producción de crudo de la paraestatal cayó 36% durante la última década, al pasar de producir 2.8 millones de barriles diarios a 1.8 millones. Y el mismo fenómeno se observa en cuanto al porcentaje que representan los ingresos petroleros del total de la recaudación fiscal del Gobierno: en 2013 los ingresos fiscales por petróleo significaron 34.0%, mientras que en 2020 se redujeron hasta el 15.4 por ciento.

A esto se debe agregar que el Gobierno federal ha emprendido una contrarreforma en materia energética que restringe la participación del capital privado y pretende reforzar el carácter monopólico de la empresa, en detrimento de la competencia y de la eficiencia, y por tanto, de los consumidores.

Hacer lo mismo que ha dado malos resultados en el pasado, no tiene porque rendir buenos frutos ahora, y menos cuando se ha achicado tanto el perfil profesional de quienes encabezan las instituciones y esta empresa petrolera tan importante. Por ello, no se pueden esperar rendimientos positivos de la operación de rescate financiero de Pemex, que hasta por 456 mil millones de pesos le quiere invertir el Gobierno en el periodo de 2019 a 2022. Durante los últimos 10 años se le invirtieron más de 250 mil millones y no se logró revertir su deterioro.

El problema de la paraestatal es más de fondo; tiene que ver con sus estructura, su organización y su alta dependencia del Gobierno. Si bien se han logrado algunos avances en cuanto a su régimen fiscal y a sus prácticas empresariales, Pemex sigue siendo un gran conglomerado burocrático, con una desproporcionada plantilla de personal, una organización sindical heredada del régimen político de partido único y un alto pasivo laboral. Es una organización paraestatal que responde más a las señales del entorno político y gubernamental que a las tendencias que establece el mercado. Por ello, la eficiencia y la rentabilidad son asuntos secundarios.

Para que se pueda rescatar esta empresa, patrimonio de los mexicanos, es necesario hacer a un lado los dogmas y los prejuicios ideológicos que hoy atentan contra su rentabilidad y viabilidad en el mediano y largo plazo. Se necesita cambiar la forma en que se toman las decisiones, cómo opera y cómo invierte. Instaurar prácticas corporativas de clase mundial y desplegar una estrategia económica realista, que atienda a las tendencias de la economía global, que considere las ventajas de involucrar al capital privado y que se proponga elevar la eficiencia de la empresa.

Y algo fundamental que es insoslayable: definir cómo se va adaptar la estrategia productiva a los compromisos ambientales asumidos por nuestro país para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar el cambio climático.

Por el bien de México urge replantear la política energética del Gobierno y reformar a Pemex para convertirla en una verdadera empresa productiva. Los datos objetivos de lo que pasa en el mercado del petróleo y en la vida económica del país, y las necesidades de la población así lo demandan. ¿O será que la realidad, además de terca, está equivocada?

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