Las instituciones sociales son sistemas organizados de normas y prácticas que regulan la vida social y satisfacen las necesidades básicas de la sociedad.

Estas instituciones como la familia, la educación, la economía, el Gobierno y la religión estructuan el comportamiento y dan estabilidad a la sociedad.

Cada 6 de agosto, Saltillo se detiene para mirar su centro más profundo. No me refiero sólo al Centro Histórico, sino al corazón simbólico que ha dado identidad, consuelo y esperanza por generaciones: El Santo Cristo de la Capilla, imagen sagrada que es historia, memoria compartida y espejo espiritual de lo que somos como comunidad.

Los pueblos y las personas, necesitan anclarse; tener raíces es una fortaleza que permite resistir, florecer y trascender.

Si quisiéramos encontrar las raíces más profundas de Saltillo, están en la capilla que resguarda al Cristo moreno, en el fervor de las familias, en la procesión, en los silencios y en las oraciones que se pronuncian desde hace más de tres siglos frente a esa imagen venerada.

La historia de ese Cristo no es menor, llegó a Saltillo en 1608, traído desde el centro del virreinato y desde entonces se volvió faro de esperanza para un pueblo que nacía en el desierto, en el mestizaje y en el anhelo de permanencia. En su mirada serena y sufrida se ha reflejado el dolor de nuestras tragedias y la gratitud por nuestras victorias.

Desde sequías hasta las pandemias, desde los conflictos hasta las reconciliaciones, siempre ha estado ahí: firme, silencioso y presente.

Lo más notable no es su antigüedad ni belleza artística sino como el Santo Cristo ha logrado unirnos. En una época en la que parece más fácil dividir que encontrar lo que nos une, esta imagen sigue siendo un punto de encuentro.

La devoción al Santo Cristo ha sido uno de los más poderosos factores de cohesión social en nuestra historia local. La fe, cuando es auténtica, trasciende los templos. La figura del Santo Cristo es parte del patrimonio religioso, pero es además un símbolo cultural, moral y ético.

Nos invita, a vivir con mayor compasión, humildad, a no claudicar ni perder la esperanza incluso en medio de las pruebas más duras. En pocas palabras, es un llamado a ser mejores.

Hoy que Saltillo enfrenta nuevos retos, desde el crecimiento urbano acelerado hasta la necesidad urgente de mayor justicia social, vale la pena preguntarnos ¿qué enseñanzas nos deja el Santo Cristo para estos tiempos?

Tal vez la más importante sea que ninguna comunidad sobrevive sin sentido, sin rumbo ni sin raíces. La modernidad no debe suponer olvido, mientras más avanzamos, más necesitamos saber que valores queremos heredar a las nuevas generaciones; traducir la fe en acciones concretas: en solidaridad, en honestidad, en respeto y en la defensa de que tenemos como sociedad.

El día de hoy que se encienden veladoras, que suenan las campanas y que las calles del Centro se llenan de gente, aprovechemos para hacer también un compromiso personal.

Que cada quien, desde su trinchera, haga del mensaje del Santo Cristo un ejemplo vivo que se demuestre con gestos cotidianos, con palabras y con decisiones que construyan.

Saltillo no sería Saltillo, sin el Santo Cristo, su imagen está en altares y en la memoria colectiva. Es emblema de identidad, faro en la tormenta y refugio del alma.

Mientras su presencia viva en nuestras calles y corazones, esta ciudad tendrá la posibilidad de reconciliarse consigo misma, de volver a empezar y de mirar al futuro con fe y con esperanza.

Feliz día del Santo Cristo, que su fuerza nos inspire y nos sostenga.