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Coahuila

En el camino para convertirse en estadista, la perspectiva de Plutarco Elías Calles Campuzano

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 2 años

Fue quien construyó el edificio que albergó al Estado Mexicano Moderno, ese bajo el cual el país creció y se desarrolló. Dicha edificación fue la concreción de lo que el presidente Venustiano Carranza Garza diseñó, mientras que el presidente Adolfo de La Huerta Marcor realizaba el desbroce del terreno en donde el presidente Álvaro Obregón Salido habría de encargarse de los trabajos de la cimentación. Sin embargo, hoy, 25 de septiembre, cuando se celebran 144 años de su natalicio, casi nadie lo recuerda. Algunos por ignorancia simple. Otros, aun cuando usufructúan el cascarón de lo que en nada se parece a lo que fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR), prefieren voltear hacia otro lado y cantar loas al mito que les crearon. Algunos más, aun se santiguan al escuchar su nombre ya que les vendieron que era el anticristo y como leen poco, y analizan mucho menos, pues actúan en consecuencia. Hay casos, también, quienes abordan el tema del personaje con un temor tal que da la impresión de querer evitar que les encarezcan la penitencia dominical o las indulgencias y se concretan a marcar cuanto error cometió en su vida, plena de ellos, mientras olvidan analizar su obra.

Nosotros quienes, durante cinco años, escuchamos diatribas múltiples en contra de los estadistas Benito Pablo Juárez García y Plutarco Elías Calles Campuzano, nada de lo que nos dijeron hizo que cambiáramos nuestra postura. Por el contrario, eso nos sirvió como acicate para profundizar en el estudio sobre ambos personajes y su obra a partir de considerarlos seres humanos y no figuras pétreas emisoras de frases célebres. Ante ello, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que somos el único egresado de la Universidad Autónoma de Guadalajara quien puede jactarse de ser Juarista-Elíascallista. Si hubieran conocido entonces de nuestra filiación política nos habría sucedido lo que le ocurrió a un amigo entrañable a quien vetaron de por vida y le impidieron titularse de economista porque, decían ellos, era “comunista,” todo por ser inquisitivo con cierto profesor carente de talento para dar respuesta a sus cuestionamientos. Pero dejemos digresiones universitarias del ayer y volvamos a los tiempos en que el estadista estaba en el camino para serlo y exponía su perspectiva.

En septiembre de 1923, Elías Calles fue ungido candidato de una coalición surgida entre el Partido Laborista Mexicano, la entidad política de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), el Partido Nacional Agrarista y una participación marginal del Partido Cívico Progresista. Ello, sin embargo, no estuvo exento de cuestionamientos inicialmente manifestados por el líder del Partido Nacional Cooperatista, Jorge Prieto Laurenz, quien embaucó a De La Huerta Marcor para irse a una reyerta en donde se perdieron vidas inútilmente. Todo concluyó cuando el presidente Obregón Salido volvió a calzarse las botas y puso en orden a los insurrectos, para concluir así su carrera militar como el único general invicto de la Revolución Mexicana. Con la rebelión apaciguada, Elías Calles pudo desarrollar su campaña política.

En medio de ella, se dieron muchísimos eventos y un número considerable de entrevistas concedidas a periodistas internacionales y nacionales. Entre estas últimas, una fue la que le realizó Antonio Gil Pihaloup, misma que apareció publicada primero, el 18 de abril de 1924, en el diario El Demócrata y posteriormente formó parte del libro, del mismo autor, “El General Calles y el sindicalismo. Problemas sociales de México,” publicado, en 1925, por Herrero Hermanos Sucesores. En ella, el entonces candidato presidencial expuso su perspectiva política-económica la cual sería la base de su gobierno y que le permitió convertirse en el estadista que dio fin a la prevalencia de caudillos para instaurar las instituciones mismas que hoy atraviesan por momentos muy difíciles.  Revisemos aquellos conceptos.

Elías Calles estaba consciente de que para el futuro de México un factor fundamental era la consolidación de la clase media naciente. Por ello, expresaba, “he deseado vivamente que participe activamente en la renovación que se inicia; he procurado impulsarla para que vivifique con sus esfuerzos el sector que le corresponde en la colectividad y a que abandone el marasmo que la caracterizó, para que, entre vigorosamente en la contienda, reclamando con firmeza el puesto a que tiene derecho, en primera fila.”  Ante lo logrado, indica sentirse “satisfecho de [sus] esfuerzos, porque la clase media ha acudido a mi llamado con entusiasmo y me felicito de ello; su actuación será pródiga en beneficios sociales y trascendental para el futuro democrático, y espero que nos sorprenderá con actividades que desmientan rotundamente su legendaria abulia, ayudándonos a la resolución de todos nuestros problemas sociales.” Esta perspectiva no le impedía ver que había otros actores quienes deberían de participar en la transformación de la patria.

Hombre de su tiempo, analizaba la situación a la luz del presente con la mira en el futuro. En ese contexto mencionaba que “los sindicatos, en la forma que ahora funcionan, pueden estimarse como un fenómeno sociológico característico de la época presente. Así como en la Edad Media los ayuntamientos sirvieron, en algunas ocasiones, para limitar el poder feudal, convirtiéndose en el único freno de la nobleza, los sindicatos son hoy los encargados de limitar el poder absorbente del capitalismo, sirviendo, en ocasiones hasta para protegerlo de posibles ataques que lo destruyan. El sindicato puede ser, bien organizado, una escuela de disciplina, de civismo y de solidaridad, que buena falta nos hace.”  Sin embargo, advertía en lo que podían convertirse esas organizaciones si abandonaban el objetivo para el cual fueron creadas.

El presidente del futuro indicaba que  “el sindicato, como persona moral, como organización social, se saldría de su círculo de acción tomando parte en la política, porque sus fines son netamente económicos; perdería el sindicato su carácter y su función , invadiendo campos alejados de sus propósitos; esta desviación acabaría por disolverlos, no quiero decir con esto que los componentes de los sindicatos renuncien a su actuación en la política; no por ser afiliados a las citadas agrupaciones, pierden los deberes cívicos que necesitan cumplir, ni lógicamente se puede admitir que sean indiferentes a éstos. La política se mueve en un plano más elevado, abarcando en sus especulaciones todos los sectores de la vida social.” Un párrafo que invita a la reflexión al ver hoy en dia en lo que acabó el sindicalismo en México. Lo que viene a continuación no tiene desperdicio y es a la vez una muestra de quien poseía la mentalidad de un estadista preocupado por generar riqueza y no alguien sediento del aplauso por repartir espejismos.

Al momento en que el sonorense fue cuestionado sobre la propiedad de la tierra dejó muy clara su postura. Mencionó que  “la labor de cualquier gobierno verdaderamente nacionalista, debe dirigirse, en primer término, a crear la pequeña propiedad, convirtiendo a los campesinos en propietarios de las tierras que puedan trabajar; debe ser el hecho más apremiante que solicite la atención de los futuros gobernantes de México, porque al hacer de cada campesino un propietario, se previenen y evitan futuras revoluciones; se crean intereses que serán la garantía del orden establecido y se da margen al capital, para la creación de bancos agrícolas, de asociaciones de seguros y otras múltiples manifestaciones del cooperacionismo , entre el capital y el trabajo . La división de la propiedad debe ser obra, no sólo de los gobiernos, sino también de los mismos propietarios actuales de las tierras. Los poseedores de latifundios pueden dar facilidades para la adquisición de pequeños lotes. Colaborar con el gobierno en esta magna obra, es construir patria y ejecutar labor meritísima.”  Ya nos imaginamos lo que sucedería si algún parcelista lee esto, pero antes de juicios sumarios conviene leer lo que sigue.

Enfatizaba que “los ejidos, como propiedad común de los pueblos, significan…el primer paso hacia la pequeña propiedad rural. Necesitamos legislación completa que garantice la imposibilidad del acaparamiento de parcelas de ejidos, al mismo tiempo que asegure la permanencia de las mismas en poder del trabajador. Es de esperarse que más tarde se dictarán leyes que autoricen la división de los ejidos en parcelas de propiedad individual. El trabajo en común de los ejidos no creo que pueda originar grandes estímulos, ni producir frecuentemente más que desavenencias entre los vecinos; es…una forma transitoria para preparar el advenimiento de la pequeña propiedad.” Esa perspectiva era de alguien comprometido en convertir al campo en una fuente de riqueza.

Al momento en que es cuestionado sobre como incrementar la producción agrícola, insiste en que “el establecimiento de la pequeña propiedad contribuirá grandemente al aumento de la producción; la construcción de nuevas líneas férreas por las grandes extensiones que del territorio nacional carecen de ellas, será un factor más, que contribuirá al aumento deseado; los esfuerzos de los gobiernos, en este sentido, deben ser secundados por la iniciativa particular, para lo que pueden fundarse entidades de crédito cuyo fin único y exclusivo sea la dedicación de sus fondos al fomento de esta principal fuente de riqueza.” Aquí una muestra de que en la propuesta del Estado Mexicano Moderno cabían todos y era requerido el esfuerzo conjunto de la sociedad en general independientemente del sector al que pertenecieran. Acto seguido daba su opinión de como habría de realizarse aquello acorde con las circunstancias de entonces.

Por ello, señalaba, las “grandes zonas de nuestro país, como Coahuila y Durango ,necesitan ser beneficiadas por el arado, empleando los métodos modernos de cultivo, semejantes a los que se emplean en las grandes Pampas argentinas .En la mesa central es de desearse que la arboricultura ocupe una gran extensión, particularmente el cultivo de algunos árboles de secano que rendirán pingües utilidades, ya que el clima y la estación de lluvias serían sumamente favorable, al mismo tiempo que se iban abandonando los cultivos de plantas que sólo producen licores o alcoholes con que se envenena al pueblo . .” Aquí un ejemplo de como hay que orientar la siembra de arboles bajo una perspectiva generadora de riqueza y no como un paliativo para medio matar el hambre y crear dependientes perennes. Dado que entonces, como siempre, no faltaban los alucinados creyentes en paraísos, se le cuestionó si veía en el horizonte “conmociones revolucionarias” que hicieran peligrar la prevalencia del régimen capitalista.

Evitando abrogarse propiedades de adivino, el candidato presidencial respondió: “Nada podríamos decir tratándose de un futuro lejano; más en la actualidad, la ideología y hasta nuestra idiosincrasia se oponen a un cambio tan radical. El límite entre la utopía y la realidad no se halla definido en orden alguno; más la primera sólo puede ser impulsada hacia la segunda, cuando precedentes muy serios de estudio, de actuación y de fenómenos evolutivos, se producen como resultados de la decadencia de un sistema, en un medio que lo excluye y busca su desaparición. Entre nosotros existen ambiciones individualistas tan formidables, que sólo pueden ser satisfechas, o por lo menos, apaciguadas dentro del actual régimen social, que lo sindicalistas han dado en llamar “capitalista”’ De ahí, los cuestionamientos partieron hacia temas que involucraban asuntos foráneos.

Dado que, el 12 de abril de 1924, en los Estados Unidos de América se había promulgado La Ley de Inmigración de 1924 (Immigration Act of 1924) mediante el cual se imponía cuotas por naciones de origen para quienes buscaban residir en ese país, se cuestionó a Elías Calles acerca de “la conveniencia de orientar hacia México una emigración de laborantes europeos.”  La respuesta fue clara, al tiempo que se reconocía la existencia de problemas estructurales internos. Señaló que “antes de procurar formalmente la orientación hacia nuestro país de la emigración europea de trabajadores, como lo hicieron los Estados Unidos y la Argentina, necesitamos conseguir que el obrero mexicano alcance más dinero de lo que en la actualidad percibe por su trabajo; esto no puede ser obra del gobierno, sino del obrero mismo, que deberá luchar por obtenerlo desde sus agrupaciones sindicales.  Una muestra más de que el animo estatista no era parte de la concepción del Estado Mexicano Moderno, las acciones no necesariamente tenían que provenir del gobierno, cada uno de los sectores debería hacer su parte para mejorar la situación. En ese contexto, indicaba que “cuando el trabajador mexicano perciba el equivalente de lo que gana un obrero en los Estados Unidos, por idéntico trabajo, será posible que la emigración europea de laborantes se dirija a México. La verdad es que inclusive ahora, la industria, la explotación agrícola y minera, se han fundado y sostenido en México a base de “estómago de obrero,” y he aquí el error fundamental; el capital ha tenido demasiados privilegios y poco arraigo, y el trabajador europeo no ha podido competir con el trabajador mexicano por los exiguos sueldos que éstos percibían y perciben. Elevando económicamente a nuestras clases trabajadoras, México tendrá en la emigración europea de laborantes, una gran fuente de riqueza, y en unos lustros la población del país se duplicará; nuestro clima y nuestras riquezas naturales nos dan derecho a pensar así. Pero más necesaria que la venida de laborantes extranjeros para industrias, considero una inmigración europea o americana de “ colonos agrícolas.” Una postura de alguien que consideraba la participación de otros quienes quisieran aportar con su trabajo a la generación de riqueza para el país, nada de fomentar el arribo de aquellos que vendrían en busca de la dadiva gubernamental para convertirse en una carga para la sociedad mexicana. Bajo esa premisa exponía como habría de ser la participación del capital externo en nuestro país.

Reconocía que “el suelo y el subsuelo de la República, son capaces de producir y contienen riquezas que de nada nos sirven sino son explotadas. Cuantos deseen hacer inversiones para poner en movimiento esas riquezas, deben ser protegidos, y de hecho son amparados por nuestras leyes; más una cosa es cumplir las leyes y otra es pretender burlarlas pidiendo y obteniendo privilegios que las anulen , máxime si esos privilegios mantienen a los mexicanos como esclavos del capital, sin traerles más utilidades que el goce de un ínfimo sueldo o de un mísero jornal; sobre todo, si no aportan al país beneficios que se traduzcan en mejoras materiales o en alguna transformación espiritual.” Nada de pintar paraísos inexistentes, conocía muy bien como se daban las cosas, Por ello, indicaba que “el capitalista que venga a México debe sentirse mexicano; debe arraigarse y “construir ” en todos los órdenes , con el fin de permanecer indefinidamente entre nosotros, tomando carta de naturaleza; debe crear intereses morales y espirituales en derredor suyo; no debe mirar a que extraer en el menor tiempo posible  la mayor cantidad de beneficios, para irse a dilapidarlos a otros países .Por desgracia esto es lo que ha ocurrido con frecuencia y es lo que debemos evitar, sin caer en el vicio de restringir libertades, que son nuestro legítimo orgullo .Nuestra tendencia debería ser lograr, como se logra en los Estados Unidos, la nacionalización de mayor parte de los extranjeros que vengan al país.” Nada de genofobias, quien quisiera integrarse a la construcción del México del futuro, bienvenido era. Palabras válidas lo mismo ayer, que hoy y los serán mañana. Para concluir el tema de los asuntos foráneos, no podía quedar en el aire lo referente a la política de los EUA con América Latina.

 Conocedor de primera mano de la forma de ser de los estadounidenses y, por ello, pleno de objetividad, Elías Calles mencionó que “los Estados Unidos son eminentemente constructivos y nos dan el ejemplo de cómo emplear los esfuerzos para que fructifiquen con la rapidez necesaria en este siglo; su tendencia política absorbente está asentada sobre su capacidad productora y viene a ser casi un fenómeno natural, que se deriva de un excedente de potencia, que tiende a desbordarse sobre todo el Continente. La Unión Americana no es un pueblo de conquistadores sino de productores, que necesitan mercados para sus manufacturas y materias primas para su industria; su temido imperialismo es contenido casi siempre por los pensadores y por el pueblo mismo de Norte América y, en todo caso hallaría la firme oposición de los pueblos latinos. Cualquiera que sea el fin buscado en los casos de intervención en Latino América, sólo puede traer como consecuencia el alejamiento material y espiritual de los países de habla española por temores y desconfianzas razonables.” El reconocer virtudes y defectos tanto de los EUA como de las naciones latinoamericanas, le permitía considerar al panamericanismo como “un noble ideal al que no debemos regatear nuestro esfuerzo y entusiasta colaboración.” Esa era la postura de un estadista en materia de relaciones con el resto del continente americano. 

Todo lo expuesto es algo que los críticos de don Plutarco dejan de lado.  Para ellos, eso no existe y a lo largo del tiempo han vendido la imagen de un personaje torvo quien intentó acabar, dicen ellos, con la religión católica. Sin embargo, eso es una de tantas engañifas que muchos, poco dados al análisis serio, han comprado. Quienes invocan el estallamiento de la reyerta inútil (a) la crisitiada, como un acto represor del gobierno mexicano encabezado por el estadista Elías Calles Campuzano, pasan por alto el proceso que se dio antes de ella. Permítanos dar un repaso breve de lo que hubo detrás de esa trifulca. 

Todo se inicia en los tiempos del presidente José de la Cruz Porfirio Díaz Mori y su política de conciliación. Sacando provecho de ella y del hecho de que Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci Prosperi, el papa León XIII, emitiera, el 15 de mayo de 1891, la encíclica Rerum Novarum sobre los derechos y obligaciones del capital y el trabajo, la curia católica se dio a la tarea de emprender el camino por recuperar el poder político y económico que perdieron ante LOS HOMBRES DE LA REFORMA. En ese contexto, desde inicios del siglo XX, se le encomendó al jesuita francés, Bernard Bergoend que preparara un plan de acción para recobrar el poder político. El que se le encargara a un jesuita no era un asunto fortuito, recordemos que estos fueron expulsados en 1873de México por el presidente Sebastián lerdo De Tejada y Corral, así que, al retornar, al amparo de la política de conciliación, las apetencias revanchistas de los jesuitas eran amplias. 

Entre 1903 y 1911, la curia y sus acólitos realizaron todo tipo de actividades para armar el andamiaje que les permitiera estar listos para asaltar el poder político, mientras consolidaban su poderío economico. Así, al darse la renuncia del presidente Díaz Mori, 14 días antes de ella, ya tenían listo el Partido Católico Nacional (PCN). Si bien uno de los suyos, Francisco León De La Barra, ocupó la presidencia interina, cuando se lo quisieron imponer como vicepresidente al futuro presidente Francisco Ygnacio Madero González, este no lo aceptó. Mas tarde, en las elecciones de 1912, al PCN le fue muy bien obteniendo cuatro gubernaturas y un número significativo de posiciones en el Congreso y en las capitales de los estados. Ante ello, consideraron que había llegado el momento y el clero se alió con Henry Lane Wilson y un católico devoto, Victoriano Huerta, para derrocar y asesinar al presidente Madero González y al vicepresidente José María Pino Suarez, esto no lo escribimos basados en secreciones biliares sino en documentos duros. Tras del desgobierno de su muchachito, se enfrentaron al jefe del Constitucionalismo, y más tarde presidente, Venustiano Carranza Garza, quien encabezó las reformas que tanto molestaron a la curia a la que hubo de expulsarle varias de sus criaturas. Mas tarde, sus matasiete, hoy varios de ellos en olor a santidad, intentaron asesinar al presidente Álvaro Obregón Salido. Finalmente, en 1926, convencieron a los creyentes de irse a matar haciéndoles creer que estaba en peligro su muy personal y respetable forma de interpretar su relación con el Gran Arquitecto. Lo que buscaban era tratar de impedir que se construyera el edificio que albergaria al Estado Mexicano Moderno. Y así, trascurrieron dos años hasta que alguien con una mente lúcida y sin telarañas cerebrales, el sacerdote paulista estadounidense, John J. Burke, vino a entrevistarse con el estadista mexicano y pudo percatarse de que lo único que se buscaba era que cada uno operara en su campo de acción, nada de amenazas a la religión católica, eso era la argucia del clero mexicano que a toda costa quería regresar el país hacia mediados del Siglo XIX. Cuando estaba por solucionarse el problema, mandaron a otro esbirro, León Toral, para que asesinara a Obregón Salido con eso creyeron que detendrían el futuro, no lo lograron.

Eso es la realidad, lo otro que han vendido por casi un siglo no es más que una falacia para que la adquieran quienes no acostumbran a revisar los datos duros. Debemos reconocer, sin embargo, que somos pocos quienes valoramos, y escribimos acerca de la obra del estadista. Hay quienes no lo hacen por temor a que los tachen de irreligiosos, otros porque compran historias fantásticas de esas de gallinitas y puerquitos y varios más por timoratos. 

En esto de la revisión objetiva de la historia no se encuentran figuras en olor a santidad. Nadie va a negar que el estadista de origen sonorense hizo uso de la fuerza del estado, pero tampoco se puede objetar que el proceso de transformación que él emprendió fue fundamental para el futuro de la nación. Que, sí cometió excesos al ejercer el Maximato, es algo que también se puede discutir con sus pros y sus contras. Que sí cometió un error de calculo gravísimo que le valió su expulsión del país, ni quien lo dude, dejó de lado a quien jamás lo hubiera traicionado, pero que nunca hubiera actuado como un pelele. Prefirió a quien se mostraba servil y que terminó por echarlo. Y, aun en ese momento, el de la expulsión, mostró la grandeza de un estadista al retirarse al exilio sin poner en riesgo la paz social y atentar en contra de la obra realizada esa que sirvió de sustentación para que México creciera y se desarrollara a lo largo del Siglo XX.  Esta es una remembranza breve de quien naciera el 25 de septiembre de 1877, el estadista mexicano Plutarco Elías Calles Campuzano. [email protected]

Añadido (21.38.132) ¿Cuántos de esos a quienes hoy persiguen eran, hace tres años, sus admiradores fervientes hasta el grado de increpar, en muchos casos violentamente, a quienes no compartieran su perspectiva? 

Añadido (21.38.133) Atravesaron el país a bordo de autobuses y no hubo autoridad que se percatara de ello. Por favor, solamente los que llegaron tarde al reparto neuronal pueden creer una patraña de ese tamaño.

Añadido (21.38.134) Mientras le reclamaban su actuar antidemocrático, al sujeto no se le ocurrió sino retar a un debate. Pero que podemos esperar que un tipejo de esa calaña que todo lo quiere resolver con verborrea.

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