Arte
Por
Christian García
Publicado el viernes, 9 de mayo del 2025 a las 04:25
Saltillo, Coah.- La infancia de Diego Zúñiga (Chile, 1987) estuvo rodeada de desierto.
De pequeño sentía que el yermo lo devoraría cuando, de viaje en auto con su familia, conducían por la lengua de concreto que lo llevaba a la boca de ese prado arenoso, caliente, que dominaba la ciudad de Iquique, en Chile. Un espacio que conformó el lugar en el que se desenvuelve su primera novela: Camanchaca (2016), en el que un niño recorre el país sudamericano con su familia, en un road trip que más que la aventura, se adentra en la relación entre el personaje principal y su madre.
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Siempre me resulta muy impactante volver a ese pueblo: me fui de ahí a los 12 años, después volví, me fui y volví algunos veranos, seguí teniendo contacto con la ciudad, pero nunca deja de sorprenderme como lugar, uno que también lo siento como parte de mis propios libros”, explica en entrevista con Zócalo.
Pero si el desierto llenó con su polvo los sueños infantiles de Zúñiga, es el mar el que le permitió bucear en lo más profundo de sus pesadillas no individuales, sino colectivas. Pues el océano que besa las costas de Chile, fue la que le permitió idear Tierra de Campeones (Random House, 2023), título de su novela más reciente, pero también a la ciudad de Iquique por sus deportistas de alto nivel, y en el que destaca el nombre de Martínez, el personaje del libro que gracias a su capacidad de respiración se convierte en un buceador de alto impacto, hasta que una inmersión le revela los horrores del pasado político de la Dictadura Chilena, convirtiendo a Iquique en un espacio paradójico en el que desierto y mar se encuentran con los fantasmas presentes de la memoria del niño y el temor del hombre.
Zúñiga describe que su relación con esta ciudad nace una y otra vez siempre que “conduzco por el desierto y la miro con distancia, y siempre me produce muchas sensaciones que son las que me han llevado a indagar en ese paisaje en mi literatura.
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Yo siento mucha continuidad entre el protagonista de Camanchaca y el protagonista de Tierra de Campeones, aunque los distancien casi 15 años desde que se publicó uno y otro. Hay algo en los dos que me interesa, porque son personajes que, además, tienen problemas para expresarse, para hablar, básicamente se vinculan con el mundo a través de acciones, o de balbuceos”, señaló el autor.
Pero entre ese espacio fronterizo de la tierra y el agua, es que existe otro lugar liminal: el de la voz y el silencio. Como apunta Zúñiga, muchos de sus personajes intentan romper ese silencio por medio de balbuceos, una forma de huir “siempre del silencio y una sensación de desasosiego que acecha a los personajes, y que yo la siento estrechamente vinculada al paisaje. Uno que a su vez está, para mí, estrechamente vinculado con lo político y con ciertas violencias que varían de libro en libro. En el caso de Camanchaca es más bien una violencia familiar, muy personal, y en el caso de Racimo y de Tierra de Campeones son violencias más bien sociales, violencias históricas”, detalla Zúñiga.
Y es quizá esa conciencia de que el lenguaje es algo que – de forma metafórica– posiblemente podría llenar el espacio vacío del desierto, lo que está presente en los libros de Zúñiga, pero más que nada en su tradición lectora.
Voz y silencio
Originario de Chile, el país denominado “tierra de poetas”, su obra narrativa se encuentra influenciada por autores que, por medio de la poesía, han lanzado un grito de justicia política o, por el contrario, un alarido ante el dolor de lo social. Zúñiga señala nombres como Raúl Zurita o Enrique Lihn, que exploraron en su obra el descontento, la violencia, una forma de volver visibles a los fantasmas que nunca se han ido. Fue esa lectura poética la que le ayudó a terminar Tierra de Campeones, pues recuerda que la escribió durante 2019, año en el que las revueltas sociales de Chile acontecían “mientras yo escribía sobre los 60 y 70 y afuera de mi casa quemaban coches”, dijo.
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Hay una cosa muy impresionante acá, en el caso de Chile, y es que, como muchos de los casos de violaciones de derechos humanos no llegaron a la justicia y muchos de los autores murieron en el camino, nunca fueron juzgados. Hay miles de desaparecidos y no se sabe dónde están, entonces, lo que ocurre es que es una historia que al no poder cerrarla judicialmente sigue abierta.
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Entonces, creo que es inevitable que uno siga entrando ahí y quiera tratar de decir algo, porque no está cerrado. Entonces lo que se escriba no es una historia sobre el pasado, porque como no está cerrada, sigue siendo una historia sobre el presente”, precisa
Así, a pesar de haber recorrido una y otra vez el camino hacia el yermo de su ciudad, de intentar exorcizarlo en varios libros, de haber vivido “no sé cuántos años en Santiago, una ciudad que me encanta, que amo”, Diego Zúñiga sabe que “todavía estoy ahí tanteando, estoy viendo cómo salgo de ese desierto”.
HOY:
Los Espacios de la Ficción
Diego Zúñiga y Alan Argüello
17:30 horas
Sala Julio Torri
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