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Herida abierta

Por Juan Latapí

Hace 3 semanas

Como todos los años ayer se conmemoró el Día de la Raza, o el de la Hispanidad, o el del Encuentro de dos mundos, o de cómo se le quiera llamar y, una vez más, mostró que la herida de la conquista sigue abierta y no ha cicatrizado con posturas enconadas que a ningún lado conducen.

Y una vez más ayer salió a relucir el tema controversial de la dichosa carta en la que se le pide al rey de España se disculpe por lo acontecido hace 500 años. Carta que casi nadie ha leído pero de la que los todólogos opinan y repiten lo que les conviene. Así son estos tiempos de desinformación y mentiras.

Para empezar, resulta completamente absurdo querer interpretar con criterios actuales lo que aconteció hace 500 años, cuando en aquella época estaban permitidos la esclavitud, la tortura, los trabajos forzados, los castigos públicos, el matrimonio infantil era legal así como la servidumbre por deudas, las mujeres tratadas como meros objetos y, entre otras costumbres más, el ejercicio del poder era por derecho divino.

Efectivamente se cometieron atrocidades al por mayor que incluso violaban las leyes de aquel entonces. No se justifican los actos de crueldad como las cobardes matanzas de nobles indígenas desarmados, ni las torturas inhumanas para obtener riquezas, las violaciones, vejaciones y otras crueldades más. Pero a los todólogos actuales se les olvida mencionar que España -que en realidad eran los reinos de Castilla y Aragón, entre otros- era el reino más atrasado de Europa, que venía saliendo del oscurantismo de la Edad Media y que apenas empezaba a vislumbrar el Renacimiento. Eran aquellos conquistadores quienes aún creían firmemente en las leyendas fantásticas tan en boga en la Edad Media: creyeron que California era el reino de Calafia donde abundaban el oro y las riquezas; que por estos rumbos norteños estaban el Dorado y la gran Quivira con sus edificios de oro, que en Florida estaba la fuente de la eterna juventud, que las amazonas vivían en el Río Amazonas, que los manatíes eran sirenas, y una gran cantidad de fantasías caballerescas que prevalecían en sus creencias.

Aquellos conquistadores venían después de haber expulsado su territorio, mediante una guerra santa, a árabes y judíos por no profesar la religión “verdadera”, el catolicismo. Sin embargo, ese fanatismo les hizo minimizar todas las aportaciones de la cultura árabe en los campos de la astronomía, las matemáticas, la medicina, la agricultura, arquitectura, arte, urbanismo, la filosofía y sobre todo la tolerancia religiosa y convivencia cultural que hicieron de ese lugar el más avanzado de Europa. Entre las principales aportaciones de los árabes están los textos clásicos de griegos y latinos que solo se conservaban en árabe y de ahí fueron traducidos a otras lenguas. Todos esos aportes fueron negados y olvidados durante la cruel persecución.

Es así, que con esa mentalidad -entre fantasías medievales y una guerra santa-, los conquistadores llegaron a México arrasando a sangre y fuego lo que no entendían y anteponiendo su fanatismo religioso y sed de riqueza por sobre todas las cosas, de tal manera que no supieron apreciar los conocimientos prehispánicos en astronomía -el calendario maya era más exacto que el europeo-, las matemáticas -conocieron primero el cero-, la medicina herbolaria, la agricultura, la arquitectura y sobre todo la higiene que permitió a los nativos ser personas muy saludables y por ende carecer de anticuerpos por lo que la viruela fue la gran exterminadora en la conquista. A final de cuentas, los conquistadores eran gente acorde a su época, con todas sus cualidades y defectos. Por otro lado, afortunadamente, hubo españoles -básicamente clérigos- con influencias renacentistas que sí se percataron de todos los conocimientos y avances de las culturas nativas y trabajaron para rescatar del olvido aquellas culturas, como Bernardino de Sahagún y Bartolomé de las Casas.

A final de cuentas las discusiones viscerales en torno a la conquista no aportan nada; no se vale condenar ni defender lo que pasó hace cinco siglos. Las costumbres, pero principalmente los conocimientos, van evolucionando y lo que antes era permitido, ahora ya no lo es. Como ejemplo basta recordar cómo hace menos de cien años las mujeres eran tratadas sin derecho al voto, sin libertad de vestirse, mal vistas para estudiar una profesión, impedidas para divorciarse y sin derecho a la planificación familiar, entre muchas cosas más.

El pasado no se puede cambiar pero sí se debe conocer para comprenderlo y superarlo, por ello, es momento de darle la vuelta a la página, reconocer lo que ambos mundos nos debemos entre sí y ver para adelante para que esa herida cicatrice de una buena vez.

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