Una visita al museo de Orsay, más de ocho horas entre simbolistas, impresionistas y postimpresionistas. Al Louvre y su inconmensurable acervo. Desde siglos antes de Cristo hasta el ocaso del siglo 19. Una visita por todas las culturas. Un vértigo de listas. Interminable. Luego la locura del siglo 20 y la actualidad en Pompidou. Ese edificio tan contrastante, casi feo, pero perfecto en su entorno y su filosofía. Exposiciones de los clásicos y de los vanguardistas que tienen un lugar en el acontecer del arte.
Tardes de caminar y perderse entre sus calles, por de la riviera izquierda del Sena, ahí donde se encuentra el barrio latino y las memorias de Rayuela, donde la Maga aparecía por el Pont Neuf. Donde Shakespeare & Company tiene un rincón para la lectura. Donde se gestaron grandes ideas. Donde me senté a tocar Richter al piano del primer piso entre miles de libros como refugio. Por la riviera izquierda también la biblioteca Mazarine, la más antigua de París, el jardín de Luxemburgo y su gente jugando a la petanca a media mañana.
El Panteón, donde Víctor Hugo y otros grandes hombres se vuelven polvo y motivo de selfies. La biblioteca Sainte-Geneviève con sus miles de estudiantes en silencio nutriéndose de sus libros bajo la excelente bóveda. Sus calles estrechas con cafés y bares y restaurantes, donde se pasa la tarde en silencio o en charla con amigos.
El Jardín de Tullerías por las tardes para sentarse en las sillas verdes alrededor de alguno de sus lagos mientras se miran las aves nadar. Mientras se mira la rueda de la fortuna girando sus 48 cabinas sonorizadas con Edith Piaf cantando Mon Manège a Moi a 70 metros de altura. Lugar perfecto para mirar todo París, desde la torre hasta el Sacré-Cœur en Montmartre, donde los artistas bebían poesía y absenta y dibujaban a las mujeres de la noche vana. Montmartre, donde Amèlie Poulain vive un París irreal sin inmigrantes y sin gente de color, pero siempre encantadora.
La riviera derecha tiene la rue Rivoli y sus grandes hoteles. La rue Saint-Honoré y la opulencia de sus tiendas de diseñador y de precios inimaginables. El Palacio Garnier donde la música y la danza están bajo el resguardo de la cúpula pintada por Chagall. Uno puede caminar y caminar. Sentarse frente al Sena y mirar el río de verde oliva cenizo. Uno puede regresar siempre a París y vivirlo con el mismo placer. Por eso Cole Porter cantó tan bien: I love Paris.
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