Saltillo
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Grupo Zócalo
Publicado el domingo, 10 de agosto del 2025 a las 09:02
Alondra Martínez | Saltillo, Coah.- En los rincones de templos antiguos y en los estantes de pequeñas tiendas de artículos religiosos, reposan miles de diminutos objetos de metal, conocidos popularmente como “milagritos”, figuras en forma de brazos, piernas, corazones o animales que son mucho más que simples piezas de hojalata.
Son el reflejo de una profunda tradición que mezcla la fe, la esperanza y el legado cultural de una comunidad. Su presencia en la ciudad es un testimonio vivo de una historia que ha trascendido siglos, fusionando creencias ancestrales con la religión católica.
“ Es como si toda la fe, esta parte de la creencia que la persona tiene, la pudiera representar a través de esta pieza de metal”.
Ana Berenice de la Peña Aguilar | Sicóloga
“ No perdamos la fe porque la fe te lo da todo. Si tú tienes fe, tienes todo. Si tú no tienes por quién orar, por quién pedir, nos perdemos, no hay que perder la fe y seguir adelante”. Tere Gámez | Trabajadora de la Capilla
“ Ustedes nada más cuando les aprieta el zapato acuden a Dios; a Dios hay que acudir siempre”. Soledad Esquivel | Devota.

La práctica de ofrendar milagritos en Saltillo no puede entenderse sin la historia de su origen. La tradición se afianzó en la región a partir de la devoción al Santo Cristo de la Capilla, cuya imagen llegó a la ciudad en 1608, por el comerciante Santos Rojo, trasladada desde Jalapa, Veracruz.
La veneración escaló entre personas españolas, tlaxcaltecas, indígenas, mestizos y esclavos. Sin importar el origen o las condiciones, ha sido adorado por saltillenses de diversas clases sociales, mujeres y hombres.
En 1743, tras la bendición del Obispo de Guadalajara, Josefa Báez Treviño creó la cofradía del Santo Cristo, que aceptaba miembros de todas las castas, cobrando sólo cuotas simbólicas o limosnas. Josefa sirvió por más de 20 años, pasando el cargo a su hijo adoptivo Pedro Cuéllar, después a Pedro Solís y Pedro Quintín de Arizpe.
El santo, tras su llegada a Saltillo, fue colocado en la Plaza de Armas; posteriormente, lo ubicaron en la capilla frente a la plaza, cuya construcción finalizó en 1762.

Cada 6 de agosto, con la celebración de su novenario, los creyentes aseguran que ha realizado más de 400 mil milagros, con peticiones que van desde terminar con las sequías hasta proteger a personas de accidentes y enfermedades.
Desde entonces, los fieles comenzaron a dejar pequeños objetos como testimonio de gratitud. Estos milagritos son un lenguaje visual que comunica historias de esperanza y devoción, un vínculo entre lo terrenal y lo sagrado que perdura hasta hoy.
Hoy en día, los milagritos continúan vendiéndose en tiendas de artículos religiosos y puestos ambulantes.
En la tienda La Capilla, ubicada en el Centro Histórico de Saltillo, se ofrecen milagritos desde 10 a 15 pesos. Los creyentes los cargan en bolsas, carteras, pulseras o collares.
Tere Gámez, trabajadora del lugar, explica que para agregarles intención divina deben ser llevados a una iglesia y bendecidos por un sacerdote, indicando la petición.
“Tener fe no es sólo creer en alguna imagen, en nuestro Dios o en la Virgen; si tú tienes fe, tienes todo”, comenta doña Tere.
La mayoría de sus clientes son mayores de 40 años que buscan milagritos de brazos y piernas para la salud, o corazones para el matrimonio y el amor. También existen para la protección de autos, hogares y animales.
Según doña Tere, incluso los jóvenes están regresando a estas prácticas religiosas en busca de ayuda y seguridad.

Doña Soledad Esquivel y Blanca Aguilar, devotas que visitan iglesias de la ciudad, coinciden:
“La gente lo hace por fe. Si tienen fe, se hace el milagrito e hicieron la promesa de llevar un altarcito”, dice doña Blanca.
Ambas subrayan que los milagritos no son un acto de adoración al objeto, sino un conducto para interceder ante Dios. También notan que las nuevas generaciones están retomando estas creencias.

El psicoanalista Jesús Ernesto Duque Padilla destaca dos conceptos clave de los milagritos: testimonio y sacrificio.
El testimonio es mostrar la gratitud hacia una deidad de forma visible, aunque no pueda demostrarse de otra manera.
El sacrificio implica establecer un compromiso con la deidad a través de la petición representada en la figura.

El origen de esta costumbre combina influencias del México precolombino y la tradición católica europea.
Civilizaciones como mexicas y mayas ofrecían figuras llamadas exvotos a sus dioses como agradecimiento o petición. Con la llegada de los españoles, esta práctica se fusionó con exvotos católicos de oro, plata u hojalata.
Durante la época virreinal, los de hojalata se popularizaron por ser más accesibles, manteniendo viva esta tradición tanto en zonas rurales como urbanas.
El milagrito, al representar una parte del cuerpo o de uno mismo, busca “complacer a la deidad” y es un puente entre pasado y presente.
Su valor no reside en el material, sino en su carga simbólica y emocional, convirtiéndolos en una herencia cultural invaluable que se niega a desaparecer.

La psicóloga Ana Berenice de la Peña Aguilar explica que los milagritos son una representación simbólica de la conexión entre creyente y deidad.
Funcionan como recordatorio de que la petición fue escuchada, fortaleciendo la seguridad del creyente.
Aunque advierte que no deben sustituir la atención médica o la acción personal, resalta que la psicología y la espiritualidad no están peleadas, sino que ambas buscan el bienestar integral de la persona.
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