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| A mediados del siglo XIX, las mujeres que se animaron a ser diferentes empezaron a tatuarse, en una época en la que, aún, el tatuaje en las mujeres era tabú. | Foto: Agencias

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La increíble vida de Maud Stevens Wagner, la primera tatuadora conocida de la historia

Por Grupo Zócalo

Publicado el sábado, 16 de octubre del 2021 a las 19:26


Artista de circo y apasionada por las ilustraciones en la piel, aprendió el oficio con el hombre más tatuado de Estados Unidos.

Ciudad de México.- “Todo está aquí en mi piel; no hay nada más que mirar”, dice el hombre ilustrado en el libro de Ray Bradbury, en donde los tatuajes cobran vida y dan lugar a los cuentos de esta obra, publicada en 1951.

Desde tiempos remotos, y por diversos motivos, el tatuaje ha marcado la piel de los humanos. Los primeros rastros de tatuajes dejaron su huella hace 5.300 años en la momia de Ötzi, descubierta en 1991 en los Alpes de Ötztal, en la frontera entre Austria e Italia.

Un grupo de investigadores, gracias a la tecnología de fotografía multiespectral, observó y analizó 61 tatuajes en su cuerpo, agrupados en 19 conjuntos; por su ubicación, los antropólogos creen que fueron realizados con fines terapéuticos. Sin embargo, una cruz en la rodilla derecha y otra en el tobillo izquierdo muestran indicios de un concepto simbólico; uno de los sentidos de esta práctica milenaria.

 

Mujeres “de mala vida”

A mediados del siglo XIX, las mujeres que se animaron a ser diferentes empezaron a tatuarse, en una época en la que, aún, el tatuaje en las mujeres era tabú; algo a lo que sólo se atrevían las “mujeres de mala vida”.

Es importante considerar el contexto de estas mujeres tatuadas: las encontramos en los circos y en los espectáculos populares de entretenimiento de Estados Unidos. “Éstas no fueron mujeres que dejaron memorias, diarios o cartas. Fueron mujeres trabajadoras que pasaron la mayoría de sus carreras viajando y superando dificultades”, afirma Amelia Klem Osterud, autora de The Tattooed Lady: A History. “Fueron mujeres valientes que encontraron la mejor manera de vivir, para ellas, de sobrevivir y prosperar, y de alguna manera sus decisiones nos impactan hoy”.

Entre sus nombres figuran la recordada Artoria, Nora Hildebrandt y La Belle Irene (nombre artístico de Irene Woodward). Sus biografías reales son oscuras y se han reconstruido a partir de historias de trabajo, fotografías, artículos de periódicos, anuncios, documentos genealógicos y entrevistas.

 

Maud Wagner, pionera en el arte de tatuar

Maud Stevens Wagner sobresale en la larga trayectoria del tatuaje por ser considerada la primera mujer tatuadora conocida. Nació en 1877 en el Estado de Kansas. Fue artista de circo, donde actuaba como trapecista, acróbata y contorsionista.

Aprender a tatuar era una de sus prioridades. Por eso, cuando conoció a Gus Wagner, “el hombre más tatuado de Estados Unidos”, aceptó una cita con él bajo la condición de que la tatuara y le enseñara a tatuar, según afirma el historiador de tatuajes Alan Govenar. Con exactamente 264 ilustraciones en su cuerpo, Gus aseguraba que había desarrollado su vocación de tatuar en las Islas de Java y Borneo, una de las “cunas” del tatuaje.

Maud y “el hombre ilustrado” se conocieron en la Feria Mundial de San Luis, Misuri, Estados Unidos. Juntos recorrieron el país en circos itinerantes, carnavales, ferias y freak shows (espectáculos de fenómenos), todos eventos populares de la cultura de entretenimiento y diversión de la época, donde las imágenes de los cuerpos tatuados eran un espectáculo en sí mismo.

Para muchas mujeres del siglo XIX y buena parte del XX que actuaban en estos shows, tatuarse fue una manera de atraer la atención de un público ávido por ver a estas artistas que llevaban impresas en su piel imágenes exóticas.

Maud Stevens Wagner y su esposo, Gus, "el hombre más tatuado de Estados Unidos".

Con técnica artesanal

Como en las películas, pero en la vida real, Maud y Gus se casaron; ella aprendió a tatuar guiada por él con la técnica primitiva y tradicional conocida como hand poked. Para realizar los dibujos de este estilo se hunde en la piel una aguja o punzón mojado en tinta; el diseño se hace punto por punto: es la técnica más antigua que se conoce, la practicaban tribus originarias de todo el mundo. Siempre utilizaron la técnica artesanal, nunca tatuaron con máquinas (en 1891, Samuel O’Reilly inventó la máquina de tatuar eléctrica, basada en la pluma eléctrica inventada años atrás por Thomas Edison).

Los tatuajes de Maud -que para el año 1910 ya cubrían todo su cuerpo– reflejaban temas de carnaval u occidentales; en el brazo izquierdo llevaba impreso su nombre, y entre tantos diseños, su piel mostraba palmeras, flores, pájaros, una cabeza de tigre y otros animales.

Maud Stevens Wagner. /LIBRARY OF CONGRESS OF EE UU

 

De oficio

Pronto Maud se encontró tatuando a sus compañeros del circo, a personas del público que iban a ver sus funciones, y también a su marido. Cuando dejó de actuar en el circo, el matrimonio Stevens-Wagner siguió recorriendo el interior del país presentando espectáculos de entretenimiento y ganándose la vida con los tatuajes que realizaban.

Si bien Maud se había convertido en una excelente tatuadora, lo cierto es que en los afiches publicitarios se leen avisos como éstos: “El espectáculo original de Gus Wagner, con una dama tatuada”, de 1907, o “Los Wagner, ‘The Tattooed People’, están aquí”, y se pueden ver en un espectáculo en la esquina suroeste de los terrenos del museo. Maud trabajó como tatuadora al lado de su marido durante años; sin embargo, a causa de que muchos clientes no elegirían a una mujer tatuadora, los Wagner ocultaron este hecho en los anuncios, apareciendo Maud como: “M. Stevens Wagner”.

Maud Stevens Wagner y su esposo Gus, "el hombre más tatuado de Estados Unidos".

 

Lovetta, su hija tatuadora sin tatuajes

Maud y Gus tuvieron una hija, Lovetta, quien con apenas 9 años aprendió a tatuar y, al igual que sus padres, se dedicó al arte de ilustrar cuerpos toda su vida. Lo llamativo de esta historia familiar de tatuadores es que la precoz Lovetta nunca marcó su piel con un tatuaje. “Papá nos enseñó a mamá y a mí a tatuar. Aunque todos sabíamos tatuarnos, mamá nunca dejó que papá me tatuara. Nunca entendí por qué”, dijo Lovetta en una entrevista.

Fátima Rosales, egresada de la carrera historia del arte, dice: “Maud Wagner fue una tatuadora sumamente talentosa que, además, convirtió su cuerpo en un lienzo viviente. Creo que uno de sus principales aportes fue el de romper con los prejuicios de que el tatuaje era más del ámbito de los hombres y lo reivindicó en un arte para su época. Una verdadera pionera”.

Maud Stevens Wagner, su esposo Gus y su hija Lovette.

 

 

Con información de Clarin.

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