Para ilustrar la magnitud de las cinco grandes inundaciones que hemos sufrido, la del 10 de septiembre de 1890, la del 2 de septiembre de 1932, la del 28 de junio de 1954, la del 4 de abril de 2004 y la del 15 de junio de 2013, y poder compararles, según datos obtenidos de los archivos de Conagua, proporcionados por el recordado y erudito en la materia como nadie, el Ing. Ricardo Garza Bermea, la inundación de 1890, reportó un gasto de 35 mil metros cúbicos por segundo y alcanzó una altura de 17.07 metros, que fue la más alta de las cuatro; la inundación de 1932 registró un gasto de 16,100 metros cúbicos por segundo y una altura de 14.49 metros; la de 1954, la más mortífera, registró un gasto de 27,300 metros cúbicos por segundo y una altura de 16.31 metros; la del 2004, dadas sus características, donde arrasó los aparatos que podían medirle, no se pudieron obtener registros, solo se sabe que el gasto fue excesivo, pero no tan grande en su altura. La de 2013 fue atípica, donde no se involucró ninguno de los ríos, donde lógicamente no hubo medición de la fuerza del caudal.
Una de las grandes consecuencias negativas que tuvo esta primera gran inundación en el municipio, la de 1890, fue importante para Villa de Fuente, porque la independencia de este municipio pendía de un delgado hilo, Ciudad Porfirio Díaz, no reunía en aquel entonces el número suficiente de habitantes para poseer la categoría de ciudad y se pensaba seriamente en unir los dos municipios, teniendo como cabeza a Ciudad Porfirio Díaz.
La economía de la pequeña villa no era buena y la inundación le dio el tiro de gracia y también el pretexto que esperaban para decretar la desaparición del municipio de Fuente, como se le conocía oficialmente, lo que ocurrió casi inmediatamente.
La historia casi se repitió en cuatro ocasiones diferentes, en las cuatro grandes catástrofes sufridas, la ciudad casi desaparece, aunque la cuarta solo afectó a Villa de Fuente y colonias adyacentes y en tantas ocasiones resurgió el indómito espíritu de sus ciudadanos, que quitaron el lodo y reconstruyeron sus viviendas para exhibir la ciudad que es hoy, como estuvo a punto de ocurrir en la peligrosa creciente del Río Bravo el 24 del mes de agosto de 1998 y que afortunadamente la naturaleza fue benigna con nosotros.
Pero es irónico descubrir, que tienen que ocurrir desastres de estas magnitudes, para enseñar a los pobladores a ser unidos en la fatalidad y para curtir el carácter de nuestra gente, para demostrar que no estamos vencidos y que podemos enfrentar los grandes retos que la naturaleza nos impone, Este ha sido el legado que nos han dejado nuestros antepasados.
La historia de la ciudad parece importarle menos a nuestras nuevas generaciones, porque no hemos logrado inclinar la balanza de su conocimiento para ellos.
El pasado reafirma el presente y fortalece con seguridad el futuro. Una ciudad sin pasado, solo tiene el presente, pero su futuro es… totalmente incierto.
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