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Coahuila

La maldición del guacamole

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 2 años

El confinamiento nos ha enseñado muchas cosas.  Bien dice mi hermana Mónica que el ser humano ha mostrado lo mejor y lo peor en la pandemia. Hemos atestiguado situaciones desgarradoras; ha habido causas con las cuales nos hemos solidarizado; ocasiones en que aplica aquello de: “De que me muera yo a que se muera mi compadre, que se muera mi compadre”.

Hemos visto, tanto lo bueno como lo malo, en todos los niveles de la política, la economía; la academia y las redes sociales, por citar algunas.  Hemos tenido “fake news” como borregos más negros que el carbón, con toda la mala leche; tal vez peor, movidos por intereses económicos turbios. Tenemos historias que se repiten, del que apoya a los vecinos y cuando es momento de regresar el favor, no es tomado en cuenta. Hay apoyos económicos, en especie y de conocimiento. Se han perfilado algunos epidemiólogos muy lúcidos, como los faros que nos guían en medio de la oscuridad. Tenemos personal sanitario que ha sobrevivido por obra y gracia de Dios y por su propia cautela al trabajar, pues a estas alturas del partido se les ha negado la vacuna. Tenemos una bodega llena de tela de donde cortar para historiar durante muchos años.

En lo personal he aprendido cosas muy interesantes, que en la vida antes de la pandemia no me había dedicado a estudiar. Me he propuesto incursionar en lo que más me gusta y he aprendido cuestiones cibernéticas que ahora, por simple seguridad personal, debo dominar.  Una de  ellas ha sido surtir la nota semanal en línea, algo que los chavos hallarán absurdo, pero que, de este lado de la brecha generacional, quienes nos hallamos en la  segunda mitad de la vida, requerimos de todo un ejercicio de apropiación, idealmente con la asesoría de los hijos o nietos.  Aparte de aprender, hilvanamos historias.

La primera vez que entendí que tendría que renunciar a ir al supermercado a hacer mis propias compras, fue allá por finales de marzo del 2020.   Supe que mi inspección minuciosa en el departamento de frutas, verduras y otros perecederos, cedía su lugar a la confianza en la cadena de tiendas que ahora seleccionarían por mí lo anotado en el pedido. Fue un periodo de ajuste en los primeros meses, con anécdotas como aquella cuando encargué 200 gramos de chile serrano y me surtieron diez veces más.  Mis vecinos fueron muy felices recibiendo, puerta por puerta, los excedentes del chile, que ni en un mes nos podríamos terminar en casa. Aprendí la malicia de tomar captura de pantalla antes de cerrar mi pedido, luego de un par de veces cuando, al momento de pagar, se modificaba el sistema de entrega a domicilio por “pick n’go”. Así que para cuando volvió a suceder, yo envié mi captura de pantalla, y tuvieron que resolverme el problema que su sistema generó.

La historia actual podría llamarse “La maldición del guacamole”. Hice mi pedido hace una semana, incluyendo una bandejita de guacamole grande con valor de $51.   En forma habitual suelo prepararlo en casa, pero como en los dos últimos años, muchos aguacates salen echados a perder, o de un día para otro se ponen negros, preferí comprarlo ya preparado. Algo trae para preservarlo, y dura dos o tres días en perfecto estado.  Hace una semana, como mencionaba, incluí un guacamole. Llegó el mensajero con el mandado; traspasamos la mercancía de sus cajas a las mías y listo.  Ya que acomodé y cotejé, noté que el guacamole aparecía cobrado, pero no venía en la mercancía. Me comuniqué durante dos días seguidos a la tienda, sin resultados.  Entonces presenté mi queja en un correo dirigido a servicio al cliente en la ciudad de Monterrey. Muy amables atendieron mi caso.  Esta semana regresó de vacaciones la titular de atención al cliente de esta ciudad fronteriza, se comunicó conmigo y nos pusimos de acuerdo que, en el siguiente pedido, ella me incluiría el guacamole. Ayer hice mi pedido en línea y hoy me llamaron para revisar detalles de este.  Hice hincapié en el guacamole pendiente; luego de unos segundos me indicaron: “Claro, ya vimos la anotación, va incluido su guacamole”. Llegó el mensajero, descargamos la mercancía, me quedé guardándola y ¡oh sorpresa! No venía el guacamole.   Me comuniqué a la tienda y me dice el joven que me atiende:     

-No hay guacamole.

-¿Entonces cuándo me lo mandan?

-En unas dos semanas, cuando vuelva a haber.

Todo lo que ha venido sucediendo con mi guacamole, me recordó el juego de la papa caliente. Uno dice que el otro, y el otro que el siguiente.  Palabras van, palabras vienen, y nada sucede.

Nuestro querido México crecerá en los hechos, no con palabras. Termino con unas bellas palabras de Piedad Bonnett a propósito a nuestra condición como humanos dentro de la pandemia: “Nos hemos abismado a la fragilidad de la especie”.

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