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La nueva Decena Trágica

Por Salvador García Soto

Hace 1 mes

A los diez días que transcurrirán entre esta última semana de agosto y la primera de septiembre, ya se les puede considerar un tiempo en el que la democracia mexicana y los equilibrios y contrapesos de poder en esta República, sufrieron un golpe letal y un retroceso histórico y brutal a manos del partido gobernante.

La asonada contra el México plural, competitivo, transparente y equilibrado en su nocivo presidencialismo omnímodo, no fue esta vez perpetrada por las armas de un general golpista que se alió con los Estados Unidos, sino por el grupo gobernante que, ensoberbecido y ciego por el poder que le confirieron los ciudadanos, decidió desmantelar de golpe las instituciones y avances que en los últimos 30 años habíamos construido los mexicanos para evitar que nos gobierne la voluntad de un solo hombre y ahora también de una sola mujer.

Mostrando oídos sordos y una cerrazón más que autoritaria a cualquier voz discordante o disidente, mientras invocan un demagógico y abstracto “mandato popular”, al tiempo que se envuelven en la bandera de una defensa fingida de la soberanía nacional, el presidente López Obrador, la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, y la gorilada legislativa del partido Morena y sus aliados comenzaron a derrumbar y a destruir todo el andamiaje constitucional y legal que la daba certeza jurídica a este país, que mantenía un endeble y difuso “Estado de Derecho”, junto con varias instituciones autónomas que habían logrado contener y acotar, en las últimas tres décadas, al desbordado y dañino poder Ejecutivo de la República.

Igual que en 1910 el golpe militar de Victoriano Huerta cortó de tajo y por la vía violenta el intento de gobierno democrático que encabezaba el apóstol revolucionario, Francisco I. Madero, en estos 10 días que transcurren entre la semana que termina y la que comienza el próximo lunes, México vivirá una deconstrucción de los pocos pero significativos avances democráticos que habíamos logrado a partir de la caída de la dictadura priista que comenzó con el gobierno de Ernesto Zedillo y culminó con la alternancia política en el poder.

Lo que tardó casi 30 años en construirse, con base en luchas ciudadanas, creación de nuevos derechos y de instituciones que los defendieran, empezó a ser aplastado, destruido y desechado por la mano autoritaria de un Presidente que, aún en la agonía de su poder, ordenó el asalto forzado e impositivo contra la democracia y los derechos ciudadanos, valiéndose de una mayoría parlamentaria ciega y sorda a cualquier otra voz que no sea la de su caudillo.

Si Andrés Manuel llegó al poder tomando por asalto la CNDH y neutralizando y desapareciendo de facto a la institución que nos defendía de los abusos de poder, no se quiere ir de la Presidencia sin demoler, por puro odio y venganza, al Poder Judicial de la Federación, garante de la constitucionalidad y los derechos ciudadanos; derrumbar la transparencia y el derecho a la información que habíamos conquistado, eliminando al INAI para volver a la opacidad total de los gobiernos de la era priista, y de paso acaba también con instituciones que regulaban monopolios, mercados energéticos y medio controlaban al avaricioso mercado de las telecomunicaciones.

Con el sometimiento y la obediencia total (y también ciega y sorda) de quién lo sustituirá en el poder, López Obrador se confirma como el presidente más autoritario de las últimas décadas, equiparándose y pareciéndose, cada vez más, a los mandatarios del viejo régimen del PRI, en el que él nació y se formó como político, y encarnando en su persona y en su estilo de gobernar, a los peores rostros y vicios presidenciales que padecimos los mexicanos.

Y aquí coincido y retomo textual las palabras del subcomandante Marcos, que sintetizó en la aguda pluma que siempre le caracterizó, la imagen con la que termina su presidencia quien se presentó como un “rayito de esperanza” y terminó siendo más bien para la República y sus instituciones y equilibrios un “huracán autoritario y destructor”:

“(López Obrador) tuvo el autoritarismo de Díaz Ordaz; el nacionalismo de cartón piedra de Luis Echeverría Álvarez, la demagogia corrupta de José López Portillo, la mediocridad administrativa de Miguel de la Madrid, la perversidad de Carlos Salinas de Gortari, la vocación criminal de Ernesto Zedillo, la ignorancia enciclopédica de Vicente Fox, el militarismo y la mecha corta de Felipe Calderón y la frívola superficialidad de Enrique Peña Nieto. Cambian los presidentes, cambian las nóminas. Lo del ‘autoelogio’ y lo ‘chillón’ si es parte del ‘estilo personal de gobernar’”, dijo con toda la razón y completa precisión el líder zapatista encapuchado.

La suya no será recordada por la historia ni como “revolución pacífica” ni como “transformación de la vida nacional”; si acaso como la administración en la que se polarizó y se dividió a los mexicanos; la de las obras faraónicas costosas e inviables; la de la compra de votos y conciencias con el dinero público; la de un presidente que uso su poder y su investidura democrática para atacar, acosar, menospreciar y hasta burlarse de todo aquel que osara cuestionarlo o criticarlo; que utilizó la potente voz de la Presidencia para proferir mentiras repetidas y sembrar el odio y la discordia entre mexicanos; que proclamó el fin del clasismo y la discriminación, mientras él mismo practicaba y alentaba esos vicios históricos; y la de un gobernante que mientras acumulaba cada vez más poder, chillaba como un niño, y se decía víctima de toda clase de conspiraciones, porque no soportaba ni toleraba la disidencia, la oposición y la crítica de ningún tipo.

Dicen sus adoradores y paleros que López Obrador “engaña con la verdad” y tienen razón en parte, porque siempre se supo quién y cómo era el obstinado candidato que alguna vez los publicistas de sus opositores bautizaron como el “peligro para México”.

Pero no tienen toda la razón porque AMLO también engaña con la mentira, con el dinero público como dádiva y la manipulación como su principal arma política. Porque cuando proclamaba con su demagogia que transformaría la vida pública, no necesariamente hablaba de un país que fuera mejor, más justo, menos pobre, más equitativo y con más desarrollo, sino de una República a la que haría retroceder más de 30 años, para regresarla al régimen del partido de Estado y hegemónico, una nación como la del pasado priista, en donde sólo manda una voz: la de la Presidencia; donde la mayoría oficialista impone y decide a su antojo, ignorando y reduciendo a la oposición a minorías testimoniales, y en la que no importan los derechos de los ciudadanos, sino los privilegios de los gobernantes.

De aquella decena trágica que se libró con balas y muertos para frenar a la naciente democracia maderista, hemos llegado a esta nueva “decena trágica” para México y los mexicanos, en donde perderemos a uno de los tres poderes autónomos del Estado, para remplazarlo por un Poder Judicial politizado, sometido, coptado por los intereses de los poderes reales y de facto; donde se desdibujan derechos como la información y transparencia y se vuelve a un Estado opaco y cerrado al ojo ciudadano, que vuelve a decidir sobre los temas económicos y de mercado a partir de criterios políticos e ideológicos, y no a partir de los datos y los indicadores reales.

Cuando terminaron aquellos 10 días que transcurrieron entre el 9 y el 18 de febrero de 1913, lo que vino para los mexicanos fueron los gobiernos de los militares y de la Revolución, que terminaron imponiendo un régimen autoritario, antidemocrático y con un Partido de Estado, una oposición testimonial, y un presidente omnipresente y omnipotente que concentraba y ejercía todo el poder. Y como bien dicen que la historia es cíclica, lo que se ve venir, cuando terminen estos nuevos 10 días negros entre agosto y septiembre de 2024, lo que se asoma es exactamente eso mismo: un gobierno autoritario, militarizado y antidemocrático, con un nuevo Partido hegemónico, con oposición reducida y una presidencia de nuevo omnipotente y sin los contrapesos ciudadanos.

Y entonces entenderemos que la “transformación” en realidad era “involución”, “destrucción” y “retroceso autoritario”.

Los dados mandan Serpiente Doble. Se vienen tiempos duros y oscuros para la República.

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