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Coahuila

La pareja austriaco-belga llegaba a Puebla y los lacayos brotaban

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 1 año

Continuamos con esta serie de escritos acerca de la llegada de la parejita imperial a México. Probablemente usted, lector amable, se ha preguntar porque este escribidor, quien en ocasiones varias ha manifestado su condición de Liberal, en el sentido original del concepto, puede dedicar varios artículos a tratar el tema del arribo de este par de frustrados quienes buscaban cumplir sus sueños mediante la creación de un imperio ficticio. Si ese fuera el caso, la respuesta es que nuestros profesores en las aulas nos enseñaron que esto de la historia es un asunto de objetividad y los temas deberíamos de abordarlos siempre tomando en cuenta las perspectivas diversas que sobre ellos existan. En el caso especifico de la venida de este dúo de intrusos, hay varios aspectos que se busca no resalten. Ese es el caso suscitado con respecto a las actuaciones de los miembros de la alta jerarquía católica y las de algunas personas quienes dejando de lado cualquier rubor, literalmente, se colocaron en condición de tapete pues creían que con ello habrían de ser considerados dignos de alternar con los visitantes nada gratos para la mayoría de los mexicanos. Sin duda los dos lugares en donde todo esto se mostró mas ampliamente fue en la ciudad de México y en Puebla. En esta ocasión, como lo habíamos prometido anteriormente, revisaremos las crónicas de como los integrantes de “la mejor sociedad poblana” hicieron gala de abyección con tal de agradar a la pareja belga-austriaca.

Para evitar que se nos acuse de recurrir a malquerientes de los arribados mostraremos, como ya lo hemos realizado en las ocasiones anteriores, el comportamiento de quienes tenían espíritu de lacayos, tomando como base  las crónicas publicadas en el libro “De Miramar a México” y en las notas aparecidas en el diario “La Sociedad.”  Conforme con la versión del primero, “el emperador y la emperatriz entraron triunfalmente en Puebla el día [domingo] 5 de junio a las diez de la mañana. No entró el Emperador a caballo como se decía en el programa… porque, aunque recibió con bondadosa condescendencia en todas partes cuantos obsequios se le hicieron, se opuso a todo lo que le parecía teatral y fastuoso. Su carácter grave y severo, aunque apacible, le hace ver con repugnancia los alardes vanos y las apariencias inútiles.”  Si en realidad Maximiliano pensaba eso, pues lo ocultó muy bien o poco caso le hicieron. Veamos cómo fue la recepción.

Acorde con el cronista poblano, tan pronto como se supo que “los ilustres viajeros” [así los llamaba] habían abandonado Orizaba, una animación extraordinaria comenzó a notarse en la ciudad; todos, ricos y pobres, no se ocupaban más que de prepararse a recibir y festejar de la manera más decorosa a los que tanto había deseado.” Ante eso, nosotros nos preguntamos, ¿en verdad todos los poblanos padecían ese grado de orfandad? La noche del dia 4, la pasaron en una casa de campo denominada Xonaca, propiedad de Mariano Fernández Anaya. Vaya usted a saber si el redactor de lo siguiente durmió en las afueras de esa vivienda y el “sereno” le humedeció las entendederas, pero lo que a continuación sigue es de producto de una mente en condiciones no óptimas, o tal vez a eso lo llevaba su orfandad cuando escribía: “Brilló al fin la aurora del por tanto tiempo suspirado día en que debía hacer su solemne entrada a esta ciudad el Hijo augusto de los Césares, el esclarecido Príncipe, que con abnegación sin ejemplo ha abandonado su  país natal y la brillantísima posición que tan justamente ocupaba en Europa, por traer a la antes desdichada México la oliva de la paz.” Vaya sarta de mentiras, estaba aquí frustrado y esta era su posibilidad única de sentirse monarca al inventarse un imperio, y eso de la oliva de paz, pues solo en la mente de un enfermo podía creerse. Pero retornemos a las calles poblanas de 1864 cuando “desde bien temprano las fachadas de las casas se engalanaron con vistosas colgaduras y  otros adornos en lo general de excelente gusto, apareciendo en la mayor  parte de los balcones, ya los retratos de SS. MM., ya las iniciales de sus  nombres, entre coronas de laurel y de rosas, y en muchos también las letras N. E. [Nuestros Empedradores] como un tributo de gratitud al Emperador y a la bella Emperatriz de los franceses, que tan poderosamente han influido en el establecimiento del nuevo Imperio. En casi todas las casas flotaban los pabellones de México y Austria, Francia y Bélgica, que traían a la memoria de nuestros soberanos el recuerdo de su antigua patria, [¿estimaban que ya sufrían ya el síndrome del Jamaicón o querían evitar que lo padecieran?] y les presentaban también el símbolo de la nueva, cuya regeneración les ha confiado la Providencia.” Como siempre, invocando a la Divinidad para justificar latrocinios.

“A las diez de la mañana, el cañón de la fortaleza de Guadalupe anunciaba la entrada a la ciudad de los Soberanos de México, quienes se detuvieron al  llegar al arco triunfal de la calle del Alguacil, donde tuvo lugar la ceremonia de la solemne entrega, que el Prefecto municipal hizo de las llaves de  la ciudad al Emperador, quien al recibirlas dijo: Admito, señores, con júbilo las llaves de esta ciudad, porque veo en  este acto, que hacéis confianza de mí y comprendéis mis leales intenciones;  pero seguro de vuestra fidelidad, os las devuelvo, aspirando tan solo a poseer vuestros corazones”. Lo bueno es que al tal Max le fastidiaba lo teatral y fastuoso, lo cual se reafirma con lo que sigue.

“Terminado esto acto, la imperial comitiva continuó su marcha en medio de una concurrencia inmensa y de las incesantes y entusiastas aclamaciones de un pueblo, que victoreaba lleno de júbilo a Maximiliano y a Carlota, y bendecía con efusión al Altísimo, que, apiadado de sus largos y crueles padecimientos, le enviaba al fin al hombre más digno de regir sus destinos.” Y necios con culpar al Gran Arquitecto de las barrabasadas que realizaban una parvada de filibusteros. Pero ya embarcados, plenos de idiotez, se mencionaba que “la franca y simpática fisonomía del gallardo Emperador, y la resplandeciente hermosura, la gracia sin igual y la aureola de célica virtud que distinguen a la encantadora Emperatriz, atraían las miradas de la multitud y les rendían los corazones. Desde ese momento no había ya en Puebla más que partidarios acérrimos del Imperio, leales defensores del trono, admiradores apasionados y entusiastas del joven Monarca, en quien veían la realización de una esperanza, el cumplimiento de un deseo ardiente: la pacificación y el engrandecimiento de la patria; y todos se decían:  he aquí un verdadero príncipe, el único capaz de gobernar un pueblo tan noble y generoso y hasta aquí tan desdichado…” Nada como un par de civilizados para enderezar a esta partida de salvajes que moraban en México, excepto claro los que lo fueron a traer y quienes ahora lo miraban en calidad de Quetzalcóatl redimido. Por ello, “el pueblo [selecto], con ese buen sentido que manifiesta siempre en las grandes ocasiones, calificó desde luego al hombre, y no vaciló en proclamar al Monarca, a quien no se saciaba de ver, y lo seguía con entusiasmo, más bien con amor; porque lo cautivaban la afabilidad y extraordinaria cortesanía del que había atravesado los mares por venir á labrar la felicidad de esta nación que tanto ha sufrido.” Durante los tres años siguientes habría de comprobarse cuanta dicha eran capaces de derramar los integrantes de esta parejita.

“Cuando los carruajes llegaron al frente de la Catedral, SS. MM. se apearon, y fueron allí recibidos, bajo de palio, por el venerable Prelado diocesano [el obispo de Puebla, Carlos María Colina y Rubio} y por los Ulmos. Sres. [ilustrísimos señores] obispos de Chiapas, [Francisco Suárez Pereto]; de Veracruz, [Carlos Manuel Ladrón De Guevara] y de Chilapa [-Chilpancingo, Ambrosio María Serna y Rodríguez] que en unión del Cabildo y del clero secular los esperaban. Seguidos de una numerosísima comitiva se dirigieron al templo, que estaba magníficamente adornado, y se colocaron bajo el dosel dispuesto en el presbiterio al lado del evangelio. Entonó entonces el Preste, acompañado de una armoniosa orquesta, el más bello himno de la Iglesia Católica, y todos tuvieron ocasión de notar el recogimiento y la piedad del Monarca y su virtuosa consorte.” Nada de esto era motivado por convicciones religiosas, los clérigos habían sido instruidos por su jefe, Pelagio Antonio De Labastida y Dávalos, para entonces ya obispo de México, de que actuaran zalameramente pues Maximiliano representaba el retorno de todas las riquezas, mal habidas, que les fueron recogidas. Por su parte, el austriaco sabía que era necesario contar, al menos en el corto plazo, con el apoyo clerical para atraer a todos, independientemente del estrato económico al que pertenecieran. Ya sabemos que al final el uno y los otros se llamarían engañados, pero es de sobra conocido que, entre esa clase de sujetos, el Gran Arquitecto no es sino un instrumento para justificar sus acciones muy alejadas de cualquier espiritualidad, lo de ellos es la fiducia.

Por supuesto que ahí no terminó todo. Posteriormente, en el palacio episcopal dieron inicio una serie de actividades que empezaron por la entrega de las llaves de la ciudad, lo cual estuvo a cargo del prefecto político, Juan E. de Uriarte, quien no perdió oportunidad para soltar el consabido discurso rastrero. A este, Maximiliano respondió con otro en donde se mencionó que: “El noble pueblo mexicano ha puesto en nosotros su confianza: consideraremos como un deber el corresponder a ella, concentrando nuestros esfuerzos en procurar a la Nación el cumplimiento de sus justas aspiraciones”. ¿Desde cuando una parvada de vivales representaba a los mexicanos? Asimismo, indicó que “A Puebla que es uno de los mayores centros del Imperio, le tocará brillar dándole el ejemplo.” Pero eso sí, apenas lo habían paseado por las calles y ya sabia como andaba todo en la ciudad, lo cual le llevó a decir “con pena profunda contemplo a la desventurada población agobiada de males por los trastornos políticos. El gobierno a cuya elección habéis contribuido, se impondrá la tarea de cicatrizar vuestras llagas lo más pronto posible, y facilitar, por medio de instituciones que estén a la altura de nuestro siglo, el desarrollo de aquella prosperidad, para lo que abundan en tan alto grado los elementos en este rico país.” La demagogia en todo su esplendor lista para que la ingirieran los hambrientos de que les colocaran el grillete. Tras de dejarlos resollar un rato, “a las siete de la noche fue servida en el Palacio una mesa a la que concurrieron SS. MM., las personas de la corte, las principales autoridades, algunos individuos del Ayuntamiento y varios particulares, como también algunas señoras de las familias más distinguidas de la población.”  Tras de eso, los llevaron a pasear por la ciudad y mostrarles hasta donde podían llegar en eso de ser palafreneros. Lo mismo se enorgullecían de haberles adornado cuanto edificio había en la ciudad, les encendieron los fuegos artificiales, atestaron las calles de arcos y arboles iluminados. De como se transportaban, se menciona que “precedían al carruaje en que iban SS. MM. ocho lacayos llevando en la mano cirios encendidos, y le seguían otros muchos coches conduciendo a las personas de la corte, a las autoridades del Departamento y de la ciudad, a varias señoras y a no pocos particulares. Este elegante cortejo fue constantemente acompañado de una multitud extraordinaria, que sin cesar victoreaba al Emperador y a la Emperatriz.” Total, al final era un asunto de puros lacayos unos a pie, otros en carretelas y algunos más en calidad de matraqueros, eso sí, la dignidad se había ido de paseo por otros rumbos de la ciudad. Pero eso apenas era el preámbulo, aquellos poblanos aun cuando se dieran aires de gran señor, en realidad no eran sino mozos de espuelas vestidos con gran pompa.

El lunes 6, los trajeron visitando escuelas e institutos para que vieran como se preparaban sus futuros súbditos. Para que no fueran a pensar que lo del dia anterior era llamarada de petate, en cuanto se subían al carruaje se aparecían convencidos quienes les lanzaban loas, el acarreo funcionado como relojito. Tras de la comida, les tenían preparado un momento musical en donde escucharon. la interpretación que realizaron Narciso Bassols [Soriano], Pablo Sánchez y Jesús Soto, destacando la actuación del primero quien se lució con la guitarra, lo cual generó que Maximiliano “le obsequiara un bejuco de oro.” Antes de seguir, hemos de apuntar que la esposa de Bassols era Soledad Lerdo De Tejada y Corral, la hermana de don Sebastián, asimismo fue el abuelo del abogado y político mexicano, Narciso Bassols García Teruel quien no se distinguía precisamente por adorar las causas imperialistas. Pero dejemos asuntos genealógicos y volvamos a la Puebla “imperial” de 1864.

Ahora sí que, como dijo aquel, hubo un evento que les vino como anillo al dedo para seguir mostrando hasta donde eran capaces de llegar con eso de la zalamería. “El dia 7, cumpleaños de S. M. la Emperatriz, se celebró en la Catedral una solemne misa en acción de gracias al Todopoderoso, cantada por el Ulmo. Sr. Obispo de la diócesis, con asistencia de todas las autoridades, funcionarios y empleados, así mexicanos como franceses, y de multitud de particulares, colocándose las señoras en la espaciosa tribuna preparada al efecto.” Tras de ello, salieron presurosas y “la numerosa comitiva se dirigió al palacio con objeto de felicitar a nuestra bella y amada Soberana, que por un favor especial de la Providencia pasaba entre nosotros el primer aniversario de su natalicio, que celebra en su nueva patria.” Desde luego que el Gran Arquitecto debió de haber estado muy pendiente para que el aniversario número 24 de Carlotita la sorprendiera en Puebla, como iba a negarles tanta dicha a esos lacayos. Pero ahí no terminaba todo, ya en plena celebración, “recibió primero a la comisión de señoras, que presidia la recomendable esposa del Sr. Prefecto político, [Fernando Pardo Ortiz de Zarate], D. Guadalupe Osio [Salceda] de Pardo, quien en nombre del bello sexo de Puebla le presentó, en un porta-bouquet de oro esmaltado y adornado con piedras preciosas, un ramillete de escogidas y fragantes flores, que en su mudo y expresivo lenguaje le significaban el intenso amor y profundo respeto que le profesan las hijas de esta hermosa ciudad. Este precioso obsequio iba acompañado de la dedicatoria… y que magníficamente escrita y encuadernada con lujo fue recibida por S. M. con la afabilidad que acostumbra.” No, pues si, dos días eran suficientes para dar fe de todas las gracias de la princesa belga, como dirían los cronistas de sociales, era un encanto de mujer. Pero aquello apenas se iniciaba, “en seguida fueron admitidos los Sres. generales [Auguste Henri] Brinconrt y E. De Maussion con toda la oficialidad francesa, a quienes manifestó la mayor deferencia. Después se presentaron las autoridades del Departamento y de la ciudad con todos los funcionarios y empleados, felicitando en nombre de todos, el Exmo. Sr. ministro de Estado D. Joaquín Velázquez de León, cuya felicitación contestó S. M. con extraordinaria benevolencia, dirigiendo luego algunas amistosas palabras al Sr. Prefecto político. La Emperatriz recibió estas felicitaciones en el salón del trono, en pie, sencilla pero elegantemente vestida y acompañada de la señora esposa del Exmo. Sr. general [Juan Nepomuceno] Almonte, y de las otras damas de la corte. Aquí, cabe apuntar que la esposa de Almonte era María Dolores Quesada Almonte, hija de Guadalupe una de las hijas de José María Morelos y por lo tanto resultaba ser sobrina de su marido. Al menos en eso de la endogamia ya se parecían a los miembros de la realeza. después de este apunte al calce, retomemos la narrativa poblana de 1864.

Tras de el besamanos, al mediodía, Brincourt pasó revista en el atrio de la catedral a las tropas francesas y después las dirigió hacia el palacio episcopal en cuyo balcón principal estaba la parejita observando. “En el resto del dia visitaron SS. M.M. varias escuelas de primeras letras y algunos otros establecimientos públicos, entro ellos el Colegio seminario, cuya soberbia biblioteca recorrieron, haciendo de ella los mayores elogios.” Eso apenas era un aperitivo, seguían los entremeses que se los serviremos sin interrupción para que usted, lector amable, juzgue tranquilamente hasta donde puede llegar la estulticia.

“En la mañana de ese mismo día fueron presentados a S. M. el Emperador varios obsequios, siendo de notarse muy particularmente una oda compuesta por el bien conocido literato Sr. D. Manuel Pérez Salazar, quien nos permitirá le digamos que se excedió a sí mismo; pues, en nuestro concepto, esa bellísima composición es su obra maestra, y demuestra de cuanto es capaz el talento cuando el objeto de los cantos del poeta es un inagotable manantial de verdadera y fecunda inspiración. La oda está lujosamente escrita en hermosa letra alemana, cuyas mayúsculas, que son otras tantas viñetas alegóricas, están pintadas con maestría y dibujadas con exquisito gusto. La obra forma un tomo magníficamente encuadernado, y en cuya pollada hay que admirar preciosas miniaturas y adornos hermosísimos debidos a los Sres. D. Francisco Morales y D. Luis Garces. Este regalo verdaderamente regio fue hecho a S. SI. por los profesores y alumnos del Colegio imperial del Espíritu Santo. El Exmo. Ayuntamiento le obsequió también con una riquísima espada, toda embutida de oro, trabajada por el hábil armero D. Nicolás León, que supo dar a la hoja el temple de las mejores de Damasco y de Toledo, y manifestar con esa obra de tanto gusto, tan perfectamente cincelada y tan bien concluida, los adelantos de ese ramo de la industria en Puebla. Esa soberbia espada tiene en un lado muy bien esculpidas las armas del Imperio y en el otro las de esta ciudad con este lema: “Puebla a su augusto y digno Emperador Maximiliano I, y después junio de 1864. El Sr. Prefecto político, en nombre de los empleados de la prefectura política del departamento, presentó a S. M. una hermosa caja de madera, que figura un canastillo, en cuya tapa se ven rosas, amapolas y otras flores muy bien talladas y caladas, sirviéndoles de fondo un cojincito de gros azul celeste. En el interior está forrada de terciopelo verde, y contenía un finísimo jorongo tejido en San Miguel Allende, formando el pabellón nacional y ostentando en el centro el águila mexicana con la corona imperial. Todos estos regalos, y otros muchos ofrecidos tanto al Emperador como a la Emperatriz, y que sería imposible enumerar y menos describir, fueron admitidos por SS. MM. con la afabilidad y dulzura que les son geniales, y que cada dia les conquistan más y más los corazones de todos los mexicanos, sobre quienes reinan ya por el triple ascendiente del nacimiento, del genio y de la bondad.” Claro que para cualquier mortal leer una crónica así de empalagosa es motivo de malestar estomacal, por ello, decidimos que si  usted, lector amable, llegó hasta aquí, merece un descanso antes de que les presentemos el plato principal de aquella  jornada poblana consistente en una cena-baile, misma que  empezó “a las siete de la noche en palacio [cuando se sirvió] un magnífico banquete de más de sesenta cubiertos, y á cosa de las diez se dirigieron SS. MM. á la antigua Alhóndiga, en cuyo salón principal debía verificarse un gran baile dedicado a la Emperatriz por su cumpleaños.”  Sobre lo que ahí sucedido, habremos de ocuparnos la semana próxima si usted decide favorecernos con la lectura de aquellos hechos que no creemos sean motivo de orgullo para ningun poblano del presente, o ¿Estamos equivocados? [email protected]

Añadido (22.20.76) Cuatro décadas y un lustro han trascurrido desde aquel viernes 3 de junio cuando dos damas y ocho mozalbetes concluían su licenciatura en economía. Ese dia, el Liberal habló en silencio y mostró sus convicciones. Sin importarle que en el evento estuviera uno de los alguaciles quien tomó nota al verlo abstenerse de hincar las rodillas en tierra y no comulgar. Por poco le cuesta un castigo severo, aunque no se fue indemne, que le hubiera impedido titularse. De aquel suceso hay imágenes que certifican la actitud.

Añadido (22.20.77) Al observar la escena en donde Alberto de Mónaco entrega el premio al ganador del Gran Premio de Mónaco, el piloto Sergio Pérez, nos recordamos de las raíces mexicanas del primero a través de su bisabuela paterna, Susana De La Torre y Mier. Ella era hermana de Nachito de apellido similares, aquel a quien Emiliano Zapata le preparaba las montas.

Añadido (22.20.78) Se exhibe más violencia y crueldad en cinco minutos de cualquier noticiero televiso que en veinte corridas de toros y hasta donde sabemos nadie ha pedido que se cancele la transmisión de los primeros. La hipocresía de los animalistas en todo su esplendor.

Añadido (22.20.79) Introducir la nariz en asuntos de otros expone al sujeto a llevarse un buen mandarriazo. Eso sí, después a quejarse de que otros opinan sobre nuestros asuntos e inmediatamente a buscar el lábaro patrio para usarlo como cobija.

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