Saltillo, Coah.- Quizá el libro más conocido de la literatura mexicana a nivel mundial es Pedro Páramo: una novela de fantasmas. Publicada por Juan Rulfo en 1955, la historia utiliza a estos entes como una forma de criticar a la sociedad mexicana de su época: una bisagra entre los caciques y la Revolución. Años después, en cambio, Carlos Fuentes publicó Aura, una novela breve en la que los fantasmas también aparecían para abordar esos temas, aunque de otra forma: un joven en busca de trabajo asiste a una casa habitada por dos mujeres, una anciana y una joven que, poco a poco, intercambian cuerpos.

Según la catedrática Carolyn Wolfenzon la literatura mexicana usa a los fantamas con “una intención de crítica social, de cuestionamientos profundos sobre la identidad mexicana y no tiene el propósito de producir unicamente miedo”, según explica en el prólogo de su libro Nuevos Fantasmas Recorren México: Lo Espectral en la Literatura Mexicana del Siglo XXI (Iberoamericana Vervuert, 2020).

Bajo esa idea uno puede encontrar nuevas aristas en diversos relatos actuales escritos por mexicanos que renuevan la figura del fantasma y lo que significa en un país como México, sobre todo en vísperas del Día de Muertos, cuando los que se fueron, regresan.

Análisis del espectro

El primer libro es, más que un relato, un análisis de este ser que habita en la imaginación de todos, pero también en las casas que deberían dar una sensación de seguridad y, sobre todo, en las calles de las ciudades que día con día se caminan.

En su ensayo Fantasmas Bajo la Luz Eléctrica, el poeta Vicente Quirarte repasa la historia de diversas leyendas del país e ilumina con sus reflexiones cómo estas dotan de identidad a esos lugares. Además, el volumen publicado por la Academia Mexicana de la Lengua, se completa con ensayos sobre los vampiros, hombres lobo y otros seres de terror.

Ese libro, que puede descargarse de forma gratuita desde la página de la gaceta de la UNAM, es una antesala para la antología Ciudad Fantasma, hecha al alimón con el escritor Bernardo Esquinca, en la que ambos autores se dedican a compilar leyendas y relatos ambientados en la Ciudad de México.

Pasado y presente 

“Lo conocí en una vieja cantina del Centro. Era uno de tantos parroquianos, de esos que pasaban, se quedaban para tomar un par de tragos y luego se marchaban”, así inicia La Noche de Coatlicue, relato del escritor mexicano Mauricio Molina, uno de los referentes del fantástico nacional.

En este cuento, que puede leerse gratis en la página revistadelauniversidad.mx, el protagonista se encuentra con Borunda, el seguidor de una deidad prehispánica que recupera en su cuerpo, el espectro del pasado, retomando la idea central de relatos como Chac-Mol, de Carlos Fuentes, en el que se analiza la relación entre el México prehispánico y el actual.

Aparición desértica

En La Muralla, el coahuilense Luis Jorge Boone crea una atmósfera que recuerda los relatos de aparecidos que se cuentan en la sobremesa. En este cuento, aparecido en su libro Cavernas, el nacido en Monclova cuenta una historia que le sucedió a un grupo de jóvenes que pidieron ride a un desconocido encontrándose con el mal.

En este cuento, Boone plantea una historia de inseguridad en la carretera aderezada con la invasión de lo sobrenatural. Es, pues, una nueva leyenda urbana.

Fantasmas de maternidad

Atenea Cruz, escritora duranguense, lleva en sus obras el sello de lo insólito más allá de lo sobrenatural. La extrañeza de su literatura aborda nuevas formas de encontrarse con la realidad y deformarla, así sucede en Ecos, novela en la que la escritora presenta la historia de Celia, una madre que día tras día revive la misma pesadilla: asesinar a su propio hijo.

Sobre Ecos, publicado por primera vez en 2017, el escritor Eduardo Antonio Parra ha dicho que “A la hora de irla leyendo, pasando sus páginas, se vuelve poco a poco en una novela fantasmal. Es un texto con un lenguaje parco que a veces es brutal y violento”.