La semana comenzó con un anuncio del Presidente electo de EU. Aseguró que, cuando llegue a la Presidencia en enero, impondrá aranceles a importaciones de México y Canadá, que ahora no existen por el tratado de libre comercio, incluyendo las de petróleo.
Claudia Sheinbaum respondió que México, después de Canadá, es el mayor exportador de crudo pesado a EU y que, si ese país pone aranceles, “la exportación de este crudo (de México) sería hacia otros países del mundo”.
Tras bambalinas de este juego político, está la crisis de Pemex y la confesión, en documentos oficiales, de que una Administración de EU adversa a México puede agravar seriamente la crisis de la petrolera.
Consulté con expertos petroleros y me confirmaron que esos “clientes” podrían ubicarse en Europa o Asia, pero no parecen un plan real, no queda claro quiénes son ni dónde están. No se sabe cómo Pemex tendría logística o buques para surtirles.
Cuando le preguntaron a Sheinbaum cómo se está preparando para el trumpismo, dijo que México ahora exporta menos petróleo que antes, que envió una carta a Trump, que tuvo una llamada con él, están dialogando y confía en que “nos vamos a poner de acuerdo”. Sin embargo, la respuesta esperanzada de la Presidenta choca con la realidad de los pronósticos en documentos oficiales de la petrolera.
Hace dos meses, en un reporte oficial, Pemex ya avisaba a sus inversionistas qué significaría un cambio en el Gobierno en EU. Y el panorama es muy distinto al que planteó Sheinbaum. La petrolera explicó que la economía de México tiene una correlación directa con la de EU y cualquier cambio allá afecta aquí. El tipo de cambio del peso respecto al dólar recibe un impacto, cambian los flujos de capitales y la inversión.
EU es un cliente clave de Pemex. Solo entre enero y septiembre, el 30% de las ventas de Pemex fueron para ese país: más de 360 mil millones de pesos. Ahora, el libre comercio permite que México venda crudo, derivados de petróleo y petroquímicos a EU sin aranceles. Si el tratado se renegociara, o se agregaran aranceles, el impacto adverso sería “significativo en el negocio y en los resultados de operación de Pemex”.
En las últimas semanas he explicado aquí la delicada situación que Pemex enfrenta con una enorme deuda a proveedores. Esta semana, la Presidenta dijo que va “a definir el esquema” para pagarles.
La realidad, me dijeron algunos de quienes les deben, es que siguen sin cobrar y les han dicho que “no hay dinero”. Los proveedores temen hablar públicamente. Creen que los vetarán como contratistas o los pondrán “al final de la fila para cobrar”.
A esto se une la deuda con bancos y casas financieras: 1.91 billones de pesos al 30 de septiembre, la mayoría denominada en dólares. Si hay problemas con EU y sube el tipo de cambio, la deuda es más cara para México.
Para ayudarle con su crisis, como expliqué en columnas anteriores, el Gobierno federal ha hecho “aportaciones” extraordinarias a Pemex y le ha permitido no pagar parte de los impuestos, claves para el gasto público del resto del Gobierno, pero no ha sido suficiente.
Este año, Pemex contrató varios nuevos créditos, algunos a corto plazo. Ante sus inversionistas, la petrolera admite que la baja en las calificaciones, que provienen en su mayoría de calificadoras estadunidenses, no sólo le trae intereses más altos, sino que hace más difícil el acceso al crédito. Por eso, dice uno de sus informes, un cambio radical en la política estadunidense “puede afectar las operaciones de Pemex”.
Al margen de las declaraciones políticas, en Pemex hay una tormenta que viene de todas partes. Hay una revuelta en ciernes con sus proveedores, que simplemente ya no pueden operar sin cobrar.
Hay una deuda que crece y amenaza el resto de la calificación crediticia de México y el dinero que el Gobierno usa para toda su operación. Y ahora, se añade una amenaza de Washington, que apunta a nuevos aranceles y un tipo de cambio al dólar mucho más caro.
Lo preocupante es que, desde Palacio Nacional, la Presidenta sonríe y dice que confía en que todo estará bien y que tiene un Plan B para Pemex, con “otros clientes” que nadie parece saber quiénes son, ni dónde están.
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