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Coahuila

Ludovico Einaudi

Por Joel Almaguer

Hace 1 año

Un barco en medio del gélido océano, rodeado por icebergs. El sol acaricia la piel como unas manos amantes transmitiendo un calor íntimo que sacia y a la vez nos deja sedientos de más. El frío brilla entre rayos de sol y destellos iridiscentes que emanan del hielo. La calma reina.

El barco anda en calma y percibimos el ruido de unas olas que son una insinuación. Entre el azul del cielo y el mar, el blanco y azulado paisaje de icebergs reconforta. Y entre toda la calma que palpita, con parsimonia un bloque blanco artificial sostiene un piano negro de cola. La imagen es maravillosa.

En medio de una Nada ya luminosa, un piano flota y se desliza silencioso, esperando las manos del compositor que están a punto de posarse sobre sus frías teclas. Y así comienza la música, de pronto, con notas melancólicas, tersas, como un terciopelo que nos transmite calidez. La música continúa. La melodía llena de sencillez y pulcritud es acompañada por acordes y luego por unos arpegios.

Evoluciona lentamente, nos aquieta la respiración. Palpitamos al pulso que el compositor propone. Y de pronto la música nos llena, nos completa. Es Ludovico Einaudi, compositor italiano contemporáneo que, sentado en un banco, frente al piano, toca sus composiciones tan personales y particulares.

El paisaje es como su música: austera, sin grandes sorpresas, pero maravillosamente realizada. No hace falta más en sus obras que un motivo pequeño, como una semilla, que comienza a evolucionar, a crecer, a transformarse. Los sonidos parecen ser nuevos cada vez. Y de pronto, todo termina.

Ludovico, que ha grabado un video tocando desde un iceberg artificial en medio de un mar frío y en calma nos llena de paz. Así es su música: limpia, quita todo el ruido que haya en nuestra cabeza y nos deja vacíos, pero en completa paz. Sin duda que la sencillez es muestra de genialidad también.

En la sencillez se muestra el genio de Ludovico Einaudi. Sin duda un compositor que vale la pena escuchar y con el cual experimentamos el deleite de lo austero, de lo elemental, fundamental, sin que echemos en falta fuegos de artificio.

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