Arte
Por Agencia Reforma
Publicado el martes, 9 de agosto del 2022 a las 03:30
Ciudad de México.- Era como mirar el universo: 118 elementos químicos. Existencias puras.
Definidas e inofensivas algunas, intensas y asesinas, otras. Igual que el arte. A los 82 años, diagnosticado con cáncer terminal, cuando escribió esa despedida en The New York Times, Oliver Sacks tenía algunos en estuches sobre su escritorio.
Ahí, el talio, el elemento 81 por su número atómico. Metal suave, blanco azulado, que le regalaron sus amigos por su cumpleaños 81. Allá el reciente 82, dedicado al plomo. El 90 tan imposible: torio, cristalino con profundidad de diamante. Neurólogo inglés, divulgador, explorador, Oliver Sacks estaba seguro de que no llegaría al polonio, el 84. Pero tenía un trozo de berilio, el elemento 4, para recordarle su infancia y el tiempo lejano en que comenzó su vida.
“ En este punto crítico, cuando la muerte ya no es un concepto abstracto, sino una presencia -demasiado cercana e innegable-, vuelvo a rodearme, como cuando era pequeño, de metales y minerales, pequeños emblemas de eternidad”. Murió el 30 de agosto de 2015 y ese fue un punto de partida.
Con lectores por todo el mundo, el autor de Un antropólogo en Marte, una colección de casos neurológicos (un hombre que al fin recupera la vista pero ya no sabe ver), Sacks recibía más de 10 mil cartas al año que contestaba siempre.
“ Invariablemente contesto a los menores de diez años, los mayores de 90 años o la gente que está en prisión”. Rogelio Cuéllar, autor de fotos icónicas de Borges, y la editora María Luisa Passarge, de La Cabra Ediciones, planearon un homenaje: enviarle un bastidor a 118 artistas plásticos, científicos y músicos para que pintaran un cuadro inspirado en cada uno de los elementos químicos. Carlos Chimal, escritor científico, y otros autores escribirían una cuartilla por cada elemento de los que está hecho el universo conocido.
“ Es el ADN del universo, arte ligado a la ciencia y toda la emoción de la vida. Es maravilloso”, decía Cuéllar, de 72 años, hace unos días en el Museo del Palacio de Minería, un edificio de la UNAM en el Centro Histórico con pedazos de meteorito en la puerta. Los meteoritos, dice el catálogo del proyecto La Tabla de los Elementos Químicos, son contenedores de vanadio, elemento 23, maleable, dúctil, con el que en el siglo III AC se forjaban espadas tan filosas que podían demediar un cabello.
En 2019, declarado Año Internacional de la Tabla Periódica, montaron la exposición de los cuadros en el Museo Universum. Era un homenaje a Oliver Sacks, por su puesto, y al químico Dmitri Mendeléyev, que en 1869 había creado la primera tabla periódica, cuando apenas se conocían 63. El ruso había encontrado un patrón de los pesos atómicos que ya prefiguraban más elementos. Arma tarjetas, las despliega sobre una mesa, las barajea, las reordena una y otra vez.
“ Pareciera que está jugando un solitario de cartas, armado de una paciencia atómica”, apunta el Premio Nobel de Química 1981, Roald Hoffmann, en un texto incluido. Bosqueja una tabla y la llena de tachones.
“ Y he aquí que se revela lo más emocionante y bello de esta tabla: los tachones. El borrador personaliza el acto creativo, un acto de intimidad que lo hace profundamente humano”.
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