El coloquialismo significa “pereza” en Honduras; y en México, “miedo, especialmente cuando se manifiesta con escalofríos”. Esa sensación, característica de los Hermanos Lelos (personajes de Los Polivoces, símbolo de la mejor comedia mexicana entre los años 60 y 70 del siglo pasado), deben experimentarla los pretendientes a alcaldes y diputados federales conforme se acerca el 6 de junio. Los ciudadanos no, pues ya conocen el juego: partidos y candidatos llaman a su puerta solo en tiempos de campaña. Quienes dan su voto a cambio de dinero u otras dádivas ignoran que por cada 100 pesos recibidos pagan mil o más en deuda, servicios de pésima calidad y obras mal ejecutadas.
El “beneficio” deviene en lastre para una o más generaciones. El “moreirazo”, utilizado entre otras cosas para financiar campañas propias y extrañas (entre ellas la de Peña Nieto) terminará de amortizarse en 40 años, si bien nos va. Al respecto, un amigo versado de estas cuestiones me pregunta, con lápiz y papel en mano: “¿Sabes cuánto costó el carro completo del PRI el año pasado?”. Ante mi duda, surge el contundente: “¡Ni te imaginas!”. Me dejó en las mismas. Quizá el enigma se resuelva en la siguiente charla. Sin embargo, cualquiera que haya sido el precio, al final los paganinis volverán a ser los coahuilenses, ¿quién más?
Un precio, por cierto, demasiado alto para el mísero 39.3% de la lista nominal que acudió a las urnas el 18 de octubre pasado. “Los diputados son de los gobernadores y los alcaldes, del pueblo”, decían los clásicos. Bajo esa premisa, “más vale Congreso en mano que alcaldes volando”. La legislatura revisa la cuenta pública, aprueba secretarías absurdas, deuda maquillada, y sin mayoría, o con el control en manos de otros partidos, sobre todo en la parte final del sexenio, ningún gobernador podría dormir a pierna suelta. Tener al Congreso de su parte le ha servido al desaforado Francisco Javier García Cabeza de Vaca ganar tiempo; pero su suerte, insistió, está echada.
En Coahuila se intensifica la guerra de las encuestas a medida que se acercan los comicios. Contra las líneas lanzadas desde el poder, Morena le espanta el sueño a muchos; de lo contrario, ¿para qué ocuparse del partido del presidente y de sus candidatos? El 19 de abril, una de las encuestadoras más atinadas y confiables del país le concedía al candidato del PRI a la alcaldía de Saltillo, José María Fraustro Siller, una ventaja de 6.4 puntos sobre Armando Guadiana Tijerina, de Morena.
En Torreón, Marcelo Torres (PAN) estaba a seis décimas de punto del candidato de Morena cuando aún se pensaba que podría ser Luis Fernando Salazar Fernández, y Román Cepeda (PRI) se empezaba a rezagar. Faltar a reuniones y debates es una actitud derrotista. En el Distrito 5, Jorge Zermeño (PAN) supera al morenista Antonio Attolini Murra y a José Antonio Gutiérrez Jardón —embajador de Rubén Moreira—, quien debe cuidar las formas y no exhibir fajos de billetes de 500 pesos a la menor provocación. “¿Es la cotización actual del voto?», me pregunta un testigo de café. Tampoco tengo la respuesta.
En la columna “La aguja en el pajar” (03.05.21) se lee, a propósito de las encuestas diseñadas para confundir y forjar castillos en el aire: “Frente a la manipulación, los sesgos y los intereses aún presentes, la ciudadanía despista u oculta la intención verdadera de su voto. (…) En un estado donde la alternancia dejó de ser excepción para convertirse en regla, la elección de alcaldes del 6 de junio será altamente competida y arrastrará a la de diputados federales, pues por primera vez son concurrentes”. Existen, pues, motivos suficientes para sentir ñáñaras.
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