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Coahuila

No hay punto de comparación entre aquel ayer y el hoy

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 1 año

Muy común resulta en estos días que a quienes les enseñaron la historia en barajitas les de por comparar lo que vivimos hoy con los tiempos en que este país era gobernado por el estadista Plutarco Elías Calles Campuzano. Si, ya sabemos que el sonorense no es precisamente de las figuras históricas más populares y, por lo tanto, los poco dados a revisar la historia con seriedad pues se van de boca, le surten de epítetos y le cuelgan cuanta maldad encuentran a la mano para responsabilizarlo de ser el culpable de todo lo que se se les ocurra. Don Plutarco, sin ser perfecto y mucho menos reunir cualidades para ser llevado a la adoración en los altares, contabiliza aciertos que superan por muchísimo a sus errores. Él, contrario a lo que se vive en el presente, tenia una perspectiva para que el país se incorporara al futuro y no buscaba como regresarlo al pretérito. Estaba consciente de que allá afuera había un mundo el cual era necesario conocer.  Por ello, tras de ser electo, se fue a recorrer Europa para enterarse de primera mano de que había por allá, al tiempo que atendía algunos problemas de salud.  Pero no habremos de ocuparnos de lo que hizo antes de tomar el poder sino de cual era su perspectiva de gobierno una vez que ya estuvo como responsable de las instituciones mexicanas.

Cada vez que un ignorante, no hay otra forma de calificarlo, nos sale con que el estadista Elías Calles buscaba instaurar el “comunismo” en México, nos recordamos de aquel artículo que se publicó, el 27 de noviembre de 1927, en The New York Times bajo el título “Mexico and Bolshevism.” La pieza daba inicio cuando el sonorense reconocía que sus enemigos le endilgaban ser bolchevique. Ante eso, les respondía que eran cortos de visión al no percatarse de cuál era la situación que se vivía en un  mundo que se trasformaba y al que era necesario incorporarse lo más rápido posible, de no hacerlo el país perdería la oportunidad de unirse al progreso. En relación con que era un admirador del sistema soviético y que buscaba implantarlo en el país, contestaba que lo único a lo que aspiraba era a que los preceptos establecidos en la Constitución de 1917 se hicieran efectivos. Observador, como lo era, de lo que sucedía en el mundo, dejaba en claro que  el sistema de gobierno instaurado en Rusia le interesaba analizarlo como lo que representaba, una filosofía y un sistema social que como sustento de una forma de gobierno resultaba novedoso.    Al respecto, concluía que por ello solamente estaba interesado en su teoría, pero no para llevarlo a la practica en nuestro país.  En él no albergaban quimeras trasnochadas. Para que no hubiera duda de cual era su perspectiva económica revisemos el contenido del párrafo siguiente.

Establecía estar convencido de que cualquier movimiento revolucionario que intentara atacar al sistema capitalista habría de fracasar pues en esencia era contrario a la perspectiva mexicana. Resaltaba que en México había una marcada tendencia en favor del individualismo y que esto solamente podría lograr sus objetivos actuando dentro de los límites del llamado sistema capitalista. Si, ya sabemos de qué en caso de que algún ‘progres’ lea esto calificara el estadista, y a este escribidor quien comparte esa perspectiva, como enemigos de la raza humana. Pero poco importa, nosotros no vivimos de adoptar la postura de moda, estamos convencidos de que a lo largo de la historia de la humanidad lo que ha hecho progresar al mundo ha sido el esfuerzo de cada uno que sumados ha dado por resultado el progreso, lo demás es discurso vil para ganarse el aplauso fácil. Pero volvamos a don Plutarco que no andaba de queda bien y era un practicante convencido del nacionalismo pragmático, un termino que resulta difícil de comprender para quienes viven entre nubes ideológicas. Ese no era el caso del antiguo maestro rural quien precisaba que su gobierno haría todo lo que estuviera a su alcance para salvaguardar los intereses del capital externo que se invirtiera en México. Dejaba muy claro que en la superficie y el subsuelo de nuestro país había una gran riqueza. Sin embargo, eso no tenia ningun valor sino era factible lograr su aprovechamiento. Por ello, cada empresa que invirtiera con ese fin habría de recibir la protección de las leyes. Eso implicaba que los capitalistas deberían de ser respetuosos de las leyes y no esperar que se les otorgaran privilegios o bien convertir a los empleados en sus esclavos vía un salario miserable. Por supuesto que era valido que tuvieran utilidades, pero a la vez deberían beneficiar al país. Nada de posturas extremas, el pragmatismo y la ley pueden ir de la mano cuando las autoridades actúan como tales y no tratan de vender bandejas de humo para encandilar trasnochados. Pero ahí no terminaba su perspectiva acerca de la participación extranjera en la economía mexicana.

Desde la perspectiva de quien fuera secretario de comercio en el gobierno del estadista Venustiano Carranza Garza, cada capitalista extranjero que viniera al país debería de sentirse mexicano y derivado de la convivencia con los nacionales llegar hasta el punto de que, convencido, se naturalizara. Dejaba claro que no eran bienvenidos quienes solamente arribaban en busca de fortuna y una vez que la conseguían se iban a disfrutarla a otro sitio. Algo se debería de hacer para que, sin interferir con su libertad individual, se quedara entre nosotros. En ese sentido, había que seguir el ejemplo de lo que acontecía en los Estados Unidos.  Tras de encomiar la forma en que en ese país se conjugaban fuerzas para lograr el progreso económico, precisaba que esa nación no estaba compuesta por ladrones sino por productores quienes requerían mercados para sus bienes manufacturados y materia primas para sus industrias. Simple y llanamente al hacer esta afirmación reconocía en donde estaba parado nuestro país en ese momento  y como había que actuar, pero si de actuar se trata vayamos a otro aspecto no mencionado en el artículo en cuestión.

Cuando, aún era presidente electo, se entrevistó con el presidente Calvin Coolidge y en ningun momento dio muestras de dobles o apocamiento. Se comportó como lo que estaba en ciernes de ser, un estadista consciente de la responsabilidad y dignidad que implicaba el cargo que ocuparía. Con respecto a los embajadores estadounidenses con quien tuvo que lidiar una vez ya en la presidencia, la relación se movió en los extremos. En el caso de uno de los peores representantes diplomáticos de los EUA que hayamos tenido, James Rockwell Sheffield, el estadista Elías Calles terminó por, respetuosamente, ignorarlo hasta el grado de que el estadounidense redactaba sus informes al departamento de estado con base en las notas de prensa. Por lo que respecta al mejor embajador que nos hayan enviado, Dwight Whitney Morrow, aquello fue otra cosa. Ambos, un par de pragmáticos, fueron capaces de trabajar en favor de sus respectivas naciones y resolver problemas sin que se lastimara el nacionalismo de uno u otro. Dieron toda una lección de como debe de manejarse la diplomacia, algo que  otros han querido imitar. Y no, no eran los alimentos que compartían, lo que permitió obtener resultados positivos fue la presencia de materia gris, misma que se declaró ausente entre sus imitadores. Recuperemos, nuevamente, el contenido de aquel artículo.

Mencionaba la importancia que tenían los sindicatos desde dos puntos de vista, uno en su función de mantener a raya la ambición desmedida que pudiera darse entre los capitalistas, la otra actuar como una barricada para enfrentar a quienes buscaran destruir el capitalismo. Dejaba en claro que, desde su perspectiva, los sindicatos nunca deberían de intervenir en política. Pero había otro aspecto que se tiende a olvidar, su percepción sobre las clases medias y la propiedad agrícola. Vayamos con lo primero.

Estaba convencido de que podría contar con el apoyo de las clases medias a las cuales había tratado de motivar para que dejaran su apatía hacia los asuntos políticos-sociales y consideraba que estaban listas para ser una parte fundamental en el proceso de cambio que vivía el país. En base a ello, se declaraba convencido de que habrían de jugar un papel fundamental en el desarrollo futuro de la democracia y en la solución de los problemas de México. Ese era uno de los objetivos primordiales que tenía la creación del estado mexicano moderno, formar una clase media fuerte que tuviera como objetivo superarse y alcanzar mejores niveles de vida, algo que lejos de criticarse era, y siempre será, condición indispensable de cualquier sociedad que aspire a mejores condiciones futuras.  

Por lo que concierne a la propiedad de la tierra, la perspectiva de Elías Calles Campuzano nada tenia que ver con lo que otros  nos vendieron después. En aquella entrevista de 1927, dejaba muy claro que su objetivo era ver a los campesinos convertidos en pequeños propietarios.  Hacerlos poseedores de la tierra evitaría revoluciones y alzamientos políticos ya que al percatarse que aquello es de ellos, se desarrolla un sentido de preservación que lleva al apoyo del estado de cosas. En ese contexto, remarcaba, el capital puede jugar un papel muy importante mediante la creación de bancos refaccionarios, compañías de seguros y varios instrumentos financieros más. De esta manera, se fortalecerían las relaciones entre capital y trabajo. Dejaba en claro, sin embargo, que el gobierno no tenía la intención de expropiar tierras para lograr su objetivo. Trataría de convencer a loas propietarios de extensiones grandes de cuan conveniente era vender porciones a los campesinos. En igual forma, las tierras comunales serian divididas en pequeñas propiedades. Para el efecto, se expedirían leyes especiales mediante las cuales se evitaría la concentración de la propiedad en unas cuantas personas.  Estaba convencido de que la tierra poseída y trabajada en común no ofrece ninguna ventaja para los campesinos y únicamente genera conflictos entre los vecinos. Una vez consolidado el sistema de pequeños propietarios, los medios de producción habrán de aumentar considerablemente. En ese contexto, se planteaba la construcción de nuevas vías de ferrocarril que estuvieran cercanas a los centros de producción y con ello se facilitara llevar los productos a los centros de consumo. Pero mientras se buscaba implantar todas esas medidas, el estadista tenía que enfrentar la revuelta soliviantada por los miembros de la clerecía católica quienes con el apoyo de los terratenientes habían hecho creer a una porción de la población que el gobierno mexicano buscaba desparecer su religión. Al respecto hay que dar un repaso breve para entender porque se generó la reyerta inútil pomposamente conocida como la cristiada.

Lo que estalló en diciembre de 1926, no era sino la culminación de un esfuerzo que se comenzó a construir desde los tiempos del gobierno del presidente Díaz Mori. Durante los primeros años del siglo XX, muchas fueron las reuniones disfrazadas de preocupación social, pero que en realidad eran puramente de carácter político. Con ese andamiaje montado, unos días antes de que el presidente Díaz Mori se fuera, fue creado el Partido Católico Nacional con la bendición del arzobispo de México, José Mora y del Rio. Aquello no fue fortuito, la clerecía sabia lo que se venía y no querían quedarse fuera, mucho era lo que habían recuperado durante el porfiriato como para que de pronto se les esfumara. Durante todo ese tiempo, bajo la egida del sacerdote jesuita francés Bernard Bergoend habían creado todo un tinglado político que los colocaba en una posición envidiable, además de tener las arcas nuevamente repletas de oro. Una vez que durante el gobierno del presidente Francisco Ygnacio Madero González obtuvieron una buena cantidad de victorias en las elecciones, creyeron que el momento  de apropiarse del poder político había llegado y, para ello, utilizaron a un católico devoto, Victoriano Huerta, además de contar con la ayuda de otro educado por los jesuitas Aureliano Urrutia. Sus planes, sin embargo, se vieron detenidos cuando en el norte Venustiano Carranza Garza logró aglutinar a quienes no profesaban el santo y la seña y terminó por echar al acolito. Ello, no impidió que la curia continuara con su labor de zapa en contra de Carranza y cuando este triunfó utilizaran todas sus influencias adentro y afuera para denostarlo. La promulgación de la Constitución de 1917 fue para ellos un revés serio al grado tal de que el papa Benedicto XV la repudio arguyendo supuestos poderes celestiales sobre el Estado Mexicano. Durante  el lapso comprendido entre ese año y 1926, Bergoend y el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, no dejaron de denostar a los gobiernos revolucionarios y tratar a toda costa de evitar que se cumpliera con cada una de las etapas encaminadas a lograr  la construcción del edificio que albergaria el Estado Mexicano Moderno. Cuando vieron que ya no seria posible detenerla, procedieron, con la bendición papal, a lanzarse a asesinar compatriotas y ante ello, el estadista Elías Calles no tuvo otra opción sino responder con el uso de la fuerza. Mientras aqui denostaban al estadista, en Roma el cardenal Gasparri y Pio IX vivían cálidos momentos con el ‘Duce’ Mussolini a quien no dejabaron de halagar hasta lograr la firma de los Tratados de Letrán en febrero de 1929. Cuatro meses después, millones de pesos desperdiciados a lo largo de casi tres años y 100 mil mexicanos muertos, piadosamente aceptaron firmar el Modus Vivendi. Ello, por supuesto, no implicaba que reconocieran lo importante que era la creación del Estado Mexicano Moderno para el futuro del país. Retomemos el actuar del estadista Elías Calles de quien hoy quieren hacer un símil.

No faltan hoy quienes tratan de asemejar la creación del Partido Nacional Revolucionario a ese movimiento amorfo cuyos integrantes se soslayan hoy agarrándose a sillazos y exhibiendo sus miserias ideológicas. Por favor, no hay punto de comparación. Aquel partido tuvo como objetivo aglutinar las diversas corrientes políticas de todo el país para poner orden y su primer dirigente fue un hombre, el coahuilense más distinguido del México posrevolucionario, Manuel Pérez Treviño, quien se encuentra a miles de años luz por encima de esos que, ayer y  hoy, han estado al frente de ese grupúsculo que dirime sus diferencias a catorrazos. Y no entramos a realizar un cotejo entre quienes integraban  el grupo que acompañaban en la función de gobierno al estadista Elías Calles y los que ahora cobran como funcionarios porque las diferencias son abismales y no vale la pena gastar espacio en nombrar a los actuales.

Si, ya sabemos que no faltaran quienes nos digan que el Maximato y la expulsión. Con respecto a lo primero, el análisis debe partir a la luz de las circunstancias de entonces y aun cuando no lo consideremos adecuado, tenía una razón de ser en función de consolidar lo logrado y si, entonces era necesario tener un hombre fuerte con visión hacia el futuro no para retrasar el reloj de la historia. Lo de su expulsión del país en 1935, solamente hay un aspecto que pocos consideran. ¿Si era tanto su poder, porque no decidió luchar para tratar de mantenerlo? La respuesta es muy simple, el estadista Elías Calles no lo hizo porque estaba convencido de que al involucrar al país  en una lucha armada iba a destrozar todo lo que había construido, incluyendo las instituciones que  terminarían siendo el sostén del  crecimiento y desarrollo del país durante los años restantes del siglo XX, algo que los poco cuidadosos tienden a olvidar o bien no lo han considerado llevados por su ceguera ideológica. 

En conclusión, lo de hoy en nada se parece al ayer en donde un estadista se dio a la tarea de concluir, ese sí, la cuarta etapa de la construcción del Estado Mexicano Moderno al amparo del cual la economía mexicana  creció y se desarrolló.   Gracias a  ello,  la población tuvo acceso a mejores niveles de vida y la movilidad social existió, aun cuando no se pudo terminar con muchos rezagos que se vienen arrastrando desde hace muchísimo tiempo.  Con todos los defectos y errores que haya cometido quien entonces era responsable del Estado Mexicano, no hay punto de comparación entre aquel ayer y el hoy. [email protected]

Añadido (22.29.113) Para que no quedara duda de la clase de cochinero que saben armar, ellos mismos lo grabaron. Aun cuando se pinten de guinda, al final se impone lo que está impreso en su DNA, los colores negro y amarillo. 

Añadido (22.29.114) En los EUA, los Demócratas proponen un plan para reducir la inflación. A partir de incrementar el gasto en 433 mil millones de dólares aducen que se aumentara la demanda, a la vez elevan los impuestos. El primer problema es que eso de acrecentar los impuestos no necesariamente se refleja en mayores ingresos gubernamentales. En una situación como la actual, con tasas de interés al alza, provocara que la inversión se contraiga y no haya un crecimiento en la producción que resultara en menos bienes disponibles, eso genera más inflación y que el crecimiento económico no se dé. Además, al no captar el gobierno de mayores recursos, el gasto tendrá que cubrirlo por dos vías, pedir dinero o bien darle velocidad a la maquinita. Al parecer hay quien añora la segunda mitad de los 1970s y desea revivirlos plenamente, con los precios de la gasolina no es suficiente.

Añadido (22.29.115) Aquel Dueto Miseria era muy entonado, al de ahora no le alcanza ni para actuar  en un vagón del Metro.

Añadido (22.29.116)  Se están gastando 575 mil millones de pesos (casi 28 mil millones de dólares) en  otorgar subsidios para contener la inflación en 2 por ciento. ¿Se imagina usted, lector amable, si ese dinero se invirtiera productivamente el efecto multiplicador que generaría sobre la economía? La diferencia entre gastar e invertir, algo que varios no terminan de entender.

Añadido (22.29.117) Hace muchos ayeres, cuando alguna embarcación pesquera se veía involucrada en actividades que nada tenían que ver con el objeto de su permiso o concesión, el responsable del área ya sabia que la red interna iba a activarse y del otro lado le requerirían toda la información relacionada con esa nave y sus propietarios. La respuesta era inmediata y nada de que andamos buscando. Aquellos eran los tiempos en donde la capacidad intelectual, la lealtad y la honestidad iban en un solo paquete y cada una de ellas alcanzaba el 100 por ciento.

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