Ciudades
Por Gerardo Sánchez
Hace 1 mes
Piedras Negras, Coah.- Las historias y los porqués de miles y miles de personas de países como Honduras, Haití, Nicaragua, Guatemala y también de otras regiones de Sudamérica, están plagadas de crónicas y momentos de terror.
El que en seis meses hayan sido detenidos en la frontera de Texas con Coahuila más de 220 mil migrantes extranjeros, no es una cuestión de que a cada uno de ellos se les ocurrió un día ir al norte, trabajar en Estados Unidos y ganar dólares, sino que se vieron obligados por hechos violentos, amenazas, extorsiones, asesinatos de sus familias y despojo de sus bienes como negocios y hasta sus propias viviendas.
Es así como dos historias dejan con su testimonio madres de familia que escaparon para ir al norte, a donde sabían que era un camino de muerte, pero pretenden escapar de una muerte segura en su país.
‘DERECHO DE PISO’
Una mujer huyó de su país debido a que pagó con la sangre de su esposo el “impuesto de guerra” que las pandillas le exigen a los comerciantes, además quisieron llevarse a su pequeño hijo de sólo 13 años.
María Magdalena Ponce, de 37 años, originaria de Santa Bárbara, Honduras, narró en exclusiva para Periódico Zócalo cómo los pandilleros de su localidad levantaron a su esposo y por videollamada atestiguó cómo le dieron un balazo en la cabeza, para luego rociar el cuerpo con gasolina y prenderle fuego.
La mujer que deambula por las calles de la zona centro de Piedras Negras en busca de comida y un lugar dónde pasar el día, acompañada de sus pequeños Juan Ramón, de 6 años y Antonio Isaac, de 13, comenta que los “maras” le exigían 500 lempiras por semana por su negocio, que era una zapatería.
ASEDIADOS POR LA ‘MARA’
La mujer y su familia estuvieron pagando un tiempo hasta que fue insostenible la venta y el pago del “impuesto de guerra”, como ellos le llaman al “derecho de piso” y tras negarse a pagar los “maras” tomaron el control de su negocio. En varias ocasiones fueron atacados y en sus piernas aún llevan las cicatrices de los balazos que recibieron ella y su hijo de 13.
Luego de un tiempo se llevaron a su esposo para asesinarlo y posteriormente le quemaron su casa. Mencionó entre sollozos que acudió a las autoridades de su país a denunciar y sólo le dijeron que se fuera, que no se metiera con ellos porque también ella acabaría muerta y ahí empezó su odisea.
LA HUIDA
Sólo alcanzó a tomar a sus hijos, sin ropa y sin documentos, para huir rumbo a Agua Caliente y de ahí emigrar con un grupo más grande rumbo a México, donde por un tiempo fue perseguida por los pandilleros hasta que logró llegar a esta frontera.
Actualmente se mantiene comiendo en los albergues, cuando alcanzan, y en otras ocasiones se ve obligada a pedir dinero para conseguir alimento para sus pequeños hijos y mantiene la esperanza de que con las evidencias que logró obtener de los noticieros locales sobre el asesinato de su marido, pueda ser elegible para el asilo político.
UN RAYO DE ESPERANZA
Su hijo mayor se enlistó en el Ejército para combatir a la delincuencia que prevalece en su país.
Tras la muerte del hombre que lo vio crecer y lo educó, el hijo mayor de María Magdalena, un joven de 19 años, se metió al batallón y se negó a huir de su país para combatir a los “maras” y hacer algo positivo por su tierra, donde a la fecha ya no tienen una casa a dónde volver.
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