Ciudad de México.-Cuenta la poeta Natalia Toledo que, como si se tratara de lodo, para entrar al salón de clases “había que dejar el zapoteco en la puerta”.

Dentro de aquellas aulas en el Istmo, niñas y niños hacían un “esfuerzo sobrehumano” para comunicarse en un obligado español, y el de la hija del pintor Francisco Toledo (1940-2019) estaba lleno de infinitivos, adjetivos y, sobre todo, onomatopeyas.

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Hacía yo un champurrado del español y de sonidos en zapoteco”, recordó ayer, durante la ceremonia en la que recibió la Medalla Bellas Artes 2025 en Literatura en Lenguas Indígenas, la escritora que a veces sólo se defendía de quienes hablaban mejor español que ella diciéndoles “¡Coman caca!”.

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El resto de los niños, los que sólo hablaban zapoteco, en su mayoría venidos de los barrios del sur, sólo se reían, nos empujaban o nos madreaban cuando se desesperaban por no entender el idioma impuesto. Por eso amábamos el recreo, porque ahí nos volvíamos a juntar para jugar en nuestra lengua”, compartió Toledo ante amigos y colegas reunidos en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Su trayectoria en las letras y en la formación de nuevas generaciones, pero sobre todo su defensa de esa lengua materna que sólo podía disfrutar en el recreo, granjearon a la autora del poemario Guiee’ Yaasé’ (Olivo Negro), también diseñadora y cocinera, la máxima distinción que otorga el Inbal.

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Su obra ha sido decisiva para visibilizar la lengua y la cultura zapoteca en la literatura contemporánea mexicana”, dijo Alejandra de la Paz. “Y se destaca por la sensibilidad con la que conecta con sus raíces y la profundidad de sus imágenes poéticas”.

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Ha combinado su trabajo literario con la elaboración y difusión de la cocina del Istmo de Tehuantepec, el diseño textil y la joyería. Una literatura expandida que une lo poético, la memoria y los afectos”, destacó, a su vez, la poeta hñahñu Margarita León, parte del jurado que decidió otorgar la presea a Toledo.

Recordándola como aquella niña que salía a vender los bocadillos que preparaba su abuela, además de como la autora de una colección de 70 huipiles inspirados en obras como el Códice de la Cruz Badiano, la socióloga maya Gladys Tzul Tzul dijo admirar de Toledo “sus grandes dotes de comerciante”, oficio aprendido de las mujeres de su familia. Toda esta experiencia de un mundo de mercado indígena fue lo que moldeó su vida, lo que moldeó sus palabras”, expuso la académica guatemalteca.

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Su herencia de comerciante, en gran medida, es lo que le ha dado la autonomía para la creatividad que ha impulsado su producción intelectual y material. Ella sabe que se puede vivir de su trabajo como comerciante así como de sus letras. Eso le da la libertad de no estar únicamente atada a los criterios externos para su creación, aunque tampoco deja de examinarlos”, añadió.

Con un largo aplauso de pie recibieron a Toledo en aquella sala a la que llegaron personajes como el artista Demián Flores; la senadora Susana Harp; el poeta Mardonio Carballo, y los extitulares del INAH y el Inbal, Diego Prieto y Lucina Jiménez.

Además de tales amistades y compañeros de una Administración en la que la poeta zapoteca encabezó brevemente la subsecretaría de Diversidad Cultural y Fomento a la Lectura -hoy eliminada tras la reestructura de la Secretaría de Cultura federal-, estuvieron acompañándola también varios “paisanos y hermanos” llegados desde Juchitán.

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Nunca vienen, pero ahora están casi todos”, dijo, contenta de verles, la homenajeada, quien arribó unos 25 minutos tarde a causa del tráfico de esta ciudad a la que la trajeron a vivir a los 8 años, para desgracia suya, pero que con el tiempo aprendió a querer: “desde entonces sigo aquí, y cada vez, por desgracia, regreso menos a mi hermoso Juchitán. Porque es sabido de sobra que a mi pueblo, como a tantos otros, lo arrasó la violencia”.

Al final, tras narrar cómo abrazó su lengua en un momento en que cierto crítico literario afirmaba que la literatura contemporánea en lenguas originarias no existía, Toledo remarcó la alegría que le producía recibir la Medalla Bellas Artes, especialmente por la propia confianza que su padre le tenía al Inbal, “institución a la que antes de fallecer le donó la colección que hizo con tanto amor, dedicación y talento. Y, por supuesto, un chingo de dinero”, agregó la poeta, desatando risas en el recinto. “Dedico esta medalla a mi constelación huarache, a las mujeres que con sus arrullos y su leche me enseñaron a trenzar las palabras que habitan mi corazón”, concluyó , sonriente cual niña en el patio del colegio.