Nacional
Por JC Mena Suárez
Hace 21 horas
En cada cuadra de Saltillo conviven tres consultorios odontológicos y varias pastelerías familiares, mientras médicos y abogados recién egresados terminan en empleos precarios o vendiendo donas. La explosión de profesionistas y microempresarios sin demanda suficiente revela el fracaso de un modelo que celebra el “emprendedurismo”, pero no genera empleo formal ni poder adquisitivo, condenando a miles a competir por migajas en una economía que no crece para todos.
Camine usted por la calle Victoria, por Juárez o por cualquier colonia de clase media: en una misma cuadra encontrará tres consultorios odontológicos y dos pastelerías. En la siguiente, un local de donas, otro de papas fritas y un tercer negocio de postres “gourmet”. Muchos llevan el apellido de la familia fundadora desde hace tres generaciones; otros los abrió un profesionista que, al no encontrar empleo formal, decidió emprender con el ahorro de los papás o con un crédito Infonavit reconvertido.
El resultado es una sobreoferta brutal en un mercado que no crece al mismo ritmo. En Saltillo tenemos más dentistas per cápita que muchas ciudades europeas, pero la gran mayoría de la población pospone la consulta hasta que el dolor es insoportable o acude a la atención médica del sistema público. Tenemos pastelerías de tradición que vendían 200 pasteles los fines de semana hace 15 años y hoy apenas llegan a 40, porque la gente ya no puede gastar 450 pesos en un pastel cuando el salario mínimo no alcanza ni para la luz y la renta.
Lo mismo pasa con los médicos recién egresados, que terminan atendiendo ocho horas en un hospital privado por sueldo de residente o colgando el título en un consultorio que comparten con otros tres especialistas.
Los abogados que soñaban con litigios importantes acaban en una oficina de Gobierno revisando expedientes de multas de tránsito, y los que no estudiaron universidad abren un puesto de elotes, de papas o de garnachas en la esquina, porque es lo único que pueden hacer con 5 mil pesos de inversión y una mesa de plástico.
Esta saturación no es casualidad: es el síntoma más visible de una economía que produce profesionistas y emprendedores en masa, pero no genera empleos formales ni poder adquisitivo suficiente para sostenerlos.
Durante años nos vendieron la idea de que la solución era estudiar una carrera o poner un negocio propio. El resultado: miles de jóvenes endeudados con títulos que no encuentran dónde colocarse y miles de familias que heredan o abren un changarrito porque no hay de otra. Mientras tanto, las cadenas de conveniencia (Oxxo, 7-Eleven, Extra) terminaron con la tiendita de la esquina, porque pueden vender más barato, pagar menos impuestos y abrir 24 horas. El pequeño comerciante tradicional quedó fuera de juego.
Y aquí está el drama: competimos entre nosotros mismos por las mismas migajas. El dentista baja sus precios hasta lo insostenible, la pastelería saca promociones de 2 x 1 que ya no le dejan ganancia, el vendedor de donas se levanta a las 4 de la mañana para ganarle al vecino que vende exactamente lo mismo a tan sólo dos cuadras.
¿Hacia dónde vamos con este modelo?
Estamos formando generaciones enteras para una economía que no existe, una economía donde hay suficiente empleo formal bien pagado y suficiente ingreso disponible para que la gente pueda pagar servicios profesionales o productos no esenciales. En su lugar, tenemos un círculo vicioso: más profesionistas y más microempresarios generan más oferta, más competencia y precios más bajos, lo que reduce aún mas el ingreso de todos.
No se trata de culpar al dentista, al pastelero o al chavo que vende papas. Se trata de reconocer que el problema es estructural. Mientras no haya una política industrial que genere empleo formal de calidad, mientras el salario mínimo siga siendo una broma y mientras el consumo interno dependa de la capacidad de endeudamiento de las familias, seguiremos viendo más consultorios vacíos, más pastelerías quebrando y más jóvenes talentosos sobreviviendo con changarros.
La solución no es seguir diciendo emprende o pon tu negocio. La solución pasa por preguntarnos, con honestidad brutal, qué tipo de economía queremos y somos capaces de construir en Coahuila y en México. Porque seguir produciendo dentistas, abogados, pasteleros y vendedores de donas sin crear la demanda que los sostenga es, simple y llanamente, condenarlos al fracaso disfrazado de libertad emprendedora.
Es hora de dejar de celebrar la cantidad de títulos y de pequeños negocios como si fueran sinónimo de progreso, y empezar a exigir un modelo económico que genere empleo digno y poder adquisitivo real. Porque si no, dentro de 10 años tendremos seis dentistas y ocho pastelerías en la misma cuadra… y todos cerrando por falta de clientes.
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