La herida tiene tres dimensiones.
¿Cómo soy conmigo?
¿Cómo son los otros conmigo?
¿Cómo soy yo con los demás?
Esto nos muestra desde dónde nos movemos.
Hay una personalidad y una herida base. Siempre rondamos entre una u otra.
Pero solemos tener heridas de todas, porque algunas de cierta manera están conectadas.
Por ejemplo, un rechazo también representa en cierta forma algo de traición.
No haber sido vista cuando esperaba ser vista.
Explicito o implícito, siempre nos hemos vivido rechazados. Nada es casualidad.
La herida del rechazo, puede producirse de forma consciente o inconsciente.
En su mayoría es inconsciente. Tal vez para mamá ese embarazo fue sorpresivo, no era el momento correcto, vivía o vivió una pérdida importante… Tal vez en mi infancia pudieron haber pasado muchas cosas en las que yo pude haberme sentido rechazado. La sensación de “no te quiero conmigo”, “tú no juegas en mi equipo” o “no puedo tenerte”, puede calar de forma profunda en nuestro psique y generar una herida profunda.
¿Cómo sé si ésta es mi herida primaria?
Cuando me vivo con el miedo a ser despreciado.
Me aferro al perfeccionismo y busco el reconocimiento y aprobación.
Cuando me vivo rescatando o en el miedo de la sensación de pertenecer.
Cuando en ocasiones me vivo con ganas de desaparecer o de huir.
¿Porqué duele tanto esta herida?
Un estudio mediante la técnica de MRI demostró que el área del cerebro que se activa al sentir rechazo es la misma que se activa al sentir dolor físico. Por esta razón, incluso un pequeño rechazo que no debería dolernos, nos duele a nivel neurológico.
Pero aquí está la clave, dejarlo ahí. Si logramos identificar desde nuestra parte adulta que ese rechazo o desprecio puedo manejarlo desde mi parte mental y no darle más espacio alimentando los pensamientos, lo aprendo a manejar asertivamente.
Con esa premisa base de solo yo permito o le doy el poder que decida darle a la situación.
En esta herida, el proceso de sanación se basa en completar las tareas de
desarrollo, reconociéndome por lo que soy, más allá de lo que puedo hacer.
Aceptar que tengo esta herida y que decido perdonarme y perdonar a quien me la haya generado desde infancia.
Diciéndome que: puedo enfrentar mis miedos, que soy muy valioso, que sé dar y recibir el amor de otros.
Abrazándome y nutriéndome.
Aceptando que así como soy está bien.
Aceptando que decido no personalizarme la situación. Y dejando de hacer más películas en mi interior. Decidiéndome hacerme cargo de mi herida al…
• Confiar en mi capacidad.
• Nutrirme en lo físico y emocional.
• Aceptándome y respetándome.
• Escuchándome.
• Manifestando y validando mis ideas.
• Valorando mi persona y mi presencia. Cultivando una sana autoestima.
Cuando te sientas rechazado, reconócelo.
No trates de fingir o ignorar ese dolor.
Dale salida hablándolo, llorándolo, sacándolo… y desde tu parte adulta dite a ti mismo que para ti eres suficiente, capaz y valioso.
Mario Guerra decía que sanar tu infancia es realmente acomodar las historias o historietas del pasado en lugares donde ya no pueden lastimarte.
Esta herida me recuerda que me toca a mí amarme.
Que cuando sano, los asuntos que surgen ya no representan asuntos no resueltos.
Cuando sanamos, ya representamos asuntos resueltos.
Cuando sanamos, dejamos de engancharnos.
Por lo tanto ya no hay compulsión por tender a repetir.
Cuando yo puedo desdibujar mi herida, puedo ver más claramente cuál es la
carencia, y decidir nutrirme yo. De esa manera, cuando la herida se abra, ya me
he despojado de esa máscara que me he puesto y que hoy, ya no me sirve.
Más sobre esta sección Más en Coahuila