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Siberia

  Por Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Publicado el domingo, 26 de octubre del 2025 a las 03:35


Eran como 50 pequeñines quienes sentados entre los escalones, escuchaban mi concentrada explicación acerca de cómo tenían que invertir su tiempo.

Era un hermoso domingo lleno de sol, a pleno mediodía, cuando me encontraba plácidamente celebrando Misa en la Catedral. Predicaba ya a los niños, a quienes había llamado a acercarse conmigo al presbiterio. 

Eran como 50 pequeñines quienes sentados entre los escalones, escuchaban mi concentrada explicación acerca de cómo tenían que invertir su tiempo haciendo obras buenas para ganar el cielo. 

Cuando de repente, un niño como de 5 años con grande insistencia, llamaba mi atención levantando la mano. 

Dudé un instante, previniendo que no me fuera a salir con una puntada, pero, pensé: qué puede pasar, por lo que accedí a darle el micrófono. 

Al momento, con una muy fuerte y clara voz, (que reflejaba el reclamo no resuelto por sus papás, y transferido al pobre obispo) y que escucharon hasta los que nos seguían por facebook, me preguntó: ¿Qué estamos haciendo aquí, a qué venimos? Toda la comunidad se rió ante la pregunta, a quemarropa, que me hizo el inesperado infante. 

Por supuesto que me destanteó y me sacó de la línea “teológica y pedagógica” que llevaba (ajá), pero en eso, como una chispa de luz, recordé un pasaje de la novela que acababa de leer sobre un sacerdote jesuita apresado en Siberia, enfrentado todos los días a terribles interrogatorios por parte de los agentes rusos, que lo trataban como espía, por lo que sólo atiné a contestar lo que él les respondía: “venimos a conocer, amar y servir a Dios”, con lo que desarmé al infiltrado niño detective, al que dejé con los ojos abiertos y sin palabras, con lo que pude continuar, muy campante mi destellante homilía, ajá.

El libro por si les interesa se llama: Memorias de un jesuita en el Gulaj, de Walter Ciscek. Ed. Palabra, Madrid, 2015. (Original: He leadeth me, 1973).

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