Coahuila
Por JC Mena Suárez
Hace 1 mes
En México, la economía del entretenimiento convive con dobles discursos y consumidores que se mueven entre la defensa de valores éticos y el bolsillo. El espectáculo taurino factura cerca de 700 mdp anuales; los conciertos en vivo aportan más de 15 mil mdp al año. Los circos generan alrededor de 2 mil mdp, y el boxeo profesional mueve otros mil 800 mdp. Frente a esas cifras, emerge una contradicción: se reprocha la crueldad de un corral, el hambre de un trapecista o el afán de un músico por cobrar regalías, pero pocos reclaman por la violencia en el ring o el consumo de carne que alimenta a la ganadería brava.
Los toros han perdido aplausos y espacios, aunque la lidia mantiene 20 plazas activas y un promedio de 300 corridas al año. Mientras ONG’s y activistas censuran el maltrato animal, 32 por ciento de los mexicanos afirma seguir consumiendo carne roja sin conflicto moral. La industria taurina, pese a su declive en redes sociales, sostiene cadenas de valor que impactan ganaderos, restauranteros y proveedores locales.
En los bares y cantinas, músicos recién sindicalizados buscan controlar el uso de su repertorio a través de sociedades autorales. Argumentan pobreza estructural: el ingreso promedio de un músico itinerante no supera los 8 mil pesos mensuales. Sin embargo, la SACM reporta una recaudación de mil 200 mdp por derechos de autor en 2024. La contradicción aparece cuando los locales pagan tarifas mínimas mientras disfrutan de un catálogo que en streaming genera ingresos voluminosos.
El circo, antes epicentro de hacinamiento y protestas por mala alimentación, hoy mezcla nostalgia con presión financiera. Con más de 600 agrupaciones itinerantes, enfrenta caída de taquilla y aumento de costos operativos: un show de carpa grande requiere hasta 200 mil pesos mensuales en salarios y viáticos. Los artistas reclaman garantías y salarios dignos, pero compiten con plataformas digitales que ofrecen entretenimiento bajo demanda.
Contraste final: el boxeo, disciplina de alto riesgo donde el objetivo es solo no golpear, sino lastimar, registra mil 500 peleas profesionales al año sin mayor cuestionamiento social. Las comisiones estatales regulan peso, rounds y médicos en rings, pero el debate público ignora la violencia consentida, a diferencia de otros espectáculos.
En materia de negocios, estás industrias deben repensar su oferta. La clave está en transparentar costos, diversificar ingresos (patrocinios, streaming, merchandising) y adaptar su modelo a un consumidor exigente, que ya no tolera dobles estándares. Si el valor de un espectáculo se mide en pesos y en principios, solo la coherencia consolidará a estos negocios en un mercado cada vez más competitivo y escrutado.
Boxeo: es una actividad donde el riesgo físico es la esencia del negocio. Las regulaciones de salud son estrictas, pero el público acepta y paga por ver a dos personas “matándose a golpes”. No existe el mismo clamor social para prohibir el boxeo o la lucha libre que sí existe contra la tauromaquia. La razón es la aceptación cultural del riesgo atlético.
Circos: Este negocio histórico ha pasado de ser un espectáculo con alta demanda a un sector en crisis de ingresos. Los artistas de circo, que en el pasado tuvieron que manifestarse por una alimentación digna y condiciones laborales justas, hoy enfrentan la competencia digital y la presión por la abolición de animales en sus actos. Su lucha económica es por la dignidad salarial y la reinvención del formato.
La economía del entretenimiento popular en México opera en un constante malabarismo moral. Los sectores más formales y más grandes logran gestionar sus riesgos (como el boxeo), mientras que aquellos con fuertes bases culturales pero escaso poder político (como la música en vivo y la tauromaquia) se convierten el chivo expiatorio de la regulación y la indignación social. La clave para la subsistencia de estos negocios no está
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