Un día Elena Poniatowska me preguntó si no andaba con Gonzalo Celorio: “Brincos diera”, le dije a propósito de mi maestro de literatura de los jueves del taller de Poniatowska. Un profesor muy bien parecido, de ojos azules, con sentido del humor y sumamente erudito. Entonces, reconozco que lo admiraba muchísimo y durante sus clases lo escuchaba con la boca abierta, sobre todo cuando nos citaba de memoria largos fragmentos de Rayuela, de Julio Cortázar, y de Juan Rulfo. De ambos autores conocía su obra como la palma de su mano. “Escuchen los silencios de Pedro Páramo, lean despacio, métanse en la piel del protagonista”, nos decía con su mirada azul añil.
Gracias a mi maestro Celorio (1948) aprendí a leer, a comprender y a apreciar, especialmente, a Julio Cortázar. En esa época yo tenía 36 años, era una joven muy romántica y escuchaba a mi maestro con los ojos cerrados leer el capítulo 32 de Rayuela: “Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour…”.
Entonces pensaba que Gonzalo Celorio (undécimo de 12 hijos) tenía la misma voz y pronunciaba las erres igualito que Julio Cortázar. Todas sus alumnas del taller de Elena Poniatowska queríamos tanto a Gonzalo y a Julio, que entre nosotras nos lo peleábamos, nos encelábamos y cada una estaba segura de que sabía mejor que ninguna todas sus claves en su respectiva obra. Terminando el curso, llegaba a mi casa y volvía a releer con fervor mi libro de Rayuela. Lo subrayaba y lo hojeaba una y otra vez.
En una entrevista con Reforma, Gonzalo Celorio fue sumamente enfático al describir la gran influencia que había tenido el escritor argentino a lo largo de su trayectoria: “Siempre digo que mi vida está dividida en antes de J. C. y después de J. C.; es decir, antes y después de Julio Cortázar”.
En una ocasión el maestro Celorio invitó a sus alumnas al Bar León, el cual entonces estaba de moda y se encontraba en el Centro Histórico. Todas fuimos felices. Sabía que Gonzalo era amante de la música cubana (adoraba a Cuba, su madre era cubana y en esa época aún vivían sus dos tías que vivían en la isla), también tenía una admiración especial por Alejo Carpentier. “Espero que en el bar León me saque a bailar… ¡Ay, no!, porque de plano bailo pésimo. Pero… ¿si en una de esas me saca a bailar? ¿Y si mejor saca a Beatriz? ¿Y si me la juego y lo saco yo a bailar?”. Tantas dudas resultaron totalmente estériles, el maestro llegó al antro acompañado con una chica guapísima, esbeltísima, de pelo largo muy ondulado y con una sonrisa angelical. Cuando los vi bailar con tanta cadencia y sensualidad, me dio envidia, coraje y celos.
Para entonces Celorio ya había escrito su pequeño poema Instrucciones para bailar danzón: “Apretar con la sabia mano derecha, contra el pecho jadeante y orgulloso, a la pareja preciosa y ligera, para comunicarle el ritmo rotundo de la sangre”. Mientras bailaban, vi cómo le susurraba al oído a su pareja, vi cómo entrecerraba los ojos y vi, con tristeza, que no me veía. Esa noche me fui a la cama con una desolación indescriptible. Mi único antídoto de esos momentos contra la tristeza fue la literatura.
Por sexta vez releí el capítulo 7 de Rayuela: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”.
No obstante que esa noche Gonzalo Celorio no me sacó a bailar en el Bar León, lo felicito de todo corazón por su muy bien merecido ¡¡¡Premio Cervantes 2025!!!, que será entregado por los reyes de España el 23 de abril del 2026 en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
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