Todas las personas, a lo largo de nuestras vidas, nos enfrentamos a muchos obstáculos, pero también a muchos enemigos. Existen enemigos que pueden ser externos, como muchas de las adversidades de la vida, especialmente cuando no entendemos que son aprendizajes, o internos, que son aquellos que nuestra misma mente crea; y lo sabemos, la mente es muy poderosa, para bien o para mal.
Hoy quiero hablarles de un enemigo con muchas caras, al que todas las personas nos enfrentamos todos los días, en muchos momentos y espacios de nuestras vidas. Se llama “mediocridad”.
Según la definición que podemos encontrar en cualquier diccionario, la mediocridad se refiere a algo que no presenta ni calidad ni valor, y aplica tanto para cosas, situaciones e incluso personas. Cuando cursaba la primaria, “mediocre” era también una de las posibles calificaciones. Numéricamente, correspondía a un 5 sobre 10 (es decir, que 10 era sobresaliente). El 5, o sea el “mediocre”, era menos que suficiente, pero un poco más que muy mal. El trabajo no era tan terrible: estaba hecho, pero sin ninguna pasión y no aportaba un gran valor. Su cercanía con la suficiencia, constituía un mensaje muy importante para el alumno o alumna, ya que con un poquito más de esfuerzo, podía sacar no sólo la suficiencia, sino incluso una nota mucho más alta.
Para mí, sacar una nota más baja, como un 4 o un 3, no era tan humillante como sacar un 5. Cuando sacaba un 3 o un 4, significaba que no había estudiado nada porque quizás me había entretenido jugando o haciendo otras cosas que en ese momento me apasionaban más. Pero sacar un 5 significaba que tenía todo el potencial para sobresalir… y simplemente no me interesaba hacer las cosas bien.
Para mí, esto es la mediocridad: hacer las cosas sólo por hacerlas, cumplir con lo mínimo que se nos pide (y sólo por obligación o compromiso) y quedarnos satisfechos haciendo algo sin mucha calidad. La mediocridad es saber que podemos hacer las cosas bien, pero no nos interesa mucho hacerlo. Las razones por las que no nos interesa pueden ser varias: quizás no creemos en nosotros mismos y no nos vemos capaces de hacer bien las cosas. O a lo mejor, no nos interesa lo que estamos haciendo; lo queremos hacer rápidamente y quitarlo de nuestra lista de pendientes. Y puede ser que actuemos de manera mediocre porque pensamos que somos demasiado buenos para estar perdiendo el tiempo en algo que consideramos que no tiene suficiente valor.
No hay trabajos más importantes que otros: todas las profesiones tienen el mismo valor. No hay personas más importantes que otras, independientemente de sus títulos, profesiones, posición social o ingresos: todos somos seres humanos. No es relevante quiénes somos, de dónde venimos o qué actividad realizamos: lo único que importa es cómo somos, cómo nos movemos por el mundo y en nuestras vidas cotidianas, cómo nos relacionamos con los demás, ya sea alguien que encontramos en la calle y nos pide una moneda para comprar comida para su bebé, o un alto funcionario político. Tampoco importa si somos líderes de la máxima potencia mundial o trabajadores en algún restaurante. A todas las personas nos gusta, y hasta exigimos, encontrar un baño público limpio, una comida bien preparada, o un funcionario que nos atienda con profesionalidad y empatía.
La mediocridad de las demás personas nos fastidia y muchas veces nos afecta. ¿Y cómo podemos ser tan soberbios para exigir excelencia a los demás, si nosotros no hacemos lo mismo? Seamos quien seamos y hagamos lo que hagamos, hagámoslo bien, con pasión y humildad. A lo largo de mi vida, he desempeñado muchos trabajos, algunos muy humildes, que realicé con orgullo (tenían un objetivo y me permitieron lograrlo), pasión y especialmente mucha humildad.
A mí, Anna y Mario me enseñaron que todo se debe hacer bien. Jurídicamente, sería lo que definimos como una “obligación de medios”. No podemos garantizar siempre el resultado porque hay cosas que escapan de nuestra esfera de control, pero si tratamos de hacer las cosas con buena intención, con pasión, con muchas ganas y mucha humildad, es muy probable que también obtengamos un resultado muy bueno. Y tampoco es necesario sobresalir siempre: la vida no es una carrera, no tenemos que competir con los demás para destacar constantemente. Sólo tenemos que esforzarnos lo más que podamos para “hacer bien las cosas”.
Ojalá aprendamos a reconocer lo que hacemos de manera mediocre y empecemos a agregarle una pizca de pasión y dos tazas de humildad para que estemos incluso más satisfechos con lo que hacemos. Créanme, van a ver una gran transformación en sus vidas… y en las de las demás personas.
¡Que tengan una muy linda semana!
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