Nacional
Por
Redacción
Publicado el jueves, 2 de enero del 2014 a las 19:26
Emeeqis | Tijuana.- Tenía la sonrisa de la mujer que puede ser amada en el momento que lo desee. Unos ojos enormes y brillantes y la boca con el mismo poder seductor de su cuerpo. La imagen perfecta para quien busca caricias a cambio de dinero. Sólo le faltaba glamour.
Era mediodía y comía tacos en un puesto ambulante estacionado sobre la avenida Constitución, a dos metros de la estrecha puerta que da entrada a un hotel barato donde otras mujeres, más jóvenes y menos impactantes, esperan cliente con el ánimo caído, vigiladas por sus explotadores. El puesto de tacos tiene más despachadores que comensales.
Es lo que parece. Ellos en realidad son los vigilantes y vendedores de droga mimetizados en la enorme red de pequeños operadores que cubren la manzana del callejón y la calle Coahuila, en el corazón de la zona norte, la zona de tolerancia, el botón de muestra de la corrupción
y el disimulo que permite el negocio criminal no sólo de la ciudad, sino del país entero. El burdel con su hotel al lado, el puesto de tacos y los falsos comerciantes se multiplican como en un juego de espejos en esa galería urbana de la carne. Hay decenas de visitantes a pesar de la hora y el miserable aspecto de los edificios. Pero el historiador Josué Beltrán dice que esa apariencia deprimente
es el mayor de los engaños. “La autoridad permite todo lo que aquí ocurre porque es una zona con un poder económico muy interesante. Incluso es vox populi que (algunos) ex alcaldes tienen sus negocios particulares ahí, aunque eso es imposible de confirmar porque la inmensa mayoría opera con prestanombres”.
A la vuelta del puesto de tacos un grupo de turistas chinos camina como si lo hiciera por el paseo de las estrellas en Hollywood. Se colocan frente al Hong Kong, el club de stripers más legendario de la Coahuila, la internacionalmente
famosa calle a la que sólo puede rivalizarle el Barrio Rojo de Ámsterdam, según el sitio oficial del club. El Hong Kong, como casi todos los establecimientos aledaños, opera 24 horas. Más de un centenar de chicas esperan permanentemente por clientes que pueden disponer de los beneficios de un cajero automático y hotel integrados.
En ese lugar, ya por la noche, Tony Ley explica los términos de esa fascinación que muestran los turistas por la sordidez. “(Es que) todo lo que quieras, lo tienes aquí, legal o ilegal. Esto es el verdadero
corazón de Tijuana”, dice y esboza una gran sonrisa mientras apunta hacia la acera donde un templo cristiano comparte paredes con los otros dos emblemáticos santuarios del sexo: Adelita Bar y Las Chavelas. El templo es un capricho inexplicable porque tiene abierto medio siglo cuando la Coahuila se hallaba justo en una suerte de crisálida, a punto de su vida de mariposa. Tony Ley es, por su parte, el personaje que llegó cumplida
la transformación. Tony es la antítesis del dandi. Tenis, jeans y camiseta.
Tan común como cualquiera que camina por ahí en busca de mujeres, alcohol y droga. La diferencia es que ha vivido literalmente de estas calles desde hace 15 años, cuando aún era adolescente.
Así que de alguna manera es una celebridad, una especie de promotor de la vida nocturna de la ciudad. Habla con la misma familiaridad de narcos, empresarios notables y personajes de televisión con aires extravagantes.
* * *
Es probable que Tijuana sea la frontera más boyante del planeta. Finalmente es uno de los extremos del corredor más rico de Norteamérica, donde se alinean San Diego, Los Ángeles y San Francisco. Nueve décadas atrás esto fue un ejido, pero la era de la prohibición en Estados Unidos cambió su destino, duplicando su población cada 10 años, un ritmo equiparable únicamente al registrado por Ciudad Juárez, el otro municipio fronterizo que acusó el impacto de la Ley Volstead. La Tijuana de hoy es cuna de una de las revoluciones culturales más reseñadas de Occidente. Sin embargo, todo ello no ha bastado para sacudirse el estigma adquirido gracias a su zona norte, en donde La Coahuila es parte medular.
“Hablar de la Coahuila es hablar de una calle que ha traspasado la importancia histórica –dice Gabriel Rivera Delgado, coordinador del Archivo Histórico de Tijuana–. En el imaginario local es una calle de bares, cantinas y prostíbulos, y así ha trascendido también en el imaginario de películas y reportajes que han hecho de la zona norte reducto de lo malo, lo prohibido, todo lo cual va dejando una huella y una percepción de cómo es la ciudad. Así que mucha gente piensa que Tijuana es el Adelita Bar, o que la Coahuila es la síntesis más precisa de lo que somos”.
La fama de esta calle, en efecto, es trascendental. Los turistas y residentes que se atreven a ir –y lo hacen masivamente– parecen tocados por el don de la ubicuidad. Saben perfectamente a dónde ir, a qué cantina, a qué prostíbulo, con cuál dealer. Es la misma idea que provoca, para quien observa, la nutrida cantidad de migrantes que se confunden entre los compradores de sexo que entran y salen de los hoteles. Aparecen de noche, en busca del pollero, como si conocieran su destino. “Cuando hablas de la Coahuila, seas tijuanense o no –se resigna Gabriel Rivera–, ya sabes de qué se trata: es el foco rojo de las cantinas, de los prostíbulos, donde hay drogadicción y migrantes, aunque ya no tanto como antes de que construyeran el muro”.
* * *
Del secuestro de jóvenes en estados del sur mexicano
con propósitos de explotación sexual se ha escrito tanto que las instituciones encargadas de perseguir el delito caen en el fastidio más que en la preocupación. Hasta ahora, Marisa Ugarte, directora del Corredor de Seguridad Binacional Tijuana-San Diego, una organización que durante dos décadas ha trabajado en el rescate y asesoramiento de víctimas de tráfico y explotación humana, sostiene que ninguna de las 5 mil células que operan el negocio en Baja California ha sido tocada por la autoridad. Y si en un espacio público eso es tangible, es justo aquí donde la policía municipal previene cualquier atentado en contra de la red de trata y distribución de droga. Nadie castiga la flagrancia del crimen.
* * *
Los alcaldes dejaron de lado la farsa de clausurar prostíbulos hace 40 años. Pero ello ha suscitado un movimiento cada vez mayor de tijuanenses de alcurnia para censurar lo que allí ocurre. O mejor dicho, para desligarse de la realidad
“La Cagüila”. Con ese sobrenombre se conoce a la avenida donde hace mucho no hay clausuras..
Hace casi 90 años la venta de droga era legal, hasta que el Gobierno mexicano dijo ‘no más’ y nació el crimen organizado, ése que se encarga del tráfico de narcóticos y la trata de personasexistente en su zona roja. Sobre ello escribió Josué Beltrán en su tesis doctoral.
No nada más a los tijuanenses de abolengo les provoca resquemor la atmósfera corrupta de la calle.
En julio de 2008, Jaime Martínez Veloz, director de la Comisión para el Diálogo con Pueblos Indígenas de México, hizo pública una carta en la que solicitaban al cabildo de Tijuana sustituir
el nombre de Coahuila en esa zona donde cientos de descendientes de indígenas son forzadas a prostituirse. Martínez era portavoz de un grupo de coahuilenses, como él, radicados en esa frontera.
“Coahuila contrasta notablemente con el estatus, la actividad y la historia de la calle que lleva este nombre en Tijuana”, escribió. “(…) Estoy convencido de que esta preocupación no es un asunto menor. Quienes queremos a Tijuana compartimos el anhelo de disociar el nombre de Coahuila de las actividades que se desarrollan en la calle del mismo nombre”. No hubo respuesta positiva.
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