¡Siluetas, Siluetas, Siluetas…!
En la década de los 60, se consolida el talento de un grupo de jóvenes saltillenses para dar forma a un conjunto que nos representaría en el ámbito musical, no solo a nivel local o regional, sino nacional.
La Benemérita Escuela Normal del Estado sería el nido donde cuatro jóvenes, Jonás Sergio Yeverino García (hijo del músico y compositor del jarabe Pateño, Jonás Yeverino Cárdenas); Alejandro Badillo, hijo del partero José Badillo, aunque él no era estudiante de la Normal, sino del Ateneo Fuente. Igualmente Enrique “Pipo” Linares, que tampoco era estudiante de la escuela en mención; él en ese tiempo se dedicaba a cantar con un trío, Juan, Lico y Pipo; y desde luego José Ángel Cortez Ojeda, estudiante normalista, que cristalizarían un sueño muy recurrente: formar un grupo de rock and roll, tan de moda en el firmamento artístico de México y el mundo en los años 60 del siglo pasado.
Pipo Linares fue invitado a participar en el grupo en la nevería del Centro Alameda, negocio propiedad de doña Josefina Hernández.
Comenzaron prácticamente de cero.
Pepe Briones, un joven que vivía en una privada por la calle Ramos Arizpe, facilitaba a Las Siluetas una guitarra eléctrica y un amplificador, con la cual comenzaron a hacer sus primeros ensayos.
Pipo Linares era dueño de una gran voz y además tocaba la guitarra acústica con gran calidad.
Enrique Linares se separó pronto del grupo, porque dueño de esa calidad interpretativa que le dio Dios, destacó como solista y dejó constancia en una importante discografía, con éxitos como Italianita, Quisiera, Negrita Linda, entre muchas otras.
Tras la separación de Pipo, llegó a formar parte de Las Siluetas otro gran cantante saltillense, Juan Manuel Saucedo, dueño de una muy buena voz, fresca y potente, con un estilo muy diferente a Pipo Linares.
A sus 23 años, Juan Manuel Saucedo debutó con Las Siluetas y pronto emprendieron una gira por el norte del país, instalándose una muy buena temporada en Ciudad Juárez, considerada en aquellos años como la meca de la música y los artistas. Desde Hollywood y otros lugares de la Unión Americana se desplazaban actores y actrices, y demás “fauna”, de la farándula estadunidense.
En el Bolerama de Juárez, Juan Manuel Saucedo era la atracción de hombres y mujeres, pues su tesitura de tenor y la bien educada voz le permitía interpretar a los grandes compositores de la época: Agustín Lara, María Grever, Gonzalo Curiel, Los Domínguez, entre otros.
Granada era una de las clásicas que Saucedo interpretaba, noche a noche a petición de los asistentes.
Prácticamente el grupo de Las Siluetas se desintegró tras la prematura muerte de Juan Manuel Saucedo, quien una madrugada del 23 de marzo de 1968, terminando su actuación, sacó a pasear a su joven familia, su esposa Josefina y sus hijas Maribel, “Pico” y Laura, por las calles de Ciudad Juárez, en la vagoneta que recién había adquirido producto de su trabajo, con tan mala suerte que en un cruce de calles chocó contra un autobús urbano.
Ahí resultó gravemente lesionado y solo aguantó 24 horas, para ver a sus padres Josefina y Magdaleno, que viajaron a Juárez para auxiliarlo; lamentablemente nada pudieron hacer, el hombrón que era tenía destrozado el estómago y al tiempo de la operación le falló el corazón.
Juan Manuel Saucedo murió como los grandes artistas, joven y repentinamente, como el caso de Javier Solís, Pedro Infante, Jorge Negrete, por citar solo algunos. Incluso el propio Pipo Linares.
Las Siluetas que viajaron a Ciudad Juárez fueron Juan Manuel Saucedo, cantante; Javier Bárcenas Hernández, requinto; Roberto Betancourt “El Carita”, baterista, y José Ángel Cortez Ojeda, tecladista y saxofonista.
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