Las personas sufrimos. Sufrimos al nacer (normalmente, nuestra madre más que nosotras y nosotros). Sufrimos en muchas ocasiones y de distintas maneras (emocionales, físicas, espirituales, entre otras) a lo largo de nuestras vidas. En la gran mayoría de las veces, sufrimos al terminar nuestra vida (y quizás sufren mucho más las personas que nos sobreviven y que nos quieren).
Parecería que la vida es puro sufrimiento. Normalizamos esta idea, interiorizándola tanto que, si hay un período en el que todo va bien, nos queda la sospecha de que tarde o temprano (más temprano que tarde, según una forma de pesimismo cósmico que muchas veces se apodera de nosotros), nos ocurrirá algo malo. Porque parece imposible estar viviendo con serenidad.
También crecimos con la idea de que cuanto más tenemos, más felices seremos. Según algunas teorías orientales, la felicidad no reside en la acumulación de cosas, sean bienes o personas. La felicidad, que es el valor al que más aspiramos, sería más bien la ausencia de dolor y sufrimiento. Entonces, ¿cómo podemos proceder si todo parece indicarnos que venimos a esta vida a sufrir?
Lo que sí creo que es cierto es que todas las personas estamos librando alguna batalla. Por supuesto, existen batallas más fáciles de enfrentar y otras que, en cambio, son mucho más difíciles de atravesar. Obviamente, nadie puede asumir la responsabilidad de resolver las batallas de los demás. Pero hay algo que todas y todos podemos hacer, independientemente de nuestra profesión o actividad.
Podemos (y, de hecho, deberíamos) relacionarnos con las personas con empatía, dejando de lado la indiferencia. La empatía nos permite crear una conexión positiva con los demás. La indiferencia, por otro lado, nos hace ciegos ante el sufrimiento y las batallas que otras personas están enfrentando. En las próximas semanas, abordaremos los daños que la indiferencia puede causar. Hoy, quiero invitarte a que reflexionemos sobre la importancia de ser personas empáticas.
Ser una persona empática no significa asumir problemas que no nos corresponden: significa saber escuchar a las demás personas para intentar comprender su punto de vista (y comprender no implica necesariamente compartirlo o dar la razón si no estamos de acuerdo) y lo que les causa sufrimiento. Tampoco significa ponernos en un pedestal para juzgar o criticar, pensando que nosotros lo habríamos hecho de manera diferente: es muy distinto ver una película como espectador que actuar en ella.
En algunos casos, podremos simplemente escuchar; en otros, ofrecer una palabra de consuelo y apoyo, o quizás una sugerencia respetuosa y llena de amor que permita a la otra persona, si así lo considera conveniente, cambiar su perspectiva y percepción sobre lo que está viviendo.
La percepción que tenemos de las cosas que nos suceden y de las experiencias que vivimos día a día nos lleva a asignarles un juicio de valor: como buenas o malas, por ejemplo. Sin embargo, esto se basa únicamente en nuestra percepción, que no es una verdad absoluta. Al cambiar nuestra percepción, muy probablemente también cambiará el juicio que tenemos sobre las cosas que nos suceden. Obviamente, pueden ocurrirnos cosas muy graves: tragedias, enfermedades, pérdidas. En estos momentos, resulta muy difícil aceptar lo que nos está pasando e identificar cuál es la lección que debemos aprender.
Si ser una persona empática implica brindar a los demás una perspectiva distinta que les permita abordar una situación de manera diferente, antes de ser empáticos con los demás, deberíamos aprender a tener empatía con nosotros mismos, aprender a apoyarnos, querernos, cuidarnos y dejar de victimizarnos, ya que, en ningún caso, esta actitud nos ayudaría a resolver un problema. Y quizás, así, nosotros también aprenderíamos a cambiar nuestra perspectiva.
Querida lectora, querido lector: esta semana también tienen tarea. Te invito a reflexionar sobre estas preguntas: ¿Eres una persona empática contigo y con los demás? Porque, como ya mencioné la semana pasada, no podemos dar lo que no tenemos. Si no eres empático/a contigo, no podrás serlo con los demás; y si no lo eres contigo mismo/a, es muy probable que pases tu vida sufriendo y victimizándote.
Pero hay una buena noticia: puedes aprender a vivir la empatía para conectar con tus emociones y con las de las demás personas. Quizás esta sea la clave para que vivas la vida disfrutando de los momentos que enriquecen tu día y de las personas que te rodean.
¡Les deseo una semana muy linda!
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