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El Grito de Dolores: Mito y Magia de un acto de Fundación

Por Agencias

Publicado el viernes, 13 de septiembre del 2013 a las 00:48


La peculiar imaginación de los mexicanos le agregó después la capacidad de tornar el peor trance nacional en llamado a la unidad

Ciudad de México.- Al llamar al pueblo a levantarse en armas contra el gobierno opresor, Miguel Hidalgo, sin saberlo, dio origen a lo que el paso de los años transformaría en el mítico acto fundacional de la patria mexicana independiente. La peculiar imaginación de los mexicanos le agregó después la capacidad de tornar el peor trance nacional en un llamado a la unidad para recordar que es posible sobreponerse a cualquier adversidad y festejar por ello de antemano. Fuente: elvocerodigital.com

Lo que dijo exactamente Hidalgo la histórica madrugada del 16 de septiembre de 1810, sólo lo conocemos por aproximación. Según Carlos Herrejón, esto se debió a que, apenas transcurridos unos días, se le fueron añadiendo arengas y versiones con palabras e ideas nuevas, las cuales agrandaron y, a un tiempo, deformaron el llamado original. Por otro lado, el mismo autor apunta que el cura de Dolores hizo al menos tres llamados o arengas, dirigidos a diversas personas y en lugares distintos, al rayar el alba del mismo día.

El primer testimonio fidedigno que hay se debe a Juan Aldama, manifestado el 20 de mayo de 1811. Recordó que los reunidos en casa del cura, una vez que éste tomó la decisión de emprender el levantamiento, fueron a la cárcel, donde obligó al alcaide a liberar a los presos, los cuales se armaron con leños y piedras, e hicieron prisioneros a los primeros españoles cerca de las 6 de la mañana del 16 de septiembre. Hacia las 8 de la mañana, ya se habían reunido más de 600 hombres a pie y a caballo y el cura que los exhortaba a que se uniesen con él y le ayudasen a defender el reino, porque querían entregarlo a los franceses; que ya se había acabado la opresión; que ya no había más tributos; que los que se alistasen con caballos y armas les pagaría a peso diario, y los de a pie, a cuatro reales.

La anterior es la que el historiador considera la versión más fidedigna del grito de Dolores. Los ¡vivas!, que no aparecen aquí, seguramente fueron añadidos por la muchedumbre excitada. Lucas Alamán señala que el pueblo se agolpaba para seguir al caudillo, y simplificaba su llamado gritando simplemente: ¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!.

De cualquier modo, aunque no se apegue a la arenga original, el grito de Dolores cobró nuevas dimensiones con el paso de los años, las generaciones y los episodios históricos nacionales. Arturo Priego señala que su importancia radica, además, en que es la única conmemoración civil que logra sintetizar en un solo momento aspectos de la identidad nacional de carácter eminentemente popular, gracias a que combina diversos elementos históricos, como el llamado del cura Hidalgo para levantarse contra el régimen opresor; asimila el proceso por el que la nación llegó a independizarse y promete defenderla en el porvenir, a la vez que conmemora el llamado al festejo en todas las formas imaginables: desfiles cívicos y militares, carros alegóricos, representaciones teatrales, recitales poéticos, tertulias y banquetes, en suma, la algarabía popular. También es un llamado de las autoridades constituidas hacia la población general, en el que se reitera, en forma simbólica, la identidad de miras, la posibilidad de superar tiempos difíciles y, señaladamente, la unidad nacional.

Esta es una revisión concisa de lo que ha sido la ceremonia del grito de Dolores a lo largo de los años. En 1811 no hay registro de celebración alguna. Basta recordar que, luego del fusilamiento de los primeros caudillos, entre el 26 de junio y el 30 de julio del mismo año, la capacidad de subsistencia del movimiento permanecía en duda, a pesar de que seguían luchando hombres tan comprometidos como López Rayón y Morelos, pero las motivaciones para celebrar eran pocas.

En 1812, Ignacio López Rayón, presidente de la Suprema Junta Nacional Americana, en compañía de Andrés Quintana Roo y otros, celebró al amanecer del 16 de septiembre en Huichapan (actual Estado de Hidalgo), con descarga de artillería, vuelta general de esquilas (pequeñas campanas para convocar a los actos comunes en los conventos y otras casas), y un concierto al mediodía.

Morelos, quien seguramente conmemoró el acto en más de una ocasión sin dejar testimonio, en el último punto de los Sentimientos de la Nación (14 de septiembre de 1813) pidió:

Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor Dn. Miguel Hidalgo y su compañero Dn. Ignacio Allende.

Por ahora no se cuenta con más noticias de otras celebraciones del grito de Dolores antes de consumada la independencia.

Al concluir la emancipación nacional, lo que el emperador Iturbide celebró no fue la arenga de Hidalgo, sino el desenlace de la Independencia, el 27 de septiembre de 1821, lo cual se realizó por imperial decreto, el 27 de octubre. Entonces se realizó un juramento de las autoridades ante el párroco de la Catedral, quien les recordó su compromiso de defender la independencia, a lo que respondían con vivas a las tres garantías. Luego se realizó un desfile militar para recordar la entrada triunfal del Ejército Trigarante, seguido de carrozas alegóricas representativas de la fama, la libertad, la unión y la independencia. Se arrojaron monedas a la multitud, mientras repicaban las campanas y se disparaban salvas de artillería, en tanto que el alcalde mayor paseaba el pendón imperial desde el Palacio Municipal hasta el Palacio Nacional. Al concluir el primer Imperio Mexicano, el Congreso decretó que el 16 de septiembre se celebraría el inicio de la independencia nacional. No volvería a desaparecer este aniversario del calendario cívico nacional.

Guadalupe Victoria conmemoró la fiesta septembrina al año siguiente con misa celebrada en la Catedral, donde reposaban los restos de los caudillos desde 1823, en compañía de los miembros de los otros poderes. Se iluminaron casas y calles, y se adornaron ventanas y balcones con cortinas, flámulas y gallardetes. Los festejos corrieron a cargo de una Junta Patriótica encabezada por el Lic. Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera. Al término de la ceremonia religiosa, las supremas potestades civiles y religiosas se trasladaron a un tablado colocado frente al Palacio Nacional, donde los aguardaban los descendientes de algunos caudillos y un grupo de esclavos que serían emancipados, no antes de que Victoria pronunciara las solemnes palabras: Esclavos, en este día se celebra el aniversario de la libertad, recibidla en nombre de la Patria, y acordaos que sois libres por ella, para honrarla y defenderla, posteriormente, se iluminaron los principales edificios e inició el espectáculo de fuegos artificiales. Recordemos que en nuestro país la esclavitud no fue abolida oficialmente sino hasta el 15 de septiembre de 1829, cuando el presidente Vicente Guerrero promulgó el decreto respectivo, también para conmemorar el grito y los bandos de Hidalgo.

A mediados de los años treinta del siglo XIX, comenzó la costumbre de celebrar con cohetes que aportaban los particulares, quienes sumaron al estruendo disparos de escopetas, pistolas y fusiles.

En 1842, el presidente Santa Anna dio un toque singular a la fiesta de marras. Luego de celebrar en la Alameda Central, se realizó en el cementerio de Santa Paula el sepelio del pie que había perdido en Veracruz durante el conflicto con Francia. Al acto asistió todo su gabinete y la plana mayor del ejército, que marchó al frente de la urna que contenía la mentada extremidad inferior. Al llegar al panteón, se le colocó en una columna acompañada de una salva de artillería y de un discurso por el eterno descanso del pie inmolado en defensa de la patria.

Durante la invasión estadounidense de 1846-1847, el ejército del país del norte entró a la capital el 14 de septiembre de 1847 y ocupó el Zócalo al día siguiente, lo que provocó una airada respuesta de las clases populares. Como apunta Alejandra Moreno Toscano, sólo si las ceremonias públicas sacan sus raíces de una memoria colectiva pueden sobrevivir cientos de años sin perder la idea central que les dio origen y, en este caso, la del juramento de la Independencia. En efecto, fue quizá éste uno de los momentos en que la masa se apropió de la fiesta cívica, antes más bien concebida como una dádiva del gobierno hacia el pueblo y no una ceremonia conjunta entre ambos.

El 15 de septiembre, mientras el ejército invasor se regodeaba con su conquista, el pueblo se ocultó en los alrededores del Zócalo y las azoteas. Los estadounidenses se dejaron ver en los balcones del Palacio Nacional, ondeando la bandera de las barras y las estrellas. El general Scott comenzó un discurso, pero fue interrumpido por multitud de alaridos provenientes de la plaza. Algunas mujeres reclamaron a los hombres su falta de valor. Poco después alguien disparó y dio comienzo una lluvia de piedras y toda clase de proyectiles contra los invasores. Según la crónica de Guillermo Prieto, la resistencia la armaron bolitas de pelados.En los barrios, zapateros, carpinteros y otros trabajadores formaron regimientos para impedir que una fecha cívica se convirtiera en negra efeméride. El mismo cronista añade que, a partir de entonces, cuando llega el 15 de septiembre, les digo a mis hijos: a la plaza muchachos, a la plaza, vamos a recordar la fiesta del pueblo.

Para los festejos patrios de 1854, la Junta Cívica creada para tal efecto quiso recordar a la vez el XXV aniversario de la rendición del general Isidro Barradas, el 11 de septiembre de 1829, y por ello se convocó también, desde principios de año, a un concurso para elegir la letra y la música del Himno Nacional. Los ganadores se dieron a conocer el 15 de septiembre en el hoy desaparecido Gran Teatro de Santa Anna. Por decreto publicado dos días después, se dispuso que en los días de fiesta nacionales se adornaran puertas y ventanas, y se hicieran iluminaciones especiales por las noches.

A dos años del triunfo de la revolución de Ayutla, el presidente sustituto Ignacio Comonfort celebró el inicio de la independencia con programas patrióticos en teatros y verbenas populares, con cañonazos y repiques de campanas, además de una misa y un banquete en plena calzada de la Piedad, porque era imposible invitar a todos al Palacio Nacional. De este modo convivió con el pueblo y repartió ramos de flores y onzas de oro.

Al promulgarse la Constitución de 1857, las intervenciones de la Iglesia católica comenzaron a disminuir en los festejos patrios, y se relegó al olvido la tradicional misa en memoria de los héroes insurgentes en la Basílica de Guadalupe, que solía realizarse el 17 de septiembre. Pero ni siquiera la guerra de Reforma logró interrumpir tan arraigada tradición. En 1860, el presidente nombrado por el partido conservador, Miguel Miramón, encabezó la ceremonia cívica en la capital mexicana con una misa solemne en la Catedral. A su término, se dirigió en compañía del gabinete al Palacio Nacional para recibir felicitaciones. Luego, en la Alameda Central, Tomás Sierra y Rosso recordó el grito de Dolores con un discurso. De vuelta en el Palacio, Miramón fue testigo de un desfile de la guarnición, coronado por luces de colores al anochecer. Con el triunfo liberal, en 1861, el presidente Benito Juárez celebró las fiestas nacionales el 15 de septiembre en el Teatro de Oriente, donde se escucharon discursos, poesías y piezas de canto. A las 11 de la noche, varias personas salieron a las calles con banderas y a lanzar cohetes. Al día siguiente, se llevó a cabo un baile conmemorativo.

Maximiliano de Habsburgo conmemoró el inicio de la emancipación nacional en Dolores, Hidalgo, en 1864, en un intento por ganarse la simpatía del pueblo, siendo el primer mandatario en volver al lugar de origen de la lucha por la libertad. El emperador pasó todo el día 15 en la ciudad, alojándose en la casa de Abasolo, y a las 11 de la noche, en la casa del cura de Dolores, vitoreó el gran suceso.

A la caída del segundo imperio, el presidente Juárez festejó la arenga del cura de Dolores en el Teatro Principal, donde se leyó el Acta de Independencia formulada por el Congreso de Chilpancingo el 6 de noviembre de 1813, se escucharon varios discursos oficiales y, a las 11 de la noche, el presidente homenajeó a los héroes, a la Independencia y a la República, momentos antes de que las bandas militares tocaran el Himno Nacional e iniciara el espectáculo de fuegos artificiales.

En 1872, durante la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, la ceremonia se volvió a realizar en el Teatro Principal, con discursos y piezas musicales en las que intervino Ángela Peralta. La orquesta interpretó una marcha triunfal especialmente compuesta para la ocasión. El presidente, a las 11 de la noche, vitoreó a la patria y a los héroes. En la Plaza de la Constitución se dio un repique general, una salva de artillería y se elevó un globo aerostático.

En el breve paréntesis en el régimen de Porfirio Díaz que significó la presidencia de Manuel González, a partir de 1884, se invitó por primera vez a representantes de la juventud, grupos obreros y colonias extranjeras a conmemorar el grito.

Muy extendida se halla la creencia de que el presidente Porfirio Díaz cambió el día del festejo para que coincidiera con la fecha de su cumpleaños, el 15 de septiembre. Lo único cierto es que a la oportunidad la pintan calva y, como hemos visto, la ceremonia del grito tradicionalmente comenzaba el 15, seguía el 16 y podía continuar hasta el 17.

En 1896, el general Díaz ordenó el traslado de la campana de Dolores a Palacio Nacional, para lo cual fue colocada en un carro alegórico especial. Al finalizar la colocación, se dio libertad a varias palomas y las tropas le rindieron homenaje con un desfile por las calles de la ciudad. A las 11 de la noche del 15 de septiembre, el presidente ondeó la bandera -costumbre que comenzó en 1884 con Manuel González-, después hizo sonar la histórica campana, para dar paso a los fuegos pirotécnicos y a la verbena popular. También se elevaron 16 globos aerostáticos sin tripulantes los días 16 y 17 con figuras de animales y payasos; uno de ellos imitó la famosa campana de Dolores.

Para los festejos del centenario de la Independencia, la comisión encargada organizó, entre muchos otros eventos, un gran desfile que partió del Paseo de la Reforma, recorrió las avenidas Juárez y San Francisco y concluyó en el Zócalo. Se efectuó solemne ceremonia en la Catedral y por la noche hubo una gran recepción en el Palacio Nacional, antes de realizar las arengas de costumbre.

En 1912, Francisco I. Madero conmemoró el grito de Hidalgo en medio de un gran entusiasmo popular, con un pequeño desfile de carros alegóricos y un concierto ofrecido por las bandas de la policía y el ejército. A las 11 de la noche, como ya era costumbre, el presidente, enarbolando la bandera, ovacionó a los héroes de la patria, en medio de los repiques de las campanas de la Catedral. Al mismo tiempo, en los teatros de la ciudad, los artistas, secundados por el público, entonaron el Himno Nacional.

Venustiano Carranza dio principio a las conmemoraciones posrevolucionarias en septiembre de 1917. Debido a la mala situación económica del país, fueron los particulares quienes adornaron sus domicilios con motivos patrióticos. Los estudiantes corrieron gallo, es decir, participaron activamente en los festejos, que comenzaron en el jardín de la Corregidora, donde entonaron cantos nacionales y lanzaron vivas a la patria. En seguida se desplazaron por las principales avenidas de la ciudad con faroles de colores y estandartes con la imagen de Hidalgo, hasta llegar a la Plaza de la Constitución, donde aguardaron la ceremonia del grito.

En 1921, durante el gobierno de Álvaro Obregón, se celebró con un desfile de antorchas organizado, una vez más, por los estudiantes de la capital, que se disfrazaron con trajes típicos y desfilaron hacia el Zócalo, mientras se festejaba en todos los teatros del Distrito Federal. La banda de la Jefatura de las Operaciones Militares del Valle ofreció una serenata a las puertas del Palacio Nacional y, más tarde, la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada ofreció un concierto en los salones del mismo recinto.

El presidente Plutarco Elías Calles celebró el inicio de la independencia con verbenas populares, fuegos artificiales, carpas de circo y bandas militares.

La primera vez que se transmitió por radio el himno y la ceremonia del grito, fue en 1933, en el periodo del presidente Pascual Ortiz Rubio.

En 1940, Lázaro Cárdenas fue el primer presidente posrevolucionario en volver a celebrar el grito en Dolores, para llamar a la unidad ante la amenaza extranjera que significó la expropiación del petróleo. Otros presidentes, como Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines, volvieron al histórico sitio, en la fecha de costumbre, al menos en una ocasión durante su sexenio. Lo mismo sucedió en 1985, cuando Miguel de la Madrid conmemoró el 175° aniversario del inicio de la insurgencia con la campana original que, para tal efecto, fue desmontada de Palacio Nacional.

Al celebrarse el sesquicentenario de la independencia nacional, en 1960, el presidente Adolfo López Mateos ordenó la elaboración de 31 réplicas de la campana de Dolores, para que resonaran cada 15 de septiembre en cada uno de los estados de la república. Antes de la ceremonia oficial, a la que asistieron 53 jefes de misiones diplomáticas y 200 invitados, se interpretaron canciones mexicanas y se leyó el acta de Independencia. En seguida, el presidente encendió la antorcha de la libertad que salió con destino hacia Chihuahua, para detenerse en el paredón donde fue ejecutado Miguel Hidalgo.

Desde finales de la segunda década del siglo XX, se tiene registro de las palabras pronunciadas en la arenga presidencial, las cuales han consistido, por lo general, en exclamaciones alusivas al evento y en la mención de nombres de caudillos, más o menos en estos términos: Mexicanos: ¡Vivan los héroes! ¡Viva la Independencia! ¡Viva México!.

Con Lázaro Cárdenas comenzó la costumbre de añadir llamados para sobreponerse a la situación del momento, no exentas de cierta carga ideológica. Así sucedió al reconocer a la Revolución mexicana como social; Ávila Camacho lanzó vivas a las instituciones y a la Revolución; Díaz Ordaz lanzó vítores por la paz y la Constitución; después de 1968, llamó, además, a la concordia entre los mexicanos. En 1975, el presidente Echeverría agregó no sólo a Juárez, sino a los países del Tercer Mundo. Ulteriores gobernantes han añadido, en ocasiones, vivas a la soberanía, la autodeterminación, las libertades nacionales, etcétera. La primera mujer de la gesta insurgente en ser aclamada fue Josefa Ortiz de Domínguez, por el presidente López Portillo, en la efeméride patriótica de 1980.

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