Arte
Por Grupo Zócalo
Publicado el martes, 28 de junio del 2022 a las 03:15
Ciudad de México.- Impronta Casa Editora es un taller, pero bien podría ser un museo de antigüedades.
Las máquinas de linotipo y otros procesos de impresión antiguos son su sello editorial desde 2014, cuando un equipo de entusiastas del libro como objeto único lanzó su primer título: Bisel, una colección de poemas de Julián Herbert.
Desde entonces, todos los procesos que son necesarios para crear un libro son visibles: los manuscritos que son revisados por un consejo, hasta la venta final en librería y el café que se toman los lectores, todo se hace en una finca rehabilitada de la Colonia Americana.
“ Para que un libro llegue a librerías y bibliotecas, puntos de ventas o a casa de los lectores hay un proceso larguísimo que involucra todos los oficios del libro, eso significa un montón de manos y un montón de trabajadores y trabajadoras, para nosotros es importante que este proceso sea visible y que todos los que participan en él tengan voz, voto, que su opinión también se escuche, que su experiencia sea valorada al momento de divulgar y difundir los oficios del libro”, dice Carlos Armenta, editor de Impronta.
El proceso comienza con la recepción de manuscritos que son revisados por Armenta, Alexia Halteman y Helena Aldama.
Una vez elegido el título, se hace la edición del texto y el diseño de las páginas, las portadas y documento general, a cargo de Halteman y Armenta.
Eventualmente el título llega al taller de impresión, una de las salas protagonistas de Impronta Casa Editora en donde se encuentran varias máquinas de composición e impresión de distintos tipos y de distintas épocas que manejan Rafael Villegas, Leonardo Baeza y Gerardo Méndez.
Allí, cuando las máquinas están trabajando, el ruido es constante, hay un rumor similar al de las máquinas de escribir pero más constante, mecánico y estruendoso.
“ Me encanta hacer los libros aquí”, dice don Rafa, linotipista de Impronta que trabaja en una máquina de intertipos que data de 1950 y que él mismo repara cuando es necesario.
“ Estos son los últimos intertipos que quedan en la actualidad, yo tengo 60 años trabajando en esto, yo he trabajado en varias máquinas, distintas desde que era muy chico. Este es una especie de museo viviente, porque están funcionando estas máquinas, trabajando con las necesidades del taller y haciendo libros como antes se hacían”, describe.
Hacia la salida
Don Rafa organiza las líneas que conformarán las ideas de los libros fundiendo los linotipos para hacer las líneas como se marca en el diseño.
Eventualmente en la mesa de formación se preparan las páginas para luego pasar a las máquinas impresoras y prensas que maneja Leo Baeza, don Leo, con las correcciones necesarias que tienen que hacerse en cada página revisada por los editores.
Gerardo es el más joven del taller, don Leo y don Rafa tienen más de 70 años. Él es grabador, pero ha aprendido el oficio desde muy joven y trabaja en el taller, sobre todo con las impresoras, desde hace casi siete años.
“ Yo sí me sigo considerando un impresor y es lo que más me gusta, desde chavito conseguí trabajos en las impresoras que están por las Nueve Esquinas, es un proceso que me satisface, hay algo muy bonito y revelador cuando imprimes y ves lo que puedes mejorar, lo que tienes qué hacer cuando algo falla y formar parte de un taller donde hay un trato natural, donde se chacotea y se trabaja, es el ambiente cotidiano de cualquier taller, no es nada excepcional: lo excepcional es el oficio mismo”, cuenta.
Luego de las impresiones el trabajo más tardado es la parte de los acabados, coordinado por Gina Villegas, donde se separan las páginas, las compañeras doblan, cosen, compaginan, prensan, encajan portadas, refilan y entregan el libro para que pueda llegar a su proceso distribución.
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