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Acción política

Por Gerardo Hernández

Hace 4 años

El desprecio por los partidos aleja de la arena política a ciudadanos libres, comprometidos y honestos. Sin embargo, la repulsa y la comodidad de ver los toros desde el andamio los mantiene atrapados en el círculo vicioso de la partitocracia. Pues al quedar las decisiones trascendentes en manos de las cúpulas, los problemas se agravan y eternizan. Las burocracias partidistas son las menos interesadas en modernizar sus estructuras, abrirse a la sociedad y postular perfiles sin ataduras con grupos o mafias del poder. Las candidaturas independientes fueron diseñadas para desalentar la participación política, dado el cúmulo de requisitos y la falta de financiamiento.

La atonía de los partidos y la cobardía para afrontar a quienes lucran con siglas vacías de contenido y sin respaldo social, ha provocado una crisis profunda de liderazgos en el PRI, PAN, PRD y Morena; las demás fuerzas son satélites o, como Movimiento Ciudadano, expresiones regionales con los mismos vicios. La deserción de cuadros no ha servido para crear nuevas corrientes políticas, pues se han sumado a la fuerza dominante (Morena), actúan aislados o han regresado al punto de partida con la coalición Va por México.

Los promotores de la alianza, empresarios e intelectuales contrarios al régimen, tampoco están dispuestos a «ensuciarse» en la política ni a asumir los riesgos de participar desde dentro para fortalecer la democracia y las libertades, o para lograr los cambios que proponen desde espacios protegidos, acaso porque entre bastidores ganan más. En otros países, poetas, artistas, escritores y académicos han vencido prejuicios y comprendido que, sin su intervención, las cosas seguirán igual o peor.

Así lo comprendió el dramaturgo y escritor Václav Havel, cuya participación a la Primavera de Praga y en la Revolución de Terciopelo resultó crucial. Encarcelado en múltiples ocasiones por oponerse al régimen comunista y defender los derechos humanos, jamás se arredró. El autor de El poder de los sin poder se convirtió en 1989 en el último presidente de Checoslovaquia tras décadas de lucha política y acoso; y tres años después, en el primero de la República Checa, cargo que ejerció por una década. Este país parlamentarista es considerado hoy el más democrático de Europa.

Sin embargo, no es preciso ser escritor, político, guerrillero o proceder de una familia acaudalada como la de Havel para derrumbar dictaduras —en la Guerra Fría fueron las comunistas; el rostro de las actuales son la mentira, la corrupción y el populismo—. El líder del sindicato Solidaridad, Lech Walesa, lo consiguió en Polonia y también llegó a la presidencia. En América Latina, el cantautor y activista Rubén Blades, quien desde joven abandera las causas de la justicia social y la liberación política, ha sido candidato a la presidencia de Panamá (1994) y ministro de Cultura (2004-2009). A él se debe una frase irrefutable, sobre todo en países como el nuestro: «El poder no corrompe, el poder desenmascara».

En Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, quien desde el sindicalismo combatió la dictadura militar, fue dos veces presidente y colocó a su país entre las economías emergentes más exitosas junto con Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS). Incluso podría ser de nuevo candidato una vez nulificadas las sentencias en su contra. El pasado guerrillero y la cárcel tampoco impidieron a los socialistas Dilma Rousseff (Brasil) y José Mujica (Uruguay) ser presidentes e impulsar cambios profundos, fortalecer la democracia y ser reconocidos en el mundo.

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