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Por Francisco Martín Moreno

Hace 2 años

Cuando algunos lectores me han calificado como “oportunista”, entre otros calificativos, desconocen que desde el 14 de julio de 2006, publiqué la siguiente columna en Excélsior:

Querido Andrés Manuel:

No existe ningún mexicano, medianamente sensato, que no esté de acuerdo con tu tesis consistente en que “Primero los Pobres”. ¡Claro que primero los pobres! ¿Quién puede oponerse a semejante propósito político y social? Quienes realmente queremos a este país deseamos elevar a la altura mínima exigida por la dignidad humana, a todos aquellos compatriotas que carecen de lo estrictamente indispensable. ¡Claro que queremos educación para todos! ¡Claro que queremos bienestar para toda la nación! ¡Claro que queremos un ingreso percápita de cuando menos 30 mil dólares al año para cada mexicano! ¡Claro que queremos apagar todas las mechas encendidas para ver por la estabilidad y el desarrollo del país! ¡Claro que queremos aumentar el ingreso, pero a través de la productividad y no a través de decretos ya conocidos que disparan la inflación con todas sus consecuencias!

¿Quién no desea ayudar los indios de México? ¿Quién no desea alfabetizarlos? ¿Quién no desea contener la emigración de cientos de miles de mexicanos a EU? ¿Quién no quiere agua potable, televisión, estufas, piso de concreto y paredes de ladrillo en cada familia mexicana?

Querido Andrés: Todos deseamos rescatar a los marginados, solo que yo no coincido contigo en tus estrategias para lograrlo. Las células generadoras de riqueza son los empresarios, a los que tú llamas hambreadores del pueblo, cuando son los agentes operadores del bienestar. La práctica lo ha demostrado. Mientes.

Todos coincidimos con el fin, pero la mayoría no está conforme con tu método. Se vio en las urnas. Ni partiendo el sueldo de los funcionarios públicos a la mitad ni evitando la corrupción que devora lo mejor de nuestro país, podremos generar la suficiente riqueza para crear los empleos requeridos para ayudar a los pobres que tanto te preocupan y me preocupan. Tu diagnóstico está equivocado. Un Gobierno encabezado por ti jamás creará los empleos requeridos ni extinguirá las mechas encendidas, ni impulsará la recaudación tributaria indispensable para aumentar el gasto en Desarrollo Social. Nadie podría aceptar que tus tesis económicas ayudarán a la capitalización de las empresas ni estimularán la investigación tecnológica, ni ampliarán los mercados, ni estimularán la competitividad, ni abaratarán costos de producción, ni propondrán alternativas para modificar el TLC y acercarnos al esquema de una Comunidad Económica de Norteamérica.

No tienes derecho a detener la inversión extranjera ni la doméstica indispensables para prosperar. No tienes justificación para espantar a los capitales que vienen a ayudarnos a construir un México mejor. Careces de elementos, nunca los tendrás, para estimular el odio entre todos los mexicanos, ni para polarizar este país, ni para crear trincheras entre todos nosotros únicamente para dividirnos, la única condición en que los mexicanos hemos sido históricamente derrotados.

“Querido” Andrés: para ti es irrelevante la destrucción de lo que he construido en los últimos siete siglos. No te importa que nos volvamos a incendiar como en 1810, en 1858 o en 1910, siempre y cuando tú puedas compensar los vacíos sicológicos de tu infancia. No, Andrés, ese no es el camino. Si el padrón federal lo integran 72 millones de electores y de ellos solo 14 votaron por ti, entonces 58 millones te rechazan como Jefe del Ejecutivo.

Antepones tu bienestar personal al mío. Deseas intimidar a las autoridades judiciales mediante la protesta callejera. No quiero un Mussolini mexicano que acepte la ley siempre y cuando le beneficie y que rechace a la Constitución por considerarla una herramienta a favor de la burguesía.

Abandona el llamado a la violencia. Abstente de erigirte como intérprete de la voluntad popular y resígnate a aceptar tu derrota. La mayoría de los mexicanos no te quiso en la Presidencia, porque lejos de ayudar a los pobres los hundirás más en la desesperación hasta que volvamos a matarnos con las manos entre nosotros mismos.

Atentamente,

El Pueblo de México.

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