Nacional
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Reporte Índigo
Publicado el sábado, 23 de enero del 2010 a las 16:00
México, DF.- “Tengo 17 años. Nací en el Estado de México donde conocí a Carmen, una vecina de Ecatepec. Ella me invitó a trabajar de prostituta en La Merced en diciembre de 2008. También me presentó a Alejo Guzmán Flores, “El Chulo”. Él me aseguró que iba a ganar muy bien y hasta tendría casa y carro”.
Así relata Rosa su ingreso al mundo de la prostitución en La Merced. En este barrio de la Ciudad de México fue enganchada por una red de lenones que se dedicaron a explotarla sexualmente.
Llegó a sostener relaciones con más de 30 hombres en un solo día para cumplir con la cuota de 2 mil pesos diarios exigida por sus padrotes.
La ‘consentida’ Luego de interminables noches de vejaciones y amenazas, Rosa logró escapar y relatar su historia. Otras menores no pudieron hacerlo. Murieron asesinadas por atreverse a desafiar las órdenes de sus captores e intentar huir del mundo de la hoy denominada “esclavitud moderna”.
“Índigo DF” tuvo acceso al expediente FDS/FDS-6/T2/00022 /09-01 donde se documentan las historias de explotación sexual de niñas y jóvenes que fueron arrancadas de sus pueblos y ciudades de origen. Que llevadas con engaños al Distrito Federal fueron sumadas a las filas de la prostitución.
En esta investigación refieren sus experiencias las propias víctimas del grupo dedicado a la trata de personas, el lenocinio y la corrupción de menores.
Las tarifas del pecado Rosa mostraba esta lista de precios al vender su cuerpo. Veinte minutos dedicaba a cada uno de los más de 30 clientes que atendía diariamente.
Su aportación monetaria contribuía a aceitar la industria ilegal que opera a la vista de todos en el barrio de La Merced.
“Como mi mamá tiene problemas económicos, accedí a ir a trabajar en La Merced de sexoservidora a mediados del mes de diciembre de 2008. Yo le dije a mi mamá que me iba a trabajar a Tepito en un puesto de ropa y ella desconocía en lo que realmente estaba trabajando”.
Así relató la menor su ingreso a las filas de la prostitución ante el Ministerio Público de la Fiscalía Especializada en Delitos Sexuales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).
Falsa identidad El día de su bienvenida, todos los de La Merced fueron muy amables con ella, incluso su jefe. “El Chulo” se encargó de “leerle la cartilla” sobre las reglas, obligaciones y ganancias del trabajo.
“Me dijo que cuando tuviera mi regla iba a descansar y no era necesario ir a trabajar, ordenándome que debería entregar diario una cuenta de 2 mil pesos y lo que sobrara me lo podía quedar, es decir que eso ya era para mí”.
Así empezó todo. Desde la mañana andaba con sus altas zapatillas de cristal en el cruce de Manzanares y Circunvalación en espera de clientes.
“Me dijo que debería cobrar por el servicio normal 170 pesos y que de ahí se deberían entregar 50 pesos a la encargada del hotel, una mujer que tenía acento de Veracruz”.
Rosa la apodó “La Jarocha”, y esta mujer se encargaba de entregarle un condón en cada encuentro. También la instruía sobre cómo debían ser los servicios sexuales.
“El hecho consistía en tenerme que bajar únicamente la pantaleta, sin quitarme nada de mi ropa y acostarme en la cama del cuarto boca arriba para que el cliente me penetrara vía vaginal hasta que eyaculara, por lo que el servicio no podía exceder de 20 minutos”, describe Rosa. Si el cliente quería tocarle otra parte del cuerpo debía cobrarle más. Cincuenta pesos por cada lugar.
De cama en cama Al cabo de unos días, Rosa dejó de ser la chica más nueva de la zona y, por tanto, la consentida.
Comenzó a padecer la presión de reunir el dinero cada noche y tuvo que comenzar a trabajar de 9 de la mañana a 11 de la noche. Sin descanso.
De cama en cama, en los cuartos del hediondo “Universo”, uno de los hoteles de la zona, la joven lidiaba con borrachos que no querían pagar la cuenta y que terminaban golpeándola al final de cada servicio sexual.
Cuando la cuenta estaba incompleta, la visitaba Israel Vargas Avilés, brazo derecho del líder de la banda que la amenazaba diciéndole que “El Chulo” le haría daño a su familia.
Y así lo creía Rosa, porque de este hombre se escuchaban oscuras historias de asesinatos.
“El Chulo” fue endureciendo cada vez más su trato con Rosa. Al punto de exigirle “meterme una esponja con vinagre rebajado con agua para que se me detuviera mi regla y así poder tener relaciones con los clientes, ya que no tenía ningún derecho a descansar porque trabajaba de lunes a domingo”.
La salvación Iniciaron con ella una plática informal. Que cómo estaba la chamba. Que cómo se llamaba. Luego se identificaron. Eran policías judiciales.
Los agentes estaban comisionados en una investigación para desmantelar la red de trata de personas y corrupción de menores en la capital. “Me ofrecieron su apoyo y protección y me pidieron que colaborara con ellos en las investigaciones que estaban haciendo para rescatar a muchas niñas que se encontraban ahí por la fuerza para prostituirse”.
Aunque tenía miedo, Rosa aceptó colaborar con la policía para dar fin a su propio infierno. Hoy su historia constituye uno de los relatos más contundentes contra El Chulo y su banda en La Merced.
La trata de personas en la capital del país se desarrolla en zonas en las que comúnmente es permitida la prostitución. Ahí, bajo la tolerancia y discrecionalidad de las autoridades delegacionales muchas menores de edad son obligadas a ejercer el sexoservicio.
“Qué bonita estás, qué bueno que te viniste para acá, aquí vas a ganar bien. Yo te voy a proteger y te voy a dar seguridad, porque aquí se gana mucho y yo siempre te voy a procurar, niña. Vas a ser mi consentida porque estás bien bonita y te voy a enseñar a trabajar para que aprendas y ganes mucho dinero”, le dijo el líder de la organización delictiva cuando los presentaron.
Desnudo total 100 pesos. Relación sexual 170. Besos 50. Caricias 50. Otras posiciones, 100 pesos más.
Con maquillaje recargado, tacones de más de 12 centímetros y escotes provocativos, Rosa disfrazaba su cara infantil de apenas 17 años. Una credencial del Instituto Federal Electoral apócrifa, expedida a su nombre, certificaba su falsa mayoría de edad.
De inicio, Rosa sumó de 20 a 30 clientes al día. Así lograba obtener 2 mil 800 pesos requeridos de los que debía entregar a “El Chulo” la cantidad de 2 mil. Por lo general, pasaba por la cuenta entre 10 y 11 de la noche.
Buscando en su cabeza la forma de escapar, el 28 de febrero de 2009 se encontraba esperando clientes en una esquina cuando dos hombres la abordaron.
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