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Dime con quién andas…

Por Columnista Invitado

Hace 2 años

Por: Jorge Suárez-Vélez 

En su extraordinario libro, El Ocaso de la Democracia, Anne Applebaum describe el proceso que transita un país de la democracia al autoritarismo. Parecería describir a México. Su análisis subraya que el mundo ha vivido muchos procesos idénticos.

Dice Applebaum que en Roma, César hacía que se esculpieran diferentes versiones de su imagen para hacerlo aceptable para el pueblo. Ahora, “ningún autoritario contemporáneo puede tener éxito sin el equivalente moderno: escritores, intelectuales, panfleteros, blogueros, spin doctors, productores de televisión y creadores de memes que vendan su imagen al público… un autoritario necesita gente que pueda usar lenguaje legal sofisticado y convenza de que violar la Constitución y torcer la ley es lo correcto… gente que canalice la ira y el miedo… necesita de intelectuales y de la élite educada que le ayuden a declararles la guerra a otros intelectuales y a otra élite educada”.

Para Applebaum, el plan de juego del autoritario es siempre el mismo: “genera duda sobre el proceso electoral, si yo no gané, el resultado es falso, genera duda sobre los medios de información, debilita todo contrapeso, y así tendrás la legitimidad para hacer incluso aquello que es ilegal”. ¿Quién dijo que “la justicia está por encima de la ley”? De ser así, ¿quién define qué es “justo”? ¿Justo para quién? Cuando ese ejercicio va acompañado de sembrar odio y discordia, queda aún más claro que todo se vale para salvar al país –y al mundo– del “neoliberal”, del “conservador”. Aunque quienes lo apoyan no tengan claro qué hace que alguien o algo merezca ese calificativo, seguro tiene objetivos perversos quien lo sea. Cuando un bando axiomáticamente se considera “moralmente superior” al otro, cualquier acción, por abusiva que sea, se justifica, incluso la represión violenta, incluso desconocer el resultado de una elección.

Es por ello tan significativo que López Obrador decidiera festejar nuestra Independencia codo a codo con un dictador; que haya gritado “viva la democracia” para después celebrar con alguien que nunca en su vida ha votado, ni tiene intención de algún día permitir una elección libre. Si alguno de sus partidarios lee esta columna, lo cual es improbable, debe estar agitando la cabeza ante tal calificativo.

Para ellos Díaz-Canel no es un dictador porque su lucha contra “el imperialismo” justifica coartar libertades individuales, reprimir opositores y censurar disidentes. ¿Qué va a ser diferente en México si Morena pierde la próxima elección presidencial contra un “neoliberal”? ¿Qué será justificable hacer para evitar tal maldición?

Dime con quién andas y te diré quién eres. AMLO recibió a Maduro y Díaz-Canel con honores que estos nefastos dictadores no merecen. Al hacerlo, condona su sistemática violación de derechos humanos, al hacerlo se pone del lado equivocado de la historia latinoamericana. Opuesto al lado en el cual se pararon, con dignidad, Luis Lacalle, presidente de Uruguay, y Mario Abdo, de Paraguay. Estos condenaron sin ambages la tiranía que sufren Cuba, Venezuela y Nicaragua, regímenes dispuestos a encarcelar a sus opositores, al igual que hoy parece estarlo López Obrador.

Viene el mayor ataque a nuestra incipiente democracia. Está en las manos de quien nunca ha reconocido una de sus muchas derrotas electorales. Tendremos que pelear con toda el alma por preservar nuestras frágiles instituciones y lo que queda de contrapesos que están siendo devastados. Las televisoras y los medios de comunicación que dependen de la generosidad del Estado serán cómplices de esta atrocidad. No contaremos con jueces o legisladores, aterrados por lo que les haría un tirano vengativo que doblega la ley a su antojo.

Y si logramos volver a un régimen que trate de unirnos, que busque fortalecer instituciones, que quiera forjar un estado de derecho, lo cual hoy parece una realidad distante, quizá nos tome una generación que la gente vuelva a confiar en el proceso electoral y en lo que motiva a quien piensa diferente. Ese es el escenario más optimista. Cualquier bestia destruye, reconstruir cuesta.

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