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Coahuila

El Caudillo y Chocolat

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 2 años

Se trata de dos personajes claramente disímbolos tanto por sus orígenes como por su actuación. Sin embargo, a lo largo de los tiempos no es factible disociar el nombre de uno del otro. Representan el fin y el principio y van juntos. Los partidarios y críticos de cada uno los glorifican y condenan, pero al final tienen que aceptar que poseían virtudes y defectos, eran seres humanos muy lejos de ser personajes en olor a santidad. Solamente los fanáticos pueden observarlos a través de un prisma de blanco y negro. Veamos como se dio ese enfrentamiento que terminó en simbiosis histórica al no poder explicar, su actuación en la vida pública, el final de uno sin el principio del otro o viceversa. 

El año apuntaba para ser el de la glorificación de los logros alcanzados. Era el momento de mostrar los resultados que pueden obtenerse cuando hay mando firme. Cuando la primavera aún no cumplía su quincena primera, habría de celebrarse el día del triunfo mayor que el Caudillo obtuviera tiempo atrás.  En ese hecho fincó su futuro y los panegiristas, con la memoria perfectamente aceitada, siempre lo tenían presente y así lo hacían saber a quienes gustaban de leer sus escritos. Pero el esplendor con que se planeaba conmemorar ese año tenía que pasar por la aduana de la sucesión del Caudillo quien continuaba cavilando si atendía las súplicas de los suyos, ellos decían que representaban las de la mayoría brumadora, y permanencia en el cargo. Sin embargo, fuera de ese círculo cerrado había algunas voces disidentes. Aun cuando el pretendiente años ya se había evaporado al no lograr convencer a nadie, de pronto la figura de Chocolat empezó a materializarse y convertirse en una opción para el futuro. A partir de ese momento, serían escudriñados él y su familia.  Pero antes de llegar a eso, vayamos paso a paso.

La estrella del Caudillo brillaba en lo más alto del firmamento. En ese momento, se conmemoraba el aniversario de aquel gran triunfo que lo catapultaría hacia la estratósfera y a partir del cual estaba convencido de que él debería de ser el Caudillo quien conduciría a su patria hacia estadios nunca alcanzados. En esa fecha, la del aniversario, en la publicación que se vanagloriaba ser de discusión, una de tantas plumas a sueldo, de esas que hoy ya no conocemos pues se han extinguido, según nos dicen, no se guardó elogio alguno para el Caudillo. Evocaba aquel evento al que llamaba la epopeya grandiosa a la cual nada le faltaba. Ni la audacia del genio para lograr lo maravilloso y domar la volubilidad de la fortuna; ni el ardor del patriotismo; ni el entusiasmo que guía a la victoria; ni el impulso arrebatador y supremo que conduce a la meta del triunfo. Éste se logró gracias a su heroísmo, precisión matemática, rapidez en la concepción y en el ataque, todo ello enmarcado en su ímpetu y valentía. Eso no era todo, aun había miel por regar, la pluma había sido aceitada muy bien, y poseía combustible de sobra. Pero, en caso de que sintiera que se terminaba el líquido viscoso, no tenía sino volver la vista hacia aquellos montones de objetos redondos de color dorado que estaban por ahí, los cuales poseían un poder sobrenatural para abastecer cualquier pluma y a seguirle.

Pleno de paroxismo, el escritor apuntaba que “la envidia ruin, esa eterna y sombría compañera del éxito, que surge, trató, a raíz del triunfo, de aminorar los esplendores y deslucir la aureola que circunda este hecho memorable en los fastos de nuestra historia; pero sonó la voz de la justicia, y habló con el acento de la verdad aquel valeroso jefe…” que más tarde llegó al sitio más alto para convertirse en el caudillo. Para conmemorar el hecho, se tenía planeado realizar una gran “procesión cívica.” En ella habrían de participar personajes representantes de todas las clases sociales provenientes de cada entidad federativa. Quienes acudirían serían las fuerzas vivas de la nación, todos los elementos sanos del país, todos los hombres que despliegan su actividad y su esfuerzo en la obra trascendente de la mejora social de la nación. El objetivo de esa reunión no era otro sino mostrar su reconocimiento hacia quien había logrado el bienestar y adelanto de sus gobernados. Asimismo, en esa forma, reiteraban su apoyo para continuar viviendo en aquel remanso de paz y orden en donde los derechos del ciudadano eran respetados, lo cual había permitido que se transitara por la vía del progreso que con tanta pericia había conducido aquel estadista sabio en que el Caudillo se había convertido. Eso no concluía ahí, faltaba más. Para lo que sigue, al escribano solamente le faltó recomendar que el lector fuera a proveerse de un pañuelo de tela por aquello de la aparición de lágrimas y secreciones nasales. Tras de apuntar que fuera de las clásicas fiestas nacionales, esa fecha era la que con regocijo mayor se celebraba, el escribiente indicaba que “calmada la efervescencia de las pasiones, y vueltos los ojos de los ilusos hacia los ideales nobles y elevados; anudados con lazos de cordialidad los vínculos que rompieron añejas discordias, la manifestación será el preámbulo del próximo gran acto a efectuarse dentro de cinco meses. Pero antes de este, se encontraba el del presente en donde el pueblo unido por vez primera, como una sola familia, entone en plena paz y derramando lágrimas de gozo el himno santo de su gloriosa libertad. Todo ello resultado de que el caudillo conducía de manera firme y sabia llevaba las riendas de la patria. Bajo esa premisa, el futuro no les preocupaba, salvo que en su ecuación olvidaron incluían una variable.

De los rumbos del noreste había surgido otro personaje a quien los seguidores del Caudillo consideraban menor, un iluminado, un muchachito hijo de familia “bien,” educado en el extranjero, y aficionado a los asuntos del más allá. Así percibían a Chocolat un personaje de mirada taciturna, tez apiñonada, cuya estatura física apenas sobrepasaba el metro y medio quien, además de los asuntos inmanentes, tenía interés por los temas del más acá. Esto solía guardarlo para sí, como fue el caso de aquel amor platónico que profesó por una dulce joven gala quien nunca lo atendió ya que tenía miras más altas y terminó enredada entre los brazos, y otras partes, de quien le proveía de diamantes y objetos de marfil, Pero eso quedaba en el retrovisor de aquel hombre quien aún no llegaba a las cuatro décadas, la mitad de la edad del Caudillo. Cuando se enteraron de que retaría a este último, las plumas, ésas de las que mencionamos que hoy ya no existen, corrieron presurosas a preparar la defensa de quien los aceitaba.

Como Chocolat tuvo la ocurrencia de publicar un libro de su autoría en el cual se oponía a que el Caudillo continuara por los siglos de los siglos, lo llamaron escritor abominable y político temerario quien poseía un alma borracha de imbecilidad. Ésta, decían, estaba bien reconocida, además de poseer una avaricia perfectamente comprobada y cuyo patriotismo es un asqueroso embuste. Lo llamaban histrión quien merecía un puntapié en salva sea la parte. Le espetaban como era posible que se sintiera capaz de rivalizar con el Caudillo quien era grandeza no solamente para la nación, sino para la humanidad. El Caudillo se ha alzado como la personificación del triunfo y el mundo entero vierte elogios altos y justos “al gobernante inmenso que, arrancó la greña de rayos a la demagogia.” (¡!) Por ello, escribían, “como es que se le ocurrió a Chocolat, herido de la peor de las vesanias, aceptar el papel de adversario de esa grandeza, él que es una gran insignificancia”. Ni duda cabe, los seguidores del Caudillo oteaban que Chocolat era algo más que una quimera y, por ello, redoblaron los ataques.

Lo llamaron un payaso que cantaba el himno galo y le acusaron de ser el beneficiario de una industria dedicada a envenenar al pueblo con aguardientes malos y vinos peores con los cuales se generaban orgías de alcohol “cuyos residuos han sido plétora de delincuentes en los presidios, plétora de locos en los manicomios, plétora de miseria en los hogares, y plétora de oro en las insaciables cajas de los contrabandistas”. insistían en que Chocolat tenía un cerebro vacío. A sus seguidores los calificaban de un gremio peligroso, excluían a los obreros honrados a quienes llamaban embaucados, al cual la sociedad y el gobierno debería de mantener a raya. Para que no hubiera duda de que el objetivo era impedir a toda costa que Chocolat se alzara con la victoria, se fueron a rascarle a su genealogía.

Lo acusaban de ser hijo legítimo del contrabando. Para justificar esto, invocaban un evento sucedido cuando el abuelo de Chocolat se dedicaba a cruzar, por las procelosas aguas del río salvaje, pacas de algodón. En una ocasión encontraron que adentro de ellas iban escondidas telas valiosas y lo remitieron a prisión. Tras de hacerse las investigaciones del caso, el ciudadano fue liberado exento de culpa. Ese mismo personaje era acusado de haber traicionado a la patria cuando no aceptó desconocer al barbirrubio y tomar las armas para defender a la patria. En realidad, lo que hizo fue alinearse con el cacique regional, quien era su socio y no comulgaba con el estadista quien combatía al invasor. Asimismo, se le achacaba que cuando estuvo al frente del gobierno de su entidad natal, se retiro del cargo dejando en su lugar un incondicional con quien realizó un “negocio” mediante le cual pudo apropiarse de 500 cabezas de ganado que estaban en disputa. Para cerrar el círculo de acusaciones por pecados cometidos por sus antepasados, mencionaban que uno de los ancestros de Chocolat preparó con su avidez la separación de Texas. Esas acusaciones hicieran alguna mella.

Un ejemplo de ello es lo que sucedía en el pueblo que llevaba el nombre del Caudillo. Desde ahí, se reportaba que no había nadie que fuera a sufragar en contra de personaje tan glorioso. Vaya usted a saber hasta dónde era cierto aquello, lo que si es factible asegurar es que había un chamaco, de once años, quien rabiosamente discutía con su padre expresándole su poca admiración hacia el Caudillo, pero claro que él no votaba.

A la hora de las elecciones, como era de esperarse, el Caudillo se alzó victorioso, faltaba más. La fuerza del poder se hizo presente y sus huestes no estaban dispuestos a dejarlo ir y que se terminará la fuente bienhechora. Dado que Chocolat no se quedó quieto y se lanzó a soliviantar a sus partidarios, al Caudillo no tuvo otra opción sino capturarlo y ponerlo tras de las rejas de donde al poco tiempo escaparía y, desde el exterior, tejería el inicio de la revuelta cuya etapa primera concluiría con la salida del Caudillo rumbo a las tierras en que un día Chocolat acudió al colegio en donde era notoria su presencia por ser un alumno aventajado, ensimismado en los libros, huraño, solitario, dado a las meditaciones, siempre triste, cabizbajo, pensativo quien soñaba con una adolescente de bucles dorados a la que le escribía cartas que nunca le llegaron.  Cuando, en medio del retiro del Caudillo, se armó la revuelta, pocos podían creer que los condiscípulos de Chocolat lo recordaban más que nada por su carácter pacífico, enemigo de la bulla y por ser bueno, demasiado bueno. Esto último le haría muchísimo daño y acabaría por convertirlo en la víctima de un católico devoto quien ordenó su asesinato. El Caudillo le sobreviviría un par de años.  Esto sucedió en un lugar pletórico de aspirantes a caudillos a quienes sus seguidores les hacen creer que lo son, pero al final doña realidad los ubica y les muestra que no son sino mortales simples probando las glorias temporales del poder que, siempre, traen etiquetadas fecha de caducidad. [email protected]

Añadido (21.30.101) Y el premio de la persona más elegante del mes va para… Ni siquiera tienen respeto para sí mismos. 

Añadido (21.30.102) Se olvidaron de incluir entre las propiedades todas aquellas escrituradas a nombre de sus hombres de paja. Mientras tanto, cuchillo en mano, disputan si se utilizaron bien o mal, en adquirir bienes raíces, algunos dinerillos de esos que les sobran por ahí. No cabe duda, lo de ellos son los asuntos terrenales, los espirituales son simplemente el papel celofán con que envuelven el producto para deslumbrar al cliente y que suelte la fiducia para no irse al infierno.

Añadido (21.30.103) Antes de continuar adquiriendo bateadores, los Yankees de New York deberían de proponer que los partidos fueran a siete innings antes de que, en el octavo, lleguen los relevistas y echen a perder cualquier ventaja.

Añadido (21.30.104) Que se cuiden los EU, Rusia, China y demás, el trabuco latinoamericano va por todo el Universo y galaxias no descubiertas.

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