En una de sus últimas homilías, cierto y muy peculiar sacerdote, decidido a salvar el alma y anclar a los mexicanos en el sendero de lo que es bueno y correcto, llamó a su feligresía a desechar, de una buena vez y para siempre, el aspirar al “lujo barato”, ya que eso es propio de gente ladina, de “fifís”, que no son otra cosa que la máxima expresión del egoísmo y la carencia de escrúpulos morales.
No, la gente buena, la gente que habrá de ganar su derecho a acceder al cielo, debe ser solidaria, fraterna y luchar, todos los días, desde cualquier trinchera, contra esos demonios que andan sueltos, los “fifís”, que tienen una vida vacía, de lujo barato, de apostar todo a lo material, a triunfar a toda costa sin escrúpulos morales de ninguna índole. Son el diablo, pues.
En el reino que dibuja este predicador, solo cabe el pueblo bueno y sabio que desprecia a conservadores y corruptos y que, por supuesto, jamás pretenderá volverse egoísta, ladino. No, ese pueblo bueno y sabio es solidario y fraterno.
Este predicador de esta nueva religión llamada 4T y que lanza homilías llamadas “mañaneras” desde el atrio de su catedral –el Palacio Nacional– está decidido a salvar el alma de los mexicanos a golpes de retórica, de frases y consignas.
Ojalá y que alguien –que a estas alturas pues ya no será este predicador–alguna vez entienda que desde las esferas de Gobierno, no es con arengas ni moralinas, como se cambia a un país, sino con políticas públicas sólidas y con acciones concretas que incidan, efectivamente, en la mejoría del entorno social, económico y cultural del pueblo. Acciones que deben ir mucho más allá de los subsidios a la sobrevivencia que son, en su esencia, los programas asistencialistas.
Ojalá que alguien alguna vez entienda, que a las palabras se las lleva el viento, por muy bien intencionadas, así sean para construir en la imaginación y en términos idílicos, lo que debe ser un pueblo bueno y sabio.
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