En México, la economía no sólo se mide en cifras del Inegi. También se mide en el estanquillo de la esquina, en la que te fían, te preguntan por tu familia y siempre hay cambio para el camión, sí, esos estanquillos de los cuales cada vez encontramos menos, como el que tenía don Félix en la esquina de mi casa, estanquillo el cual, por cierto, era verde, ubicado en el céntrico crucero de Saltillo, de las calle Victoria y Acuña, ahí frente a lo que era el Cine Palacio.
Lo que pasa en esa tiendita dice mucho de la economía del barrio, de la ciudad y hasta del país. Si los vecinos compran fiado, la economía anda apretada; en cambio, si la caja suena más seguido, hay dinero circulando. Podríamos decir que la tiendita o el estanquillo de la esquina es como un termómetro económico.
El Producto Interno Bruto (PIB) es la suma de todo lo que producimos y vendemos en México. Cada refresco que don Félix vende, cada bolsa de frituras o dulce, cuenta –aunque sea un poquito– en esa gran suma nacional.
Si don Félix vende más, su proveedor también gana más, la fábrica produce más y el transportista trabaja más, generando empleos también, ya que tanto la fábrica como el transportista necesitarán de más trabajadores. Así se mueve el país, de mostrador en mostrador, de tiendita en tiendita, de estanquillo en estanquillo.
Cuando compras en la tiendita ayudas a que el dinero se quede en tu colonia, en tu ciudad. Y así colaboras para mantener y generar empleos, además del pago de los nada queridos impuestos.
Por eso, consumir local no es sólo un acto de costumbre: es una forma de fortalecer la economía desde abajo.
La próxima vez que vayas por un refresco o por las papitas, recuerda que también estás participando en la economía nacional.
Suena exagerado, pero es muy real, el país crece o se frena desde esos pequeños mostradores donde decimos:
“¿Me fía, don Félix?
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