El primer sitio de coches tirados por caballos en Saltillo se estableció en el año de 1888 alrededor de la antigua plaza Tlaxcala, que actualmente se conoce como la plaza Manuel Acuña. El movimiento urbano de la capital del estado se hacía además en tranvías jalados por mulas.
Los aspirantes a cocheros tenían que pasar por un riguroso examen o proceso de selección para poder recibir su licencia. El horario del servicio era de las 4 de la mañana a las 10 de la noche y las tarifas eran de acuerdo con la distancia que tenía que recorrer, pactadas entre cliente y chófer, de común acuerdo.
Los cocheros o chóferes tenían prohibido aceptar el transporte de cadáveres o personas infectadas con alguna enfermedad contagiosa. Tampoco podían “jugar carreras”, azotar a los animales de otros carros o conducir en estado de ebriedad.
La llegada de los primeros automóviles a Saltillo hizo temer por la existencia del servicio de transporte de personas y cosas en coches de madera jalados por caballos o mulas, aunque el momento llegó en la última parte de los años 50, cuando el Ayuntamiento los retiró de circulación.
De la noche a la mañana llegó la orden de la autoridad de que había que sacar el servicio de “taxi” en coches porque los animales ensuciaban las calles con sus abundantes heces fecales. No había otro motivo. Y eso obligó al dueño de un sitio de coches a darle un giro de 180 grados a su negocio, pues adquirió automóviles modernos para sustituir el tradicional sistema de transporte.
Don Román Soto y su tío Fidencio fueron los número uno de los cocheros de Saltillo y luego de los automóviles que se establecieron en torno a la plaza Manuel Acuña. A mediados del siglo pasado la gasolina costaba 12 centavos el litro y cada uno de los 40 automóviles de alquiler de la época utilizaba 10 litros por día.
La anécdota
Había un individuo en Saltillo, con más de 100 kilos de peso, quien no traía lo suficiente para abordar un coche estirado por caballos y tanto le insistió al cochero, que este le dijo: “¡Bueno, pero súbete rápido para que no te vea el caballo!”.
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